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Caminando por las Calles
XX
DE PASEO POR LA ALAMEDA DE PAULA
ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA
La nostalgia de pasear la Alameda de Paula por la tarde, mirar su horizonte marino con un celaje de amarillo y púrpura del atardecer habanero, me llevó a recordar su historia…
Un mediodía de julio de 1984 -no recuerdo la fecha-, fui invitado por el Dr. José Loyola Fernández y el Lic. Humberto Rodríguez Manso. Era domingo y se festejaría el 50 Aniversario del grupo musical rumbero “Los Muñequitos de Matanzas” en la Iglesia de Paula. Fuimos recibidos como invitados especiales los antes descritos y Pablito Milanés, que llegó acompañado de su hija y Ramón Rodríguez, del taller “Portocarrero”.
Con este antecedente, y la docta compañía, cuando terminó la hermosa fiesta rumbera, con baile, anécdotas y frenesí sincrético, salimos a recorrer y disfrutar al malecón habanero, donde resalta la Alameda de Paula por ser un sitio de contemplación, romance y encuentro. Se extiende de forma paralela al mar por cientos de metros, que a todas horas está habitado por nacionales y extranjeros, y que ha acompañado a la ciudad y a sus habitantes por más de dos siglos.
La vista de la Alameda de Paula, al fondo la cervecería del Antiguo Almacén de la Madera y el Tabaco. Frente a la Bahía de La Habana, en el sitio donde antaño existiera un basurero, ahora nace un jardín y altos árboles que la cubren. Debe su nombre a la cercanía de un hospital y una iglesia dedicados a la advocación de San Francisco de Paula, que ya existían en la época de su creación y, aunque hubo intentos por cambiarle el nombre, el sentir popular hizo que prevaleciera aquel fundacional.

Corría la década de 1770 y La Habana resaltaba por sus construcciones militares. Sin embargo, y al decir de los conocedores del periodo colonial en la Isla, estaba necesitada de espacios para la recreación y el esparcimiento que exaltaran su belleza.
Es en esta época que se decide construir la Alameda de Paula, a iniciativa del Capitán General de la Isla, Felipe Fons de Viela, Marqués de la Torre, el mismo que había ordenado la edificación de los palacios de los Capitanes Generales y del Segundo Cabo, y que es considerado por muchos como el primer urbanista dedicado a la ciudad. Las obras estuvieron a cargo del arquitecto Antonio Fernández Trevejo y se desarrollaron en 1777.

Poco tiempo hubo que esperar para que el paseo se convirtiera en uno de los más concurridos de la zona caribeña, adonde iban las señoritas a lucir su elegancia, los señores a disfrutar de la bella vista y la brisa marina, y los niños a jugar en un agradable ambiente. Según los registros, se encontraba entonces adornado con dos hileras de álamos y poseía algunos bancos de piedra.

El paseo, tal y como lo disfrutamos en el presente, ha sido resultado de diversas modificaciones que llegaron con los años. A inicios del siglo XIX se le añadió una fuente, asientos de piedra con respaldos de reja labrada y se embaldosó el suelo; luego se ampliaron las estrechas escaleras de acceso y se colocaron las farolas que aún hoy iluminan las noches.
Una glorieta y una nueva fuente se le incorporaron entre 1845 y 1847. La primera caía sobre el mar y ofrecía una hermosa vista; la segunda, esculpida en el norte de Italia según se cuenta, fue levantada con una columna de mármol blanco que posee en sus lados cabezas de león convertidas en surtidores de agua.

Para aquella fecha se había convertido en un importante punto de referencia y en espacio de reunión de La Habana elegante. Incluso, se erigen en sus inmediaciones varios hoteles. El Armadores de Santander, existente en la actualidad, fue uno de ellos. Se construyeron además el Teatro Principal, llamado “El Coliseo”, lamentablemente destruido, y la residencia de varias familias de abolengo como la de los condes de O’Relly y los marqueses de Campo Florido.
Cuando caminamos por la Alameda es posible apreciar en las edificaciones circundantes el sello de elegancia y refinamiento que la caracterizó en su época de mayor esplendor, y los palacetes que son tesoros arquitectónicos nacionales.

Con el tiempo, el primer paseo oficial de la Cuba Colonial cambió sus dimensiones, fue fragmentado por la empresa estadounidense Havana Central que controlaba las actividades portuarias, al construir sus muelles y almacenes a la orilla del mar.

Varios años más pasaron y nacieron otras obras en el perímetro para que el paseo retomara su viveza. A inicios de este siglo, la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana lo incluyó dentro de sus proyectos prioritarios por estar dentro del sector urbano de La Habana Vieja, declarada como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO. Fue engalanado entonces junto a las edificaciones portuarias de los alrededores y otros inmuebles de gran valor como la propia Iglesia de Paula.
Como resultado, la Alameda es nuevamente un espacio agradable, de encuentro y referencia obligada dentro de la ciudad. Llegan hasta allí los niños para jugar, enamorados en busca de refugio tranquilo, paseantes para descansar o disfrutar del mar desde una posición privilegiada.

Caminando por la Alameda, desde la Iglesia de Paula, resaltan varios sitios de interés que hacen atractivo el recorrido, con ofertas capaces de satisfacer gustos diversos. Si queremos comprar suvenires, arte y otras producciones artesanales, podemos llegarnos al mercado de los Almacenes San José. Si el objetivo es refrescar, compartir, comer y bailar con música grabada o en vivo, la mejor opción es la cervecería del Antiguo Almacén de la Madera y el Tabaco, y si nos apetece cruzar la bahía, abordaremos la popular lanchita de Regla que en sólo minutos nos llevará al otro lado, hasta el poblado del mismo nombre.

Si llevamos a la familia o a un grupo de amigos para relajar y contemplar el paisaje, lo mejor será ir hasta el pequeño paseo marítimo, a modo de explanada que se extiende sobre el mar. Toda la Alameda ofrece un palco privilegiado desde donde apreciar el Morro, la Fortaleza San Carlos de la Cabaña, el Cristo de La Habana, la dinámica portuaria y los grandes cruceros que atracan frecuentemente en la capital de Cuba”.
Una vez más, mis recuerdos al poeta Carlos Duarte Moreno, quien me conversaba de su caminar por La Habana en los años 30 junto con José “Pepe” Domínguez, donde compusieron la bella estampa de Yucatán “Aires del Mayab”, en base al poema “A mi tierra”, estrenada en 1936 en el Teatro Campoamor de La Habana, con el título del poema, ya que poseo la particella firmada por Pepe Domínguez, escrita de su puño y letra.
Gracias, Don Carlos, seguiremos caminando por las calles.
Fuentes
https://onlinetours.es/blog/post/1025/un-paseo-por-la-alameda-de-paula
Archivo AHGA.