Letras
I
3
–Dime, ¿qué deberé hacer para sacar a cuchilladas a los gavilanes blancos de nuestras tierras? –le preguntó Jacinto a don Pedro Ku al cumplimiento de su tercera visita a la casa del anciano–. Ardo en deseos de echarlos de la península.
El brujo fumaba su habano sentado en su hamaca mientras escuchaba la pregunta de su huésped, ansioso de zafarse de sus amos para siempre. Pero Ku no contestó enseguida y sólo permanecía exhalando blancas volutas de humo mientras miraba fijamente al techo de paja de la choza. De pronto volvió de su ensimismamiento y dijo:
–Nada. No deberás hacer nada por ahora para expulsar a nuestros enemigos.
–Pero ¡cómo…!
–Antes de proseguir, habrás de prometerme dos cosas.
–Dígame, don Pedro.
–La primera concierne a tu disoluta forma de vivir: tienes que asegurarme que no te emborracharás más ni armarás camorra con tus semejantes.
–Si ello es necesario para lograr mi propósito, cumpliré la promesa. Pero tú has hablado de dos promesas.
–La segunda estriba en mudarte a vivir en el Petén, en Guatemala, por algún tiempo…
Jacinto rechazó la propuesta.
–No, maestro, eso no. Mi lugar está en Yucatán. ¿Qué haría yo en el Petén donde no conozco a nadie, tan alejado de mi proyecto de expulsar a los gavilanes blancos de la península? Yo me abstendría, como es tu deseo, de emborracharme y de agarrarme a puñetazos con pillos y bravucones, pero no me pidas que me marche de Yucatán para vivir en un sitio desconocido, donde no sé qué suerte me aguardaría.
–Bueno, ¿quieres o no expulsar a los extranjeros de nuestras tierras? –habló el brujo sacándose el puro de la boca.
–Tú sabes lo que deseo, pero no viviendo tantas leguas alejado de mi gente en un sitio donde no conozco a nadie.
–La respuesta es sencilla: en ese remoto lugar moran los brujos itzáes que te enseñarán los modos para dominar a tus enemigos o pasarlos a cuchillo si lo prefieres. De ellos recibirás el poder que necesitas, y que es secreto, para triunfar en la gran batalla. Cuando los itzáes abandonaron Chichén Itzá hace muchos años, fueron a vivir a las tierras del Petén. Regidos por el rey Canek encontraron ahí la paz y la prosperidad que les habían sido negadas en Yucatán. Hay muchos hermanos indios por allá, hermanos dueños de sus propias haciendas que no tienen que dar cuentas a los amos extranjeros.
Jacinto, que era duro de pelar, se dejó convencer por las palabras del anciano:
–Está bien –admitió–: no me suena mal lo que dices. Creo que esos brujos itzáes podrían resultar invaluables para mi plan de deshacernos de los gavilanes blancos.
–De eso puedes estar seguro. Esta noche me consagraré a la meditación y luego interrogaré a los astros, morada de nuestros dioses. Por varias noches quemaré incienso ante sus ídolos y les ofreceré valiosas ofrendas. Tendré para ti una respuesta en una semana. Regresa entonces.
Roldán Peniche Barrera
Continuará la próxima semana…