Editorial
La amenazante presencia del COVID-19 en Yucatán no hace asumir la difusión de ese tema en nuestros editoriales anteriores, comprometidos con nuestros lectores semanales.
Ahora lo hacemos nuevamente, porque la pandemia no amaina, ni sus mortales efectos.
Desde la reclusión domiciliaria preventiva que guardamos, la inquietud por la salud de nuestros familiares y amigos cercanos, colaboradores y vecinos, está presente.
El dolor ajeno nos agobia porque somos entes sociales con relaciones variadas en la sociedad, sean familiares, culturales, mercantiles o sociales.
Aislados en nuestra voluntaria reclusión, intentamos acopiar cuanta información nos es posible sobre nuestro círculo familiar, cultural y social. Quienes lo integran, por lo que sabemos, están practicando la sana distancia en sus relaciones personales, cuidando sus movimientos sociales.
En el medio cultural, las relaciones, acciones y proyectos están relacionados con variados agrupamientos artísticos, familiares, oficiales o sociales.
De ahí que, si la pandemia golpea a la población, sean los artistas y creadores uno de los grupos más duramente agredidos directa o indirectamente por el flagelo.
Nos causa tristeza dar testimonio de espacios culturales que solo se abren para su aseo y limpieza, reparaciones o visita de eventuales recorridos turísticos. Aún en estos momentos críticos, son mantenidos por su utilidad posible y cualidades escénicas.
Los grupos artísticos amparados por el sector oficial se reúnen, charlan, ensayan brevemente y con sanas distancias mantienen su presencia. Los ensayos se requieren para mantener la calidad adquirida en las presentaciones.
Las salas de teatro y espectáculos se asean y usan en un mínimo porcentaje, en una que otra de las escasas funciones o espectáculos culturales.
Los proyectos de cultura están fuera de consideración para su activación.
Por ahora, la cultura en Yucatán se encuentra en un impasse.
¿Cuánto tiempo más?
To be or not to be?
That is the question.