En el Palacio de Iturbide – CDMX
Quedan pocos días para ir a visitar la exposición Biombos y Castas. Pintura profana en la Nueva España, presentada por el Instituto Estatal de la Cultura de Guanajuato y Citibanamex – Banco Nacional de México, a través de Fomento Cultural Citibanamex, A. C., en el Palacio de Iturbide de la Ciudad de México.
Entre las muchas piezas que el visitante podrá admirar en esta exhibición, cuya clausura está prevista para el 12 de noviembre, se encuentra un biombo muy conocido, pero que no deja de ser particularmente atractivo. Se trata del biombo de la colección de Rodrigo Rivero Lake intitulado Vistas de la Plaza Mayor de México, la Alameda e Iztacalco, fechado de ca. 1635-1640.
Como bien lo explica la cédula que acompaña la pieza, en dos de las hojas de este biombo, muy probablemente incompleto, se puede contemplar la representación del Palacio de los Virreyes y de la Plaza Mayor (actualmente conocida como el Zócalo) de la ciudad de México, mientras que en las dos hojas restantes podemos ver la Alameda, todavía con acequias, así como un paisaje lacustre probablemente situado en el entonces pueblo de Iztacalco.
Más allá de lo extraordinario que es ver evocado de esta manera el pasado acuático de la ciudad de México en el siglo XVII, uno de los aspectos más fascinantes de esta pieza es, sin duda, su clara relación con los biombos japoneses. Se trata, en efecto, de una muestra fehaciente de los numerosos intercambios culturales que tuvieron lugar entre Asia y la Nueva España desde finales del siglo XVI hasta principios del siglo XIX, gracias a la ruta comercial que se estableció entre Manila y Acapulco, por medio del Galeón de Manila.
Como se sabe, la palabra «biombo» deriva de la palabra japonesa «byobu«, cuyo significado es “viento detenido”. No obstante, en muchos de los biombos novohispanos la relación con el Japón se limita a esta etimología, cuando en esta pieza de fecha temprana vemos unas pequeñas nubes que parecen flotar sobre las escenas representadas y que parecen imitar las grandes nubes de hoja de oro características de los llamados biombos Namban.
Cabe recordar que los biombos Namban fueron producidos por artistas japoneses a raíz de las relaciones comerciales y culturales que los portugueses entretuvieron con Japón desde su llegada al archipiélago en 1545 y su expulsión del lugar en 1639.
Para darse cuenta de la relación que existe entre ambas producciones, basta comparar el biombo de la colección de Rivero Lake con el biombo Namban, o Namban Byobu, del Museu Nacional de Arte Antiga, en Lisboa, intitulado Llegada de los portugueses, atribuido al artista Kano Domi y fechado de los alrededores de 1593 a 1600.
Ahora bien, no sabemos precisamente por qué el biombo de los virreyes “imita”, por así decirlo, a una obra Namban. ¿Acaso fue realizado por artesanos novohispanos inspirándose en uno de los numerosos biombos que llegaron hasta la ciudad de México por medio del Galeón de Manila? Si es así, ¿fue tal modelo adquirido en alguno de los “caxones” que antecedieron al mercado del Parián (c.1700-1843), mismos de los que vemos algunas representaciones en el propio biombo novohispano?
¿Es acaso, como otra posibilidad, que algún artista japonés, que haya llegado desde Japón a la Nueva España, también por la ruta del Pacífico, haya elaborado aquí el original en el que se habría inspirado el biombo que ahora discutimos?
Si bien uno puede formularse todo tipo de hipótesis al respecto, cabe decir que Rodrigo Rivero Lake opina que el propio “Kano Domi, que anduvo entre Kyusho y Nagasaki y llegó a Manila en 1603 […] fue el primer pintor Namban que llegó a México” (Rodrigo Rivero Lake, El arte Namban en el México virreinal, p. 156).
Dejaremos, por supuesto, a los historiadores que se han ocupado a profundidad del tema de los biombos novohispanos, entre los cuales se pueden nombrar a Gustavo Curiel, Rie Arimura, Sonia Ocaña o Alberto Baena Zapatero, la tarea de determinar cuáles son las respuestas históricas a tales hipótesis e interrogantes en lo que respecta a las relaciones que tuvieron lugar entre la Nueva España y el “Lejano Oriente” si bien, cabe recalcarlo, éste último, desde la ciudad de México, se divisaba más bien al poniente.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU