Letras
Rocío Prieto Valdivia
Me senté a contemplar tan maravillosa idea. Mi infinita tenía un bonito vestido color rosa chillante, y se deslizaba entre mis manos con tal gracilidad que parecía que danzaban los trazos emitidos por ella. Lástima que solo fueron unos cuantos días de esa bonanza.
Quizás en un intento de rebeldía, ella tomó la decisión de no irse con nadie más una mañana de esas cuando los vientos de Santana son sumamente cálidos y el terregal se te mete hasta las orejas, las narices se te ponen rojas.
Ya no volvió a danzar en la hoja.
Los días transcurrieron.
Pensé que tal vez sólo era cosa del mes. Ya saben, las mujeres tienen unos días en los que están indispuestas, les duele la cabeza, les habla uno y hasta parece que se les sueltan todos los demonios que uno tiene que buscar la forma para volverlas a conquistar, valerse de muchos artilugios; no sé, hasta hablarles bonito para que se pongan modositas.
Esperé y esperé y nada, por más cariños que yo le hacía. Hasta le decía:
-Ándale, Finita, recítame un poema. No seas mala. Mira: si lo haces te voy a traer más compañeras.
Incluso le invité un trago, le canté un pedacito de la canción de José Alfredo Jiménez: “Me cansé de rogarle, cansé de sufrir y en el último trago…«
Tuve que ser un imbécil el día que por tarugo la Lidia me vendió la idea de la pluma infinita. Nómbre: ya me veía yo escribiendo el mejor de los poemas. Recuerdo que llegué a la casa y senté la pinche pluma en la sillita que también le merqué a la Lidia dizque pa’ que la pluma infinita estuviera cómoda.
La Lidia se valió de sus artilugios. Nomás me quedé con la cara de imbécil que me cargo porque Finita al tercer mes ya no quiso cooperar.
Del negocio, ni hablar.