Perspectiva – Desde Canadá
XXVII
Cada día es una experiencia, un aprendizaje, siempre y cuando tengamos la disposición para ver lo que nos acontezca de esa manera. Como corolario, es sumamente sencillo perder de vista todo lo que se nos ofrece para aprender todos los días, tanto a través de nuestros sentidos como de nuestras introspecciones.
Esta será la primera Navidad e inicio de año en mi vida que estaré lejos de mi familia, a dos países de distancia, con miles de kilómetros entre nosotros. Además, habrá transcurrido un año desde que me mudé a este país, por motivos de trabajo, sin verlos en todo ese tiempo.
Tal vez algunos de ustedes vean esto como lo peor que pudiera haber sucedido y más si agrego que no solamente no estaré con ellos, tampoco se ve una fecha próxima en el horizonte para que pueda viajar y verlos de nuevo. A este tipo de pensamiento se asociarían entonces sentimientos negativos, depresión, y pasaría entonces estos días sumido en mi desánimo.
Con los años, y con tantas metidas de pata que he cometido en mi vida, me he hecho a la costumbre de ver lo bueno en todo lo que me pase, aunque esté revestido de aparente negatividad, identificar qué me está enseñando esa experiencia. No solo ha sido la manera de sobreponerme a sucesos difíciles, en realidad ha servido para templarme y mejorar mi actitud.
Así pues, esta será una Navidad diferente, y tan solo por eso será una ocasión memorable. Mi familia está en mí y yo en ellos, y todo esto es temporal.
A unos días de que oficialmente llegue don Invierno, el día de hoy en Long Sault ya estuvimos a -16⁰C, con sensación térmica de -22⁰C, temperaturas extremas para un hijo de los trópicos como resulto ser.
En este clima, tan diferente al que he vivido toda mi vida, en esta época del año necesariamente debes abrigarte y, según los nativos, lo mejor es hacerlo por capas: mientras más baja la temperatura, mayor la cantidad de capas aislantes.
Un detalle interesante en todo esto es que, a menos que las carreteras no sean transitables debido a la nieve, todo mundo continúa su vida normal.
Me resulta gratísimo, por ejemplo, observar a mi vecino de la casa de enfrente salir todos los fines de semana a comprar su café acompañado de sus hijos, el mayor acaso con seis años, todos bien abrigados, como si nada, forrados de la cabeza a los pies.
Otro detalle interesante que he podido observar es que, cuando hay sol, no importa cuán baja sea la temperatura en el exterior: hay que salir a caminar un poco, estirar las piernas, y dejar que el sol acaricie la superficie de nuestra piel, expuesta o de manera indirecta (debajo de las múltiples capas).
Como en todo el mundo, estamos en medio de un rebrote de COVID-19 en la provincia de Ontario; aunque la mayoría de los casos está muy focalizada (Toronto y Peel siendo los más golpeados), también en esta zona (Morrisburg, Cornwall, Long Sault) los casos activos duplican los peores números de inicios de la pandemia y el semáforo (que aquí y en todo mundo sí es relevante, y no como dice el rollero López Gatell) ha pasado del amarillo al naranja.
Las autoridades provinciales han pedido a todos que en los festejos familiares de estas dos semanas únicamente participen aquellos que viven en la casa, y nadie más.
En vista de lo anterior, mi familia y yo seguiremos las instrucciones al pie de la letra: nos seguiremos comunicando por videoconferencia, y ellos estarán en sus casas, y yo en la mía, hasta que podamos vernos de nuevo en persona.
Desde esta perspectiva, todos deseamos regresar a la vida que teníamos antes de que la sopita de murciélago nos trastocara la rutina. Nos toca poner de nuestra parte y, sin duda, encontrar el aprendizaje en todo esto.
Cuidémonos, que ya se asoma la solución en forma de vacuna.
S. Alvarado D.