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Cactus en la mirada

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Ilustración de Leonard Tsuguharu Foujita.
Ilustración de Leonard Tsuguharu Foujita.

Juan José Caamal Canul

–“No me quiere,” dijo la niña de Cactus, su gata.

Le había puesto ese nombre después de revolver en sus recuerdos y escudriñar en su memoria. Luego revisó sus escasos veinte libros infantiles y juveniles que llamaba biblioteca y que expandían el universo de su imaginación, buscando entre compendios de cuentos y novelas, antologías de versos, algún nombre célebre.

Encontraba uno y ensayaba diciéndolo en voz alta, en voz baja, pensando en él, repitiéndolo una y otra vez en su mente, escribiéndolo, deletreándolo, descomponiéndolo en silabas. No encontró alguno que le satisficiera.

El amor entre ellos, o al menos de ella, fue instantáneo. Dentro del universo de la cesta, tres gatitos bebés; los miró y aquella le ganó el corazón.

Fue la inmediata mirada, fue el tierno y casi inaudible maullido, fue el posterior bostezo de hastío e indiferencia. La tomó entre sus manos y se la quedó para siempre.

El amor es así.

En casa la tenía todo el tiempo entre sus brazos, haciendo como que la aventaba hacia arriba, aunque nunca la soltaba. Era cuando la gatita se sujetaba a sus muñecas con las espinas casi trasparentes de sus garras.

Aquella fierecita la arañaba a cada momento. O la intentaba morder. Los rasguños eran pruebas de su amor, pensaba. Era la manera de relacionarse con el mundo de la casa. La tocaba, y la gata arañaba. Un ser que le atraía; aquella, a su vez, la rechazaba.

Hasta que un día gritó, abrió la ventana para que el vecindario se enterara, corrió por toda la casa, bajó las escaleras, se plantó a un costado de su madre que trajinaba en la cocina, le susurró suavemente al oído de la abuela casi sorda, esperó al padre en la puerta –lo que casi no hacía, a menos que el motivo tuviera muy alta importancia.

–“¡¡¡¡Cactus!!!! Es Cactus. Mi Cactus.”

Ojazos verdes y garras como espinas y una bolita de felpa.

“Cactus…” ríe, grita de emoción.

“Cactus.”

La niña se toca la cara con las manos para contener la impresión.

Repetía el nombre y las combinaciones posibles: “Catcus… Catcus… Cascut… Cuscat…”

La gata, sorprendida, también le miraba con los diamantes verdes y enormes, como si la naturaleza estuviera en la mirada, como si la fotosíntesis sucediera en su mirada.

La niña se acercaba a la gata, le miraba las pupilas y se hallaba en el fondo de ellas. Imaginaba que la gata hacía lo mismo y que ella encontraba dos seres semejantes, que Cactus miraba en un ojo y en el otro.

¿Acaso tiene la gatita conciencia de sí misma y puede hallar en la razón de la mirada el corazón de quien doblemente le ama?

19-02-2019

 

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