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Imelda Meraz
Abro los ojos y le doy gracias a Dios por un nuevo despertar.
Volteo y no te veo; no siento tu cuerpecito frágil y calientito
que siempre amanecía a mi lado.
Tu partida me causa mucha tristeza, mucho dolor, pero al
saber dónde estás, estoy más que recompensada.
Pensar en ti, Yaretzi, es como observar la caída de una pluma tan delicada…
Te siento en mi rostro suavemente, me acaricias…
Y te amo cada vez más y más.
Mi corazón te grita…
¡Anhelo tanto abrazarte!
Cierro mis ojos y mi deseo se cumple.
Así es como vive mi corazón.