Editorial
Por variadas razones y motivos, nuestro Yucatán peninsular se ha convertido, muy a pesar de su calor ambiental sofocante, en un punto de reunión internacional de viajeros que, a sabiendas de esas contingencias de la temperatura y la temporada de lluvias ahora en proceso, ha decidido compartir entre nosotros el tiempo de su asueto vacacional.
Cierto es que a las continuas promociones turísticas durante el año para atraer al turismo internacional se suma el retorno temporal de yucatecos que, aunque radicados en diversos países del mundo, cargan consigo la nostalgia por lo que desde hace años muchas generaciones calificamos como “la temporada”.
La “temporada” tradicional incluye los meses de julio y agosto; los sitios habituales de visita son las playas, por los aires vivificantes y la fresca brisa marina.
Lo que ha diversificado el turismo hacia Yucatán, a más de los aires marinos en estos meses calurosos, son las visitas y recorridos a las grandes y antiguas ciudades mayas, la admiración hacia los sitios coloniales, y el interés por la originalidad de las poblaciones, medianas y pequeñas, al alcance de los viajeros, con sus imágenes inéditas, sus poblaciones originarias, los platillos de sus comidas tradicionales y las golosinas de sabores exclusivos, y el afecto de un pueblo –como el nuestro– que tiene siempre la mano amiga tendida hacia los visitantes.
Zonas arqueológicas únicas, poblaciones coloniales, alimentación original, ambientes cordiales, son una oferta permanente de quienes habitamos esta península, única en el mundo desde el principio de los tiempos.