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Arte y vida

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Letras

Parsifal

[Serapio Baqueiro Barrera]

(Especial para el Diario del Sureste)

La historia es el arte por excelencia porque realiza el milagro de resucitar la carne e inmortalizar el espíritu.

Digo arte y no ciencia porque en el gran vocablo arte está implícita la idea de lo plástico, porque crea ritmos que se expanden en movimientos y en gracia que es Vida… Pienso en el eurítmico cuerpo de la Venus de Mileto, en el formidable Moisés miguelangelesco, en la divina sonrisa de la Gioconda de Leonardo de Vinci, el magnífico, y también en la Novena Sinfonía de Beethoven porque es un poema con alas…

Los primitivos cronistas medioevales –memorialistas monótonos– iban hacia donde yacían hacinados los grandes bloques de la arcilla humana y echándoselos a cuestas los trasladaban hasta los limbos de la esterilidad… hasta que fueron descubiertos por los historiadores artistas y con la varita mágica de su estilo devolvieron a los inertes seres una vida tal vez más intensa de la que tuvieron antes, poniéndolos en comunicación con nosotros los que todavía no hemos sufrido el mareo que debe causar a los recién muertos el balanceo de la fúnebre barca de Caronte.

Para estos historiadores –psicógrafos– no tienen importancia alguna las fechas ni los lugares en donde nacieron los personajes, lo interesante, lo esencial para ellos, es presentarlos con sus vicios y sus virtudes, con sus trajes y sus costumbres, con sus defectos físicos o su perfecta hermosura, tal Napoleón el Grande con su mechón capilar apelmazado sobre su amplia frente de ambicioso…

Pero antes, mucho antes que estos modernos historiadores artistas, el crítico francés Saint-Beuve había escrito: “No existe para mí lectura más interesante e instructiva que la biografía de los grandes hombres, nutrida de datos para saber cómo fueron en la intimidad, en qué forma amaron y pensaron, para saber sus pequeñeces de alma o sus grandezas de pensamiento y el terreno ambiental en que vivieron.”

Este procedimiento siguieron los hermanos Goncourt al escribir la historia de las grandes cortesanas de la época del Rey Sol y de su hijo Luis XV el refinado, que impuso la ley de la moda hasta en los más insignificantes utensilios domésticos. Todavía las mujeres elegantes del presente caminan empinadas sobre los tacones al estilo de las cortesanas que florecieron en este tiempo de la Francia que iba rumbo al bizantinismo.

Los Goncourt fueron más bien reconstructores de esta época; grandes decoradores que preparaban sus cuentos de hadas, exponiendo en un amplio escenario telas de encajes, abanicos y cintas multicolores, cinturones de Venus y frascos de esencias, que nos informan maravillosamente del gusto predominante de aquel tiempo de elegancias y, cuando terminaban este trabajo de utilería teatral, hacían surgir sus figuras ataviadas con todos estos menesteres indispensables para presentarse en la corte con esplendor nunca visto, tales como la Montespan, Pompadour y la delicada, púdica y orgullosa princesa Lamballe.

Pero las descripciones de Marcel Schomb y Emil Ludwig son únicas cuando nos hacen los retratos en unas cuantas líneas; vemos resurrectos al Dante y Miguel Ángel, a Napoleón y Savonarola, en carne viva y en espíritu inmortalizado surgen ante nosotros evocados por estos animadores que en el seno de la muerte encontraron la fuerza de la Vida…

Oh, si hubieran conocido a Cuauhtémoc, nuestro sublime héroe nacional, tal vez nos hubieran dicho que cuando lo estaban torturando y exclamó “Por ventura, ¿estoy en un lecho de rosas?”, el alma se le salió y permaneció junto a él abanicándolo con sus alas para que no sintiera el ardor de las mordidas de las llamas y de este modo hubieran trazado el retrato psicológico de aquel hombre legendario que ceñía sus sienes con una diadema florida de grandes plumas multicolores y calzaba sandalias de oro.

 

Diario del Sureste. Mérida, 12 de octubre de 1934, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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