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Américo Menéndez Mena

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Letras

Américo Menéndez Mena

Parsifal

[Serapio Baqueiro Barrera]

Atraía poderosamente la simpática figura de este intelectual de los claros ojos verdes, de los ojos color de mar en calma. Hablaba suavemente porque parecía que siempre hacía presa en su corazón una emoción profunda que le inspiraba las tristezas de la vida, el dolor de los vencidos.

Y sonreía siempre, hasta cuando hablaba de los más trascendentales problemas sociológicos; sonreía siempre como para enguirnaldar sus palabras con luz de esperanza.

Porque, sin embargo que se había espinado el alma palpando la realidad, nunca perdió la fe, una fe ardiente en el advenimiento de un tiempo de justicia; en la renovación social, en la transformación moral de los hombres, en una transición ineludible de lo malo, de lo corrompido, a la estabilidad de una pureza de costumbres y de cánones sociales impecables.

Idealizaba una futura arquitectura moral como un utopista, porque tenía mucho de poeta y de soñador.

En un período aciago de nuestra política regional, cuando era considerado como el más negro, como capital pecado, hablar en voz alta de libertad; cuando era un delito horrendo pedir justicia para los oprimidos, Américo Menéndez Mena, con un gran valor personal sólo comparable a su valor civil, acusó ante los tribunales oficiales a los poderosos que hacían sufrir bajo su férula despótica a las clases humildes y trabajadoras, haciéndose el paladín invulnerable de sus derechos. Y sus alegatos jurídicos, que no podían ser violados con vulgares chicanas, fueron archivados para que las carcomiera el silencio… No se les podía aplicar los autos acostumbrados, dispensadores de “gracia”, para favorecer los intereses de los altos predicadores de la ley.

Sobre sus alegatos preclaros de justicia, se hizo al silencio y alguna vez, al pie de ellos, jueces venales dictaron ridículas reprimendas.

Entonces el infatigable defensor ocurrió ante el Tribunal de la opinión pública. Y se transformó en periodista viril; en un estilo conciso, claro, limpio de alambicaciones retóricas, pero vibrante de indignación, delató abusos de toda clase, denunció injusticias y estigmatizó a los políticos influyentes que los cometían.

Y el hombre valiente y justiciero fue perseguido con peligro de su vida, pero él imperturbablemente seguía cumpliendo con fervor su misión de bien. Una vez, en plena vía pública, fue plagiado por los esbirros de sus poderosos enemigos; lo ocultaron en un sitio lejano para que su voz no perturbara las maniobras maquiavélicas.

Pero volvió a surgir, más intransigente que nunca; su voz era impecable en la demanda de derechos para los oprimidos. Y esta actitud gallarda de paladín lo definió moralmente, con más elocuencia que un panegírico….

Murió en el apogeo de sus facultades morales e intelectuales. Se asegura que, más que una dolencia física, lo mató un gran dolor espiritual.

Yo no lo dudo, porque Américo Menéndez Mena tenía por corazón un vaso rebosante de amor y sabía sufrir en silencio, con los brazos abiertos en cruz.

Mérida, Yuc., enero de 1937.

 

Diario del Sureste. Mérida, 29 de enero de 1937, p. 3.

[Compilación de José Juan Cervera Fernández]

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