Letras
VII
CASA DE HUÉSPEDES
IV
Andrés siguió con su trabajo en el cabaretucho del rumbo de El Toreo. Formaba parte de la orquesta y muy bien cumplía con su rol de violinista. Conoció a Jacaranda, agraciada joven que trabajaba como mesera, y a veces, como sexoservidora. Se justificaba diciendo que era parte de su trabajo y que era necesario ser complaciente con los clientes para que volvieran al cabaret.
Andrés y Jacaranda hicieron amistad. En los intermedios de la música, si ella estaba desocupada, le acompañaba tomando algunas copas… De amigos pasaron a ser amantes. Cuando el tugurio cerraba, a veces terminaban la noche en algún motel del rumbo. Poco a poco Andrés se escapaba de la realidad y empezó a sentir celos cuando Jacaranda atendía a los clientes y más si salía con alguno de ellos. Un día le reclamó:
–Jacaranda, quiero que dejes este trabajo, no soporto verte con otros en este indecente oficio de puta que tienes.
–Bien, respondió. ¿Y cómo quieres que le haga para ganar dinero? ¿Acaso tú me vas a dar lo que gano cuando atiendo o cuando me voy con los clientes? No creo que tu salario de musiquillo alcance para darme lo que necesito, así que Andrés, confórmate, es mi trabajo, tú tienes el tuyo, yo el mío. Seguiremos siendo amigos, no tienes por qué sentirte mal, las veces que pueda haré el amor contigo, como siempre, sin que me tengas que pagar nada, por el puro gusto.
Andrés no supo qué responder. Dio la media vuelta y se dirigió a la barra. Bebió una tras otra algunas copas, después se dirigió a su lugar cuando el director de la orquesta llamó a los músicos para seguir tocando.
Cada vez Andrés bebía y bebía más. Su obsesión por la muchacha lo trastornaba y sufría por no tener dinero que ofrecerle para que dejara el oficio. Se volvió agresivo y sus reclamos a Jacaranda fueron más frecuentes y molestos, a pesar de que ella lo seguía complaciendo cuando era posible. Al fin terminó la relación, ella no pudo soportar el asedio y tomó su decisión, a pesar de las súplicas de Andrés y de sus promesas de que ya no le reclamaría más.
Su frustración se proyectó hacia su esposa Susanita, que sufría las amenazas de su marido cada vez que llegaba al amanecer pasado de copas. Uno de esos días, cuando Susanita preparaba el desayuno en la cocina la agredió. La tomó del cabello y la sacudió hasta más no poder. Los gritos de Susanita alarmaron a todos los huéspedes de la casa. Julián, que se disponía a salir para el trabajo, intervino sujetando a Andrés del cuello que descompuesto por la ira trataba de liberarse de los brazos que lo sujetaban. –Salga Susanita, salga, gritaba Julián.
El escándalo fue mayúsculo, los hijos intervinieron. Mauricio indignado le habló enérgico a su padre. Andrés, al ver a sus hijos, reaccionó, se dirigió a su cama y lloró desesperado. Al día siguiente llegaron los arrepentimientos y los perdones. Andrés convino con su esposa en dejar el trabajo del cabaret y someterse a tratamiento psiquiátrico.
En la terapia el médico le dió a beber cierta substancia y de inmediato alguna bebida alcohólica que le ocasionaba reacciones alérgicas de vómito, escalofríos, temblores, taquicardia, asfixia y otros síntomas graves.
Por un tiempo el tratamiento evitaba su deseo de ingerir alcohol y a cada recaída se aplicaba de nuevo. Cuando volvía a la casa después de la terapia iba envuelto con una cobija, encorvado, temblando de pies a cabeza, con el rostro pálido y cadavérico, con las manos temblorosas, sudando frío y era tan efectivo el método de curación que hasta el más mínimo olor de alcohol le provocaba de nuevo los desagradables síntomas.
–Soy alcohólico y me llamo Andrés. Un día volvió a Alcohólicos Anónimos y una nueva esperanza vislumbró en su horizonte.
César Ramón González Rosado
Continuará la próxima semana…