Arte
El pasado 7 de diciembre se abrió al público, en el museo Kaluz de la Ciudad de México, la exposición Alice Rahon. Impresiones, que se podrá disfrutar hasta el 8 de abril de 2024.
Entre los muchos aspectos interesantes que presenta la muestra, cuyo curador es Daniel Garza Usabiaga, se encuentra el lazo conceptual que éste último establece entre la obra de la pintora y las artes de los pueblos originarios de América.
Sin duda, es en parte por ello que casi al inicio de la muestra se puede disfrutar de algunas escenas filmadas durante el famoso viaje que tanto Paalen, Alice Rahon y la fotógrafa Eva Sulzer realizaron a la provincia de British Columbia en Canadá, en 1939, en búsqueda de objetos artísticos y rituales de las culturas Haida, Tlingit y Kwakwaka’wakw.
Como se sabe, fue después de este viaje que el peculiar trío llegó a México, evento que es evocado en la exhibición a través de un audio en el que se escucha a Rahon hablando con su suave acento francés sobre lo que significó para ella el contacto con nuestro país.
Es significativo que al hablar de la invitación que le hiciera Frida Kahlo para venir a México, Rahon no dude en definirla como “pintora surrealista”, alineándose con lo que pensaba de ella André Breton. En efecto, Breton veía en la pintura de la célebre coyoacanense un ejemplo elocuente de lo que entendía por “modelo interior”, un concepto al que la pintura de Rahon, por su anclaje en lo poético, también corresponde perfectamente.
Más adelante en la muestra, la voluntad de reafirmar la relación de la pintura de Rahon con el universo estético y simbólico de las culturas originarias se hace cada vez más evidente, empezando por un pasillo, que algo tiene de iniciático, donde están expuestos algunos números de la revista Dyn en la que contribuyó activamente la poeta y pintora, y cuya aparición marcó el distanciamiento significativo, aunque momentáneo, de Paalen con Breton.
Dicho pasaje, al fondo del cual parece brillar el cuadro Las verticales del sueño, de 1955, parece invitarnos a conocer los parajes interiores de los que surgió la obra entera de Rahon. Al dirigirse hacia esta obra, se tiene la posibilidad de proseguir directamente hacia ella o bien de girar a la izquierda o la derecha, para penetrar en una u otra de las salas que conforman la exhibición, como si se tratara de aquellas encrucijadas típicas de mitos y cuentos de hadas.
Al escoger el camino de la izquierda, se penetra en una sala en la que la pintura de Rahon se entremezcla con objetos de las culturas originarias de Estados Unidos y Canadá. En este contexto, destaca particularmente la obra Happy Hunting Grounds, de 1946, la cual, como su título indica, nos remite a los rituales y creencias ligados a la caza “primitiva”.
En ese sentido, es también significativo que en las salas siguientes que se abren a la derecha del pasillo “iniciático”, en la primera de las cuales se destaca la serie del Ballet de Orión, alusiva tanto a la astrología como a las figuras del Tarot, se haya incluido una pieza –verdadero objeto de arte mágico como lo entendía Breton– realizada entre Alice Rahon y Wolfgang Paalen, alrededor de 1946, en homenaje a Antonin Artaud, quien fuera el primero de los surrealistas (aun si entonces ya había sido expulsado del grupo) en visitar nuestro país, en 1936, en búsqueda de una curación interna a través de lo que él concebía como el “espíritu” indígena.
Más adelante en la exposición, el curador ha incluido obras de la pintora Lilia Carrillo y del pintor Gunther Gerzso para compararlas con las de Alice Rahon lo cual, no hace falta decirlo, apunta al interesante capítulo de las relaciones entre la presencia de los surrealistas en México, el primitivismo, el “modelo interior” que defendía Breton y el auge de la pintura abstracta en México y Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, problema que, por supuesto, dejaremos aquí de lado.
Por último, es significativo que en el “camino misterioso” (Novalis) que lleva hacia las capas más profundas del ser, Alice Rahon, en su Tapiz de Melusina, de 1960, evoque en forma abstracta al “hada” mitad mujer – mitad serpiente de la región francesa del Poitou, a quien Breton consagrara su libro Arcane 17, profetizando la subida del poder femenino, después de la Segunda Guerra Mundial y cuyo espíritu, entre luz y sombra, entre agua, tierra viento y fuego, parece estar en total concordancia con la “pintura de cuevas” que transita entre la poética de la Naturaleza y el llamado de los orígenes a la que nos hace participar la exposición a la manera de un ritual ancestral.
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU