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Caracoles y Tunkules En Las Ruinas de Uxmal

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Caracoles y Tunkules En Las Ruinas de Uxmal

Después de una hora de viaje desde la ciudad de Mérida, llegamos a las ruinas de Uxmal, el sitio más importante de la región Puuc en la península yucateca, y una de las ciudades más espléndidas por la elegancia de sus edificaciones y la notoria ornamentación que los caracteriza. La antigüedad de Uxmal se remonta al 800 a.C. a 200 d C. en una ocupación temprana, y su florecimiento durante el período clásico tardío entre el 700 y el 1000. d.  C.

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Guiados por un nativo del lugar que explica los pormenores del sitio a los turistas, visitamos como primer punto la Unidad Cultural en donde se ubica magnífico museo que exhibe algunos de los más significativos objetos recuperados de las excavaciones arqueológicas. Seguido, escalamos el Templo del Adivino, monumental pirámide de 75 m. en su base y 35 m de altura que fue construida, según la leyenda, en honor de un Halach Uinic –Rey o Señor– sabio que obtuvo el trono en mortal competencia.

Continuando nuestro recorrido, visitamos el Cuadrángulo de las Monjas, con un gran patio central circundado por cámaras adornadas con bajorrelieves entre los que destaca la serpiente emplumada, Kukulkán, y después para salir lo hicimos por un gran arco falso, típico de la arquitectura maya, que conduce al Juego de Pelota.

Muchas personas había en las graderías, vestidas todas a la usanza de los antiguos mayas, es decir, con túnicas de algodón adornadas de grecas de diversos colores, sandalias, y pintados los rostros con diversos matices. Las mujeres lucían hermosas con el cabello suelto adornado con flores de xcanlol* e hipiles de algodón.

Más abajo, numerosos jóvenes con calzón de manta y sandalias de cuero sostenidas con gruesos hilos de henequén. Sus rostros, con figuras geométricas, pintados de color ocre. Eran guerreros armados de lanzas, arcos y flechas, y otros con hachas de piedra con mango de fuerte madera, tocados con cascos de jaguares. Enfilados al pie de las gradas, contenían a la multitud que vociferaba eufórica ante el espectáculo que se iniciaba.

Buscamos lugar entre la gente que, curiosa, admiraba nuestra indumentaria diferente. No hablaban el español, pero nuestro guía entendía el idioma maya, así que servía de intérprete entre las personas y nosotros. Preguntamos por los equipos del juego de pelota que suponíamos debían competir y más extraño nos miraron… No hubo tiempo de hacer más preguntas. Los caracoles y los tunkules sonaron para dar principio al espectáculo.

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En un extremo del campo, en una plataforma ceremonial, el Halach Uinic en su trono, ataviado con sus mejores galas, presidía el evento. Un adolescente de muy baja estatura, enano, fue conducido por los guerreros hasta una gran piedra de forma circular… “Un verdugo armado con enorme mazo y un gran canasto a su lado que contenía pequeños frutos de la región, muy duros, llamados cocoyoles, debía romper uno a uno sobre la cabeza del joven enano,” explicaba nuestro guía.

La multitud aclamaba eufórica cada golpe sobre la cabeza del joven, sin que éste se doliera, más bien parecía complacido de su actuación; después de resistir hasta agotarse el canasto de los duros frutos, se levantó sin rasguño alguno.

El Halach Uinic fue conducido por el Ah Kin –sacerdote– a la misma prueba, y dramáticamente sucumbió a los primeros golpes de mazo. La sangre del jefe supremo corrió a raudales y, entre estertores y quejidos de dolor, sucumbió.

La multitud rugió frenética ante el sangriento desenlace y el joven fue coronado como nuevo monarca, con aplausos y demostraciones de gran júbilo por parte de los asistentes. Intrigados por el realismo de la representación, preguntamos de qué se trataba.

Entonces nuestro guía nos contó una antigua leyenda, la del Enano de Uxmal: aquel niño que eclosionó de un huevo de gallina cuando una hechicera, deseando tener un hijo, lo incubó entre las cenizas tibias de la hoguera en que hacía las tortillas.

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“Creció muy poco en estatura y su madre le había prohibido hurgar por entre sus cosas,” –contaba el guía– “pero, al fin y al cabo niño curioso, hizo lo contrario y encontró un tunkul que tocó con gruesos palos, produciendo un sonido tan fuerte que se escuchó por toda la comarca. La leyenda decía que aquel que encontrara el misterioso y legendario instrumento musical, y lo hiciera sonar, sería el nuevo soberano de Uxmal. El Halach Uinic, alarmado por tan infausta nueva, ordenó encontrar al culpable y el enano fue conducido preso ante su presencia.”

“De acuerdo con la tradición,” –continuó nuestro amigo– “era menester para los que aspiraran al trono someterse a una prueba de fortaleza, por lo que el Rey dispuso se sometieran él mismo y el enano a la prueba de romperles en la cabeza con mazo un canasto de cocoyoles, con la condición de que el primero en someterse a la prueba fuera precisamente el enano, pensando el monarca que al primer golpe moriría su rival y así continuaría su reinado.”

“Sin embargo,” –prosiguió nuestro acompañante– “la hechicera, valiéndose de sus artes mágicas, había colocado debajo del cabello de su hijo una coraza de pedernal con el fin de que resistiera los impactos, y ofrendó “copal” invocando la protección de los dioses para su pequeño hijo.”

“Así acudió el enano de Uxmal el día señalado al “Juego de Pelota”, lugar de la prueba, y es precisamente lo que ustedes, estimados amigos, acaban de presenciar,” dijo el guía.

“El enano de Uxmal fue coronado nuevo soberano y gobernó con sabiduría durante muchos años. En su honor se construyó el “Castillo del Adivino”, también así llamado nuestro personaje por su sapiencia. Para su madre la hechicera, en agradecimiento, ordenó le construyeran un templo en su honor que aún existe en estas portentosas ruinas mayas de Yucatán,” finalizó el guía.

Con este relato logramos al fin entender la representación con la que nos topamos en el Juego de Pelota. De pronto, truenos, rayos y centellas, seguidos de un fuerte aguacero, invadieron el ambiente, provocando que todos los disfrazados corrieran presurosos a refugiarse en los templos cercanos. Instantes después, cientos de murciélagos escaparon de esos mismos lugares con rumbo a los montes vecinos, como si las personas se hubieran transformado en siniestros quirópteros.

Nosotros también corrimos, pero en sentido opuesto, hacia el museo. Pasada la copiosa lluvia, que duró poco, reanudamos la visita a Uxmal y ya no vimos persona alguna ni vestigios del acontecimiento. Todo había desaparecido en tan breve tiempo como por arte de magia, y de aquel Juego de Pelota que lucía esplendoroso durante la representación nada más quedaba una construcción derruida por el paso del tiempo.

Cayó la noche con luces de cocayes. Antes de abordar el autobús de regreso, comentamos con la señorita encargada del museo el realismo de la puesta en escena que habíamos presenciado y también le hicimos saber nuestras observaciones sobre la súbita desaparición de los protagonistas y del escenario.

Sorprendida, respondió que no sabía de la existencia de tal espectáculo para turistas, que seguramente el relato del guía nos había impresionado. Él también había desaparecido sin avisarnos su ausencia, ni cobrar sus honorarios.

Durante el viaje de vuelta a la ciudad de Mérida, en la fría obscuridad del autobús, la duda perturbó mi mente, y ecos de caracoles y tunkules resonaron sus misterios en mis oídos.

César Ramón González Rosado

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