VIII
SOMEBODY TO LOVE
Desde lejos se veía el grupo de cadeneros, vestidos de negro, resguardando a medias la puerta de acceso. Sus cuerpos esbeltos y de baja estatura no evocaban para nada el estereotipo de guardia de seguridad de un antro. Más bien, tendían a adoptar un gesto cómplice, como si pagar el cover comprara también su silencio.
Las paredes rosas, y sobre todo la bandera de arcoíris, son sólo para exteriores. Una vez adentro, la decoración iba de la sobriedad más minimalista del lounge hasta el extremo del kitsch, sin nada que particularice o explicite el giro del lugar. Como en cualquier sitio, sólo se trataba de pasarla bien, de crear un ambiente cómodo, divertido, agradable: ese espacio adecuado al que uno quisiera volver.
Entre las mesas, el fluir de los meseros, los vasos y hielos, las palabras se iban impregnando en el aire, creando imágenes desdibujadas de una serie televisiva cuyos capítulos ocurren siempre en torno a una cubeta de cervezas o una botella de vodka:
I kissed a girl and I liked it,
the taste of her cherry chapstick…
–Es que me dice: eso de ser gay es una moda, ya se te va a pasar. Por supuesto que se me escapó la carcajada y se encabronó, o sea, no es como que me compre unos pantalones hoy y mañana los regale. Ay, ya mamita, no es tan horrible, preferirías que fuera una drogadicta o una alcohólica…
–Pues borracha ya eres, no le des más opciones.
–¡Cállate! Lo peor es que no me contestó… Se fue a su cuarto a llorar.
–Equis, luego se le pasa. A mí al principio sólo me arrastró al psicólogo y, ya ves, ahorita consiente a la chata más que a mí.
–Es que tú te pasas, wey, y tu mami que es tan linda…
El ritmo de la música rebotaba en las paredes rojas intercaladas con paneles de espejos. A pesar del estruendo, nada impedía que las chicas intercambiaran confesiones de cualquier tipo. Era como una reunión en casa, como estar en torno a la cena de todos días en la cocina, coincidiendo para compartir las buenas o malas nuevas de la jornada. En sus rostros resplandecía una alegría indescifrable que quizás surgía del sentirse libres, sin una gota de maquillaje en el rostro, sin mil afeites en los cabellos, sin las uñas de gel larguísimas y torpes, sin la microfalda o el vestidito a la mitad de los muslos. En ellas había algo de espontáneo y natural que no conocía las poses forzadas de los tacones ni de las reconditeces en los bultos de piel.
Us girls we are so magical, red lips, soft skin,
so kissable…
too good to deny it…
–Y antes de venir, que vuelve la burra al trigo: ¿y así vas a salir?
–Sí, ¿por?
–No, nada, por qué no te arreglas un poco más, si fea no eres… Qué tal que conoces a alguien.
–Ya conozco a «alguien», y estoy muy bien.
–Yo me refería a UN alguien, no a UNA alguien.
–¡Eso te dijo, wey!
Por entre los aspavientos de sus manos blancas, las risas se filtraban hasta transformarse en un curioso tintineo. En sus muñecas no resplandecían accesorios dorados ni argénteos, sino el tono casual–infantil de las pulseritas de plástico, hilos trenzados o ligas de colores, y unos enormes relojes modelo deportivo. Lo mismo que sus manos, sus cabellos vuelan sueltos sin mayores límites, simplemente sujetos con una liga discreta o con la frescura de llevarlo corto y suelto. Sus miradas apenas se salían del círculo de la mesa y, cuando lo hacían, era para pedir más hielo o bebidas, para ver qué otra conocida del gremio llegaba al antro y con quién, era como si tuvieran ya asegurada la llegada de toda la comunidad gay meridana.
La gente me señala, me apunta con el dedo,
susurra a mis espaldas y a mí me importa un bledo…
–No se trata de que nosotros queramos un mundo aparte. Yo quiero vivir en este mundo, pero sí sólo es para que me estén jodiendo, mejor me creo el mío, ¿no?
–¿Y cómo no quieres que seamos un «grupo cerrado» si la sociedad no está «abierta» a nosotros?
–La verdad es que a mí me da mucha hueva todo eso. ¿No me quieres ver? Pues ve y chinga a tu madre por otro lado, porque yo aquí estoy y no me voy a ir.
–¡Ay, pero no te pongas violenta, querida!
A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga,
yo soy así, así seguiré,
nunca cambiaré…
Unos cuantos metros fuera de la ciudad y la noche se vuelve aplastante. Pero es la consigna, la mayoría (si no es que la totalidad) de los antros gay se encuentra afuera de la ciudad, en el periférico, ubicación por demás estratégica para decir «Aquí no entras», «De aquí no pasas», «Quédate ahí, afuera», «No hay un sitio para ti y tus perversiones». De ese otro lado, del lado de la carretera oscura y los hoteles de paso, la clandestinidad; sólo de ese lado puede concebirse la existencia de un sitio de entretenimiento dirigido a una comunidad que ha decidido no atenerse a la regla general. De pronto han surgido dos que tres bares en medio de la plenitud del Paseo Montejo o Prolongación; sin embargo, en cuestión de meses, si no es que antes, presentan «muchas irregularidades» y son censurados. En pleno siglo XXI, esta ciudad continúa relegando a la periferia el centro de un grupo inadmisible para la imagen de tarjeta postal que quiere vender de sí misma.
No se puede corregir a la naturaleza,
árbol que nace doblado, jamás su tronco endereza…
–A mí me cae requetemal el estereotipo, la banderita de colores y demás chingaderitas. ¿Por qué no puede ir por la calle así y ya, por qué tienes que estarle diciendo a todo el mundo que eres gay? Si no te dicen que eres closetero. ¿Cuándo has visto que un hetero llegue y te diga: «Hola y mucho gusto, soy Roberto y no soy puto”?
–Ay, a mí sí me parece coqueto, o sea, no es lo mismo que seas gay de ambiente a que sólo seas gay o a que seas de clóset.
–De todas formas, se te nota lo puto de aquí hasta Progreso.
–Pero eso es una cosa y otra que te guste el ambiente, o sea, cuidar cómo vistes, a dónde vas… Los detalles son importantes. Bueno, a mí me gusta mucho la moda, por ejemplo.
Conforme avanza la noche, sus manos se vuelven más fluidas, más volátiles, como un aleteo de aves clandestinas aprovechando la media luz para emprender el vuelo bajo. Sus camisas exhiben una pulcritud curiosa signada por los detalles, el logotipo de la marca sonriendo de más, al igual que en los pantalones, los zapatos, el cinturón, la billetera. Hay un cuidado extremo, meticuloso y bien pensado que los dota de un aire galante, sin dejar el tono casual, como si en ese equilibrio se garantizara una discreción ambigua.
El centro del escenario, que hasta entonces había permanecido a media luz, se ilumina de pronto, acompañado por una voz en off que anuncia a todo pulmón la presencia de los comediantes. Las mesas delanteras aplauden y silban con efusión, mientras las demás cumplen sólo con el protocolo, para luego retomar la conversación donde se había quedado.
–¡Nada que ver! A mí no me gustan las locas, lo que yo quiero es un hombre en serio.
–Eso dices ahora, pero quién te viera llorando por Marquitos.
–Con él era sólo putería.
–Pues sí, pero era la más loca de todas y para ser sólo putería, ¡cómo lo lloraste!
–Bueno, pero ahora, yo hablo de ahora.
–Ay, mira ese que acaba de entrar, se ve que es tremenda…
–¿No es el que andaba con Fer?
–Y con Alex y con Carlos y con, ¿cómo se llama?, el de Santa Ana
–¡Ah, Richi!
Un coro de carcajadas cada vez más contundente anulaba cualquier posibilidad de comunicación. Los hombres elaboradamente vestidos de mujer que se disputaban la palabra ante los micrófonos participaban también de un dos a dos por ver quién lanzaba la anécdota más ofensiva, el chiste más vulgar, el exhibicionismo de las limitaciones sexuales del otro, el sometimiento más humillante de que hayan sido objeto. El público celebraba con entusiasmo aquellos lances de humor donde no había cabida para las ambigüedades o las medias tintas. Conforme va subiendo el tono de los chistes, las improvisaciones empiezan a ser arrojadas sobre el público: que si al señor diputado local le gusta de puntita, que si al magistrado lo cambió su marido, que si la del ayuntamiento viene con su nueva sobrina… Como en la lógica del mundo al revés, la carnavalización hace aquí tabla rasa para endilgar el mote literalmente a cualquiera, para sacar a la luz policroma del antro los secretos a voces de la intimidad política yucateca.
I want your drama, the touch of your hand,
I want your leather studded kiss in the sand…
Después de una hora más o menos, el centro del escenario era cedido a un grupo de cinco hombres fornidos que danzaban sensualmente en el proscenio. Si bien sus cuerpos estaban perfectamente definidos en cada músculo y miembro, había algo en su atuendo que desentonaba, era algo en la uniformidad de las tangas anaranjadas brillosísimas, o en los botines negros que definían sus pasos. Paulatinamente se fueron retirando de la pista, dejando el espacio libre para la gente que quisiera bailar ahí arriba. En medio de las luces de colores, las sombras y el humo artificial todo puede suceder: se derriban todos los límites y prejuicios, los grupos de amigos se mueven sin complejos al ritmo del beat, las parejas se olvidan de la ciudad en la que no pueden ir por las calles demostrándose su amor públicamente y aprovechan la complicidad del antro para intercambiar caricias y besos.
–Es que todos piensan que uno va al antro gay a….. no sé… a algún tipo de práctica perversa, no sé qué se imaginan.
–A mí no me encanta el ambiente, pero no hay otro lugar donde pueda estar con mi novia y que no nos estén mirando como bichos raros, o sea, ni imaginar estar en un café, por ejemplo, y que nos agarremos de la mano, mucho menos besarnos.
–Sí, es muy incómodo.
–Lo mejor es reunirse en casa.
–Si yo tuviera lana, pondría un café o barecito gay en el mero centro.
I want your psycho, your vertical stick…
I want your love and I want your revenge
You and me could write a bad romance
En torno a la barra se había congregado un grupo de chicas, varias de ellas con blusas a cuadros, pantalones de mezclilla y tenis. Ahí, de pie, permanecieron largo rato, bebiendo cervezas, platicando, mirando a otras chicas que bailaban en la pista o pasaban hacia los baños. Había algo de masculino en sus miradas, sin llegar a ser tosco, era como parte de un idioma local que uno apenas logra comprender a través de la observación. Entre ellas había una especie de código para señalar con discreción, como si el flirteo tuviera que adquirir las estrategias del espionaje para no caer en la vulgaridad de lo obvio.
–¿Quién es la que viene con Andrea?
–No la vi bien. Creo que es Ana.
–¿Pero no Ana andaba con Abril?
–Sí, pero la dejó por Meche.
–Pero Meche estaba con Lucía, ¿no?
–Estaba, es que Lucía se metió con la ex de Andrea.
–¡Cuál de todas!
–La huera esa… la capitana del equipo de fut.
–Ah, Sofía… ¿no anduviste tú también con ella?
–Equis, wey…
It doesn’t matter if you’re black or white
If you’re a boy or a girl…
A pesar de las luces, la noche parecía adentrarse poco a poco entre las mesas y las sillas, los grupos se habían dispersado hacia los rincones que acogían el estreno de la conquista amorosa o la reconciliación. Las botellas acumuladas en las mesas habían dejado de ser suplidas por unas llenas, mientras las confesiones caían ya en la tristeza del desamor o el desencanto, en las promesas de venganza o los empeños de la reconquista. Los pasos tambaleantes apuntaban hacia el estacionamiento, y las palabras a las promesas de guardar silencio o asegurar que las condiciones eran óptimas para conducir.
Ante la contundencia del cielo oscuro y los cuchicheos atropellados, queda siempre una sonrisa, en parte cómplice, en parte divertida, ante la certeza de que a la mañana siguiente todo se habrá olvidado. Adentro del antro, todavía repiquetea una canción que sintetiza el sinsentido de tener que asistir a un sitio remoto para demostrarse o buscar un cariño raro.
I just need somebody to love…
Karla Marrufo
Continuará la próxima semana…