Editorial
Los estilos de gobernar varían en función de los gobernantes que surgen de los procesos electorales. Los gobernantes no pueden sustraerse de su formación familiar, escolar, cultural, social, religiosa o política. De ahí los gobiernos elitistas o politiqueros, aquellos carentes de conocimientos e ignorantes de la historia, los ajenos a lo que es cultura, los que responden a sus niveles sociales de origen y permanencia, los que confiesan creencias aunque no las sigan religiosamente, y los que surgen de partidos ya de origen marcados por sus preferencias en algunos niveles políticos, llámense obreros o agraristas, de sectores populares o niveles empresariales.
En este caso, la referencia editorial de “Diario del Sureste” va hacia la manipulación comercial de un evento tradicional históricamente marcado por perfiles de raíces ancestrales, como los que caracterizan a los tiempos del “Hanal Pixan”, costumbre maya, durante la cual los espíritus de los finados retornan en una fecha marcada desde siempre, desde hace siglos, para convivir en la memoria de sus descendientes, por una ocasión anual en la que recuerdos y afectos se hacen presentes, uniendo mentes y espíritus.
La iglesia católica convirtió esa fecha en la de los “Fieles Difuntos”, distinta al rito antiguo original de encuentro espiritual entre familias unidas por la misma sangre e historia. Y hablamos de fieles a su sangre y raíces, no de la versión eclesiástica de un purgatorio eterno para “pecadores”.
Pues bien, lo anterior viene a cuenta porque las ambiciones de lucro han trocado los principios profanos, religiosos, ancestrales, en asunto de comercialización, convirtiendo en Carnaval a los espíritus, disfrazando a los seres vivos como muertos, en veces utilizando maquillajes escandalosos, para que los colores chillones simulen muertos alegres y floridos que liben licores, ingieran comidas populares o gourmets, y participen en desfiles, paseos, concursos y actividades de fiesta, diversión y jolgorio.
Un carnaval, ni más ni menos. Se copia la idea original del festejo de la carne, el desahogo de las pasiones, la diversión e incluso los excesos y los vicios, y para ello se usa disfrazar a los vivos de muertos. Un carnaval, la fiesta de la carne-vale, en un festival de imágenes evadidas de su eterno descanso, estereotipadas, pero útiles para que muchos comerciantes y empresarios hagan su agosto, otro agosto productivo, con un evento bendecido por las propias autoridades.
Ello no debe extrañar, porque en tales autoridades hallan ahora solidaridad empresarial, dados sus orígenes, estando enteradas de que los eventos generarán por sí mismos ingresos por permisos, licencias y autorizaciones que reforzarán las arcas estatales y municipales.
Hay voces, muy autorizadas, que han denunciado esta tergiversación de las costumbres, pero no existe ninguna probabilidad de que la avalancha de excesos se detenga.
Las propias autoridades promueven su “Paseo de las ánimas” y un “Festival de las ánimas”.
Es triste que en los medios escolares algunos maestros se sumen al uso de la pintadera y el maquillaje, practicando en sus alumnos sus “creaciones” pictóricas, que no históricas.
Y claro, la desfachatez llega a un mayor extremo cuando se comenta jocosamente que, si algún espíritu está disgustado por los hechos, tiene plena libertad para acudir ante las autoridades constituidas a presentar su denuncia a la que, desde luego, le darán la “atención” correspondiente.