La bioluminiscencia es una facultad más común en la Naturaleza de lo que se piensa, si bien el medio marino es el hogar de la mayoría. Se estima que un 90 por ciento de las especies de la zona media y abisal de los océanos produce luz de alguna manera, y cada vez se encuentran más especies que tienen esta facultad.
El naturalista inglés Charles Darwin fue el primero en achacar los destellos de luz en el mar a organismos vivos. El 27 de diciembre de 1831, Charles Darwin zarpó de Plymouth (Reino Unido) a bordo del Beagle, un buque que no volvió a tocar la costa inglesa hasta el 2 de octubre del año 1836. Durante casi cinco años, el reconocido naturalista inglés estuvo anotando en un diario personal una serie de observaciones que más tarde le permitirían formular la teoría de la evolución biológica a través de la selección natural.
Además, el viaje le permitió ser testigo de fenómenos inadvertidos hasta la fecha, como es el caso de la bioluminiscencia o emisión de luz por parte de seres vivos que brillan ante determinadas situaciones para facilitar su supervivencia.
“Mientras navegábamos, el mar presentó el más bello y maravilloso espectáculo. Había una brisa fresca, y en cada parte de la superficie en la que durante el día se veía espuma ahora se emitía una luz pálida. La nave apartó dos nubes de fósforo líquido, y su estela era seguida por un séquito lechoso” describía en su cuaderno de campo, el primero en achacar los destellos de luz en el mar a seres vivos.
La luz de la que hablaba Darwin se produce en el interior de los organismos a través de reacciones bioquímicas en las que participa una enzima llamada luciferasa, encargada de oxidar una molécula, la luciferina, y provocar así la transformación de energía química en energía lumínica. El espectáculo más romántico se da en el mar, donde microorganismos planctónicos, medusas, calamares, pulpos, peces, crustáceos, e incluso algunos gusanos, son capaces de irradiar su propia luz.
En la isla canaria de La Gomera se halló el año pasado una babosa marina, bautizada Akera silbo por sus descubridores, que emite destellos luminosos cuando se siente molestada. Otros seres vivos crean la luz fuera de su organismo, tras la expulsión de las sustancias que originan la reacción luminosa. Es el caso de bastantes crustáceos y algunos cefalópodos de las profundidades marinas. Por su parte, algunos animales, como ciertas especies de gusanos, moluscos o peces, se valen de unas bacterias luminiscentes conservadas en sus vejigas. En algunas de ellas estos órganos están conectados a su sistema nervioso, de manera que controlan la luz.
Las funciones de esta luminiscencia natural son también muy diversas y, en algunos casos, sorprendentes. La intensa luz de una especie de hongo, la Armillaria mellea, atrae a insectos que dispersan sus esporas, una manera de perpetuar su descendencia.
El efecto defensivo es otra de las utilidades en varias especies bioluminiscentes. Los organismos sinóforos pueden emitir cientos de partículas brillantes en el mar para confundir a sus atacantes a modo de salvas o «fuegos artificiales». Estas partículas son además pegajosas y se adhieren a la piel de sus atacantes, que se convierten así en reclamo para sus propios depredadores. Algunas medusas y estrellas de mar son capaces de desprenderse de una parte de su cuerpo bioluminiscente para distraer a su enemigo y huir mientras tanto.
La bioluminiscencia también sirve como sistema de caza. El tiburón cigarra ilumina su cuerpo para camuflarse en el agua, salvo una pequeña parte de su vientre, que utiliza para simular la silueta de un pez pequeño y atraer a posibles presas.
La bioluminiscencia no sólo es útil para los seres vivos que la producen, sino también para los humanos. Las bacterias bioluminiscentes del agua se utilizan como detectores ecológicos de la contaminación de su entorno. Como los elementos tóxicos afectan a la intensidad de su luz, se puede estimar el grado de polución por esta variable.
Los científicos han descubierto varias maneras de generar esta luz biológica. En el caso de las luciérnagas, algunas especies de calamar y seres unicelulares como los dinoflagelados, la iluminación procede del interior de su cuerpo.
En la Bahía de Puerto Mosquito (Puerto Rico), la espectacular emisión lumínica de los dinoflagelados forma parte del atractivo turístico de la isla. Las luciérnagas amplifican además su luz con unos cristales a modo de reflector. La eficiencia de estos insectos en enorme: su emisión se realiza sin apenas pérdidas de energía, frente al 10 por ciento de aprovechamiento energético de una bombilla incandescente.
La ingeniería genética ha logrado expresar las sustancias bioluminiscentes en cualquier tejido. De esta manera, se pueden estudiar gran cantidad de procesos biológicos, ocultos hasta ahora, y mejorar el estudio de enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson o algunos tipos de cáncer. Con estas sustancias se evita el uso de marcadores radiactivos, más nocivos para los seres humanos.
Algunas empresas han aprovechado los avances en este terreno para comercializar peces fluorescentes. En otros casos, se han creado instrumentos para detectar las reacciones químicas luminiscentes más sutiles.
Los Lingulodinium son organismos diminutos del reino Protista (organismos eucariotas) que forman parte del plancton. La mayoría de estos organismos realizan fotosíntesis, por tanto, son productores primarios de energía. Son creados por organismos microscópicos llamados fitoplancton bioluminiscente (o Lingulodinium polyedrum), organismos que reaccionan a los cambios en la tensión del agua y la acidez mediante la emisión de luz. Un fenómeno similar al de las luciérnagas.
Es gracias al movimiento de las olas que este tipo de plancton genera una intensa luz azul, haciendo de esto un maravilloso espectáculo en el mar. No sólo las olas pueden generar estrés en el plancton, sino cualquier otro tipo de movimiento, como un remo entrando en el agua o un kayak navegando.
La bioluminiscencia, pues, se hace presente por el desprendimiento de luz de algunos organismos vivos como luciérnagas, hongos, bacterias y, en su mayoría, organismos marinos.
Estos últimos son los causantes de un espectáculo sin igual en algunas de nuestras playas nacionales cuyas aguas, en ciertas temporadas del año, brillan por las noches. Para poder apreciar la bioluminiscencia hay que adentrarse al mar.
La revista ‘Plos One’ recogía el año pasado el trabajo de unos investigadores japoneses que habían captado por primera vez la bioluminiscencia de los seres humanos. La luz es mil veces más débil que la luz que el ojo humano puede percibir y, por ello, utilizaron cámaras ultrasensibles durante varios días. Los investigadores señalan que la luz es más alta por la tarde y brilla más en mejillas, frente y cuello.
La isla Holbox, ubicada en el hermoso estado de Quintana Roo, se caracteriza por sus playas paradisiacas, ideales para descansar entre la naturaleza. Aquí la bioluminiscencia está presente durante todo el año; sin embargo, durante los meses que van de diciembre a marzo disminuye su intensidad por la baja en la temperatura de sus aguas. Es durante el periodo que va de julio a enero cuando llegan los microorganismos a iluminar algunas playas como Punta Cocos.
Otro lugar conocido por sus aguas luminosas se encuentra en Campeche, en la playa de Xpicob, reconocida por su campamento tortuguero. Ahí, la magia azul sucede al caer la noche. Al igual que en Holbox, el mejor momento para ver este fenómeno es de julio a septiembre.
Siguiendo en la ruta del sur, Chacahua y Manialtepec son lagunas oaxaqueñas a las que se puede llegar desde un colectivo que se aborda en Puerto Escondido. Cuando no se percibe la luz de la luna, las lagunas exudan luces color neón verde, plateadas y azuladas. Tal como dicen los locales, se deben “brincar las aguas” para encontrar estos sorprendentes fenómenos. Manialtepec está poblada por millones de microorganismos que son conocidos como dinoflagelados y, por las noches, se ofrecen tours en kayak durante julio y septiembre para mayor apreciación.
Las playas de Bucerías en Nayarit también ofrecen a sus visitantes olas brillantes con la presencia de la bioluminiscencia que forma una hilera azul fluorescente al interior del agua. La arena crea un efecto que provoca que también brille la piel de los visitantes.
Cuidando nuestro hermoso planeta, podremos disfrutar siempre de este extraordinario espectáculo que solo la Naturaleza nos regala.
Dra. Carmen Báez Ruiz
drabaez1@hotmail.es