Editorial
En nuestra América, en el variado territorio habitado por población latina, las festividades carnestolendas tienen fechas reservadas y tiempos especiales para dar rienda suelta a la alegría y la despreocupación.
En unos países más, en otros menos, las fiestas carnavalescas son días de libre diversión, olvido de problemas modernos y heredados, baile, ingesta de bebidas alcohólicas hasta con abusos en el consumo, y disfraces de colores, preparados para bailes frenéticos al compás de la música alegre, contagiosa, de ritmos que mueven los cuerpos y los danzantes pies de los participantes.
Por estos días se olvidan, así sea por un corto período, los malos tratos y abusos de los gobiernos, las injusticias sociales y la pobreza galopante de los más, que por estos días engrosan sus filas, incluso con los representantes de los señores poseedores de los caudales preservados en grandes cajas de seguridad metálicas, o en inversiones en instituciones bancarias especulativas.
En función de las disponibilidades económicas, los pueblos y grupos organizados para los festejos actúan, programan y realizan las fiestas entre las cuales las de países como Brasil, México y Venezuela, entre otros varios, se apropian de una semana de festejos que culminan, coincidentemente, con el recordatorio cristiano del Miércoles de Cenizas, cuando con cruces en la frente los párrocos hacen rememorar en los templos aquello del “pulvis eris et en pulvis reverteris”, polvo eres y en polvo te convertirás, de la doctrina cristiana imbuida, a fuerza de sangre, dolor y vejaciones, en los territorios de América, aún vejados y explotados por herederos de conquistadores del siglo XV y nuevos exactores.
Aquellos vinieron con la cruz, la espada y los bolsillos vacíos, los modernos ya traían experiencias acumuladas y mañas novedosas.
Sin embargo, en América, por estos días de carnaval esos hechos quedan en el pasado.
En los Estados Unidos, la mezcla de razas latinas les permite coincidir en propósitos y acciones y, por carnaval, Nueva Orleans adquiere un rostro distinto. La mezcla de sangres alegres lo hace posible.
Disfraces y antifaces. Lo que queremos que se vea de nuestro exterior personal en tanto con antifaces ocultamos nuestra apariencia real y los secretos que están en la caja fuerte de nuestra mente.
No se olvide también que los carnavales son oportunidad para disfrute compartido, como también oportunidad para reencontrarnos con nuestro yo interior que viaja enmascarado cada día de nuestras vidas.
¡Felices fiestas de Carnaval!