Editorial
Además de los conflictos entre países y naciones, originados por la prevalencia de unos y la presión de otros en todos, lo queramos o no, participamos de problemas comunes, compartidos desde su origen hasta una posible y deseable reducción.
Nos referimos al calentamiento global, ese monstruo invisible que amenaza la existencia de los seres vivos en la tierra si no se adoptan desde ahora las medidas correctivas adecuadas.
Aquel aire límpido y puro que cantaron nuestros poetas y escritores, que disfrutaron todas las generaciones precedentes, es ahora sólo referencia escrita de ese pasado. Nuestra realidad es bien diferente y, además, crítica.
El calentamiento global, resultado de los abusos humanos, ya está en nuestra atmósfera, con todas las consecuencias que esto entraña.
¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo podemos corregirlo?
Admitamos que la evolución del ser humano históricamente ha influido sensiblemente en el problema. El descubrimiento y uso inicial del fuego, utilizado de manera limitada para la subsistencia, dio paso a la aparición y existencia de una industria, creciente día a día, que genera humos tóxicos en sus fábricas. A ello se suma la desaparición de zonas arboladas, sacrificadas para la construcción de viviendas o carreteras, que ha influido, durante varios siglos, en la creación de condiciones de alto riesgo para las comunidades humanas.
Los incendios forestales, la tala de árboles y las nulas acciones oficiales en el pasado reciente para atender estos asuntos han devenido en un problema mayúsculo que no se circunscribe a un país específico o región y afecta ya a todo el mundo.
Ante ello, las acciones se dan, es cierto, pero son escasas y dispersas, con lo que lógicamente se reducen algo los daños, pero no terminan con un problema que va creciendo en progresión geométrica.
Las fotografías y grabaciones de video del deshielo en los polos, las denuncias continuas por la tala inmisericorde de árboles, el perceptible aumento del nivel de las aguas de los mares, son imágenes cotidianas que se replican en los medios de comunicación mundiales, y ni así cesan la ambición y voracidad de las grandes empresas transnacionales y países involucrados en la comercialización de nuestras desgracias mundiales, ahora compartidas.
Seres humanos, plantas, animales, medio ambiente, todos somos víctimas de este flagelo que nos acosa y rodea cotidianamente.
¿Aún nos queda tiempo para actuar? Nadie podría afirmarlo categóricamente.
Mas no podemos cruzarnos de brazos y abandonarnos pasivamente ante la fuerza del destino y las respuestas de una naturaleza agredida.
Lo que causa mayor desasosiego es la persistente conducta de gobiernos y países, encerrados en conceptos errados de ver egoístamente solo por sus intereses y conveniencias.
Los gobiernos de los países poderosos no perciben la magnitud del problema mundial y sus dimensiones reales. Algunos hasta rehúsan participar en su contención. En veces, se perciben ajenos a las consecuencias de sus hechos y acciones.
Cuando el tiempo de abandonar el barco terrestre llegue, percibirán que no hay sitio suficiente para una salvación asegurada de todos ellos y, como en los tiempos antiguos, se dará la voz de “sálvese quien pueda”.
Ahora es el tiempo de actuar.
¡Hagámoslo!