Editorial
Para los católicos, uno de los días más importantes de la Cuaresma es el de hoy: el Viernes Santo, día en que Jesús fue crucificado y muerto por intrigas del sanedrín, y por la pobre idea de justicia ejercida por el representante del emperador romano, Pilatos.
Al margen de lo significativo del evento en la religión católica, que culminaría el Domingo de Resurrección en la construcción de la religión con mayores seguidores en el mundo, ese manejo político que desembocó en el martirio y crucifixión de Jesús es siempre digno de análisis, mucho más a la luz de lo que vivimos en estos días en nuestro país y en el mundo.
La cúpula del poder en los tiempos de Cristo vio amenazado el status quo ante la llegada de quien ellos consideraban inicialmente sería un profeta más, que no tendría el suficiente peso para cambiar siglos de tradiciones y reglas, ni la interpretación de la ley que solo le correspondía al sanedrín. En contubernio con las autoridades romanas, permitían que se cobraran asfixiantes impuestos y derechos de ocupación, solicitando el apoyo romano para sofocar cualquier intento de insubordinación.
¿Cómo era posible que alguien como Jesús, el hijo de un carpintero, tuviera la osadía de cuestionarlos, señalarles sus errores, hablarles con la Ley en la mano y, más escandaloso aún, se autonombrara “Hijo de Dios”?
Apoyados en la ignorancia de la subyugada masa judía, de las añejas desavenencias tribales, los sumos sacerdotes pronto se dieron cuenta de que la promesa de un mejor mundo, diferente al que ellos habían ayudado a construir y sobre el cual ejercían absoluto control, acompañada de señales que hacían evidente que Jesús no era tan solo un profeta más, trastocaría su modo de vivir, su zona de confort.
Amparado por su interpretación de la Ley y por el puesto de Sumo Sacerdote que ostentaba, el líder del sanedrín Caifás comenzó a preparar el caso contra Jesús de Nazareth, vigilando sus pasos, siguiendo de cerca sus actividades, registrando lo que a sus ojos eran quebrantos a la ley que solo a ellos correspondía interpretar y aplicar, advirtiendo cuán peligroso era para sus planes de continuidad. Al mismo tiempo, encontró a un inconforme dentro del grupo de seguidores cercanos del Maestro y, prometiéndole riquezas y perdón, convenció a Judas de que se los entregara en condiciones propicias para el juicio sumario.
Azuzar a las masas desde su posición de liderazgo, hasta conseguir que la ignorante multitud forzara la mano de Pilatos y les entregara al Nazareno para ejecutarlo en el Gólgota, fue posible a través de Caifás y su gabinete. Deshaciéndose de Jesús, pensaban, conservarían el poder y las cosas, la vida, volvería a ser normal.
El resto es historia.
Decíamos al inicio que analizar este trasfondo de manejo de las masas y de las voluntades por presiones e injerencias políticas siempre es cautivante, porque nos muestra con claridad cómo desde siempre el poder puede ser utilizado para doblegar, subyugar, manipular, mantener el status quo a cuyo amparo la cúpula política en boga y sus aliados florecen, sin pensar en el bienestar del pueblo sino en el suyo.
Como ejemplo de la pertinencia de aquellos sucesos en nuestros días, hemos hablado en semanas anteriores de los sucesos que vivimos en nuestro México y en Cuba, ahora los vemos en Venezuela y Rusia.
Cerramos este comentario con una pregunta para aquellos aficionados al análisis: a la luz de lo que observamos, ¿quiénes son los modernos Caifás en México, en Cuba, en Venezuela, en Rusia, amenazando la libertad, la democracia, las ganas de mejorar?