Letras
I
5
Todavía no amanecía cuando Canek abandonó Nenelá y a su brujo centenario en un caballo que éste le había facilitado desde la noche anterior. Habían concluido sus entrevistas y Jacinto se dirigió a Mérida donde, enardecidos los ánimos con su proyecto, se dedicó a visitar los barrios de indios con el objeto de invitarlos a unírsele en su lucha. Mérida era una ciudad peligrosa por ser sede las Casas reales, sitio del despacho del gobernador, y de los cuarteles militares colmados de la soldadesca española, y en parte criolla. Visitó los pueblos para entrevistarse con muchachos, hijos de campesinos, cuyas manos ardían por empuñar los machetes y descabezar a los enemigos. Viajó a la ciudad de Valladolid y al pueblo de Kisteil, reclutando, a la luz de la luna, hombres quebrados, pero no doblados por la perversidad de las encomiendas.
En Kisteil, Canek se sentía en plenitud; conocía a mucha gente, jóvenes y viejos de gesto duro y cuchillo bragado que le prometieron ponerse a sus órdenes en cuanto regresara de aquel Petén lejano y nebuloso. A todos giró instrucciones precisas heredándoles tareas por cumplir en su ausencia. Les reveló que a partir de ahora le llamarán Jacinto Canek, no más el Cuyok ni el Uc, nombres de esclavo de mansiones elegantes y de encomiendas crueles.
6
Un día ya no lo vieron más.
Con sólo un morral con pocas provisiones y un sabucán con frutas como único equipaje, partió al filo de la medianoche montado en el caballo de medio pelo que le había facilitado don Pedro Ku, rumbo al Sur, rumbo al misterioso Petén (que muchos llamaban “la montaña”), habitado por brujos eminentes, por sabios de códice y látigo, de lenguaje jeroglífico y rostros pintarrajeados. Sabía que le aguardaba un largo y doloroso proceso, pero no le importaba. Su misión era sagrada y bendita de sus dioses y, así lo esperaba también del nuevo dios que habían traído los conquistadores a la península dos siglos atrás, dios en el que también creía. Era aquel Jesucristo de sufridas barbas y sacrificada estampa, de palabra redentora y miembros enclavados en la cruz excesiva, en castigo por su lucha por el amor y la justicia.
Se sintió inspirado e invencible. Aspiró con fuerza el aire fresco de la noche, espoleó a su cabalgadura y aceleró la marcha hacia el Sur.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…