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Aliento poético

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José Juan Cervera

El surgimiento de revistas estudiantiles suele combinar entusiasmo, vocación de aprendizaje y otro ingrediente fundamental que remite al deseo de expresar aquello que no encuentra un cauce adecuado en otros espacios y, aunque esto vale sobre todo para sus editores, el buen ánimo que los impulsa puede contagiar al público inmediato constituido por sus pares. Quienes promueven publicaciones al calor de esas expectativas descubren muy pronto que, según su contenido y el contexto en que circulan, recibirán el favor o la indiferencia de sus destinatarios.

Algunas logran patrocinios decisivos para mantenerse a flote, pero lo más común es que obtengan el apoyo de alguna instancia cercana, como ciertas figuras organizativas ya existentes al modo de las que gestionan asuntos de interés para la comunidad de estudiantes. Así, entre abril y diciembre de 1988 aparecieron cuatro números de La Sequoia Dialéctica, iniciativa de un puñado de jóvenes de la licenciatura en Antropología Social de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY. Uno de ellos era representante de grupo ante el consejo estudiantil y de esta manera pudo allegarse algunos paquetes de hojas de tamaño doble carta almacenadas en un pequeño cuarto que guardaba insumos de papelería. En ese entonces no existía una presidencia de alumnos porque no habían logrado penetrar en el plantel las federaciones que ejercían control corporativo sobre los de otras escuelas.

Con la autorización de usar el mimeógrafo que servía para elaborar avisos y para reproducir materiales como las guías de estudio destinadas a los aspirantes a ingresar en la carrera fue posible preparar el tiraje de los ejemplares. Sin embargo, el último producto de esta incipiente organización periodística consistió en un número especial que recopiló textos de aliento poético reunidos entre los estudiantes de distintos grados y especialidades de la facultad, labor que facilitó en cierta medida la matrícula general del centro universitario porque apenas excedía el centenar de alumnos inscritos. Aun en dicho contexto es probable encontrar personas que cultiven ese género, porque las humanidades y las ciencias sociales motivan a explorar el mundo material y las interioridades subjetivas que dan sentido a su escritura.

La edición extra se distinguió de los números ordinarios porque, mientras estos mostraban el formato ya señalado, la antología poética se ciñó al tamaño carta, impresa en una sola cara. Se denominó Convulsiones/Firmamento, título que jugaba con la ambigüedad de las experiencias que crispan la vida con hechos inesperados, pero a la vez pueden traer momentos de serenidad cuando permiten contemplar la bóveda celeste e interrogarse acerca de todo lo que ella puede abrigar. Abajo del nombre añadía entre paréntesis: “Otro fruto pecaminoso de La Sequoia Dialéctica” (el sustantivo se modificaba ligeramente en cada número sin alterar su semántica, como ejemplo de los caprichos y las variaciones del lenguaje).

Este impreso fechado en enero de 1989 ostentó como portada un dibujo de Lilia Fernández Souza, hoy reconocida como arqueóloga de prestigio. En cuanto a los textos, algunos sorprendieron a sus lectores por ignorar que quienes los suscribieron ejercieran la pluma en este ámbito eminentemente introspectivo, aunque en realidad el potencial de sus contenidos temáticos y sus desarrollos estilísticos es prácticamente ilimitado. De esta forma, Armando Arcia recrea en uno de ellos la relación que los choles entablan con la madre tierra en su Chiapas natal, y en otro funde impresiones oníricas con sentimientos amorosos en un llamativo equilibrio. Con soltura, Irving Berlín Villafaña brinda un escrito de sensibilidad moderna dividido en dos partes, como primicia de una serie inédita, en tanto Fidencio Briceño Chel comparte un poema bilingüe (maya-español); este aspecto y la calidad de su hechura enriquecen el conjunto del impreso con la dignidad intrínseca de la lengua materna.

Carlos Cortés Trejo toca también el vínculo telúrico que mueve hondas impresiones entre los moradores del campo (“Las plantas, hijas de la tierra y del agua, / manifiestan a la soleada brisa matutina / con dulce y muda sonrisa su alegría”). Con tres textos, Jaime López Andrade conjura estados de malestar profundo y expone un inventario carnal con ecos filosóficos. Saulo de Rode Garma Pool reúne cinco escritos breves con aderezos de tiempo y olvido, de espejismo, insomnio y deseo que invaden la falsedad con que la existencia puede mostrarse ante el mundo. Por último, Jaqueline Valencia Pérez esgrime un alegato afectivo que sustenta en la necesidad de despertar la conciencia en un medio en que las relaciones sociales impiden acuerdos bien avenidos e imponen tributos amargos cuyo efecto es alejar al ser amado.

Con las décadas transcurridas desde entonces, algunos de los autores de aquel recuento poético cuentan con libros publicados, han obtenido galardones literarios y colaboran en publicaciones periódicas y en otros medios de difusión. Otros acaso vivan la poesía tal como la conciben, conduciendo con ella acciones de intensidad suficiente para recomponer lazos con la calidez de los orígenes.

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