PRIMERAS LETRAS
III
Con uno de sus ojos en la mano, supuso que jamás volvería a verse igual; pero eso no era lo importante, porque ahora ella lo miraría de otra forma.
Esa mujer de repugnante belleza lo era todo, como un elíxir que lo mantenía conectado a la felicidad. Juan estaba convencido y, a pesar del dolor, la ceguera y la sangre que le corría por el rostro, agradecía que ella estuviera ahí con él: con su vestido rojo, su sonrisa, su mirada radiante que delataba su emoción.
Lo había conseguido.
Ella le limpiaba la sangre que escurría. Miró fijamente a su amado y, tomando el ojo en su mano, le dijo: “Acepto. Quiero casarme contigo.”
Xarón Doo