Perspectiva – Desde Canadá
XVII
Hace tres días, el verano inició oficialmente en el hemisferio norte, mientras en el hemisferio sur inició el invierno. En ese mismo día, la duración de la luz diurna fue la máxima en el año y, en contrapelo, la noche tuvo la menor duración posible.
En mi tierra, Mérida, inicia la estación del año en la que el calor se hace sentir, acompañando a las lluvias vespertinas; las amenazas de huracán son monitoreadas muy de cerca, y la migración hacia las playas es masiva, como el consumo de bebidas espirituosas e hidratantes, las idas al béisbol, así como los eventos familiares y amistosos asociados a las piscinas, todo para paliar las temperaturas estivales.
Y a todo esto, ¿dónde se fue la primavera? ¿Cuánto pudimos disfrutar que las flores se vistieran de gala, de las mañanas frescas con resabios de invierno, de escuchar nuevamente el canto de los pájaros, y la lenta, pero constante, ligereza en nuestras vestimentas?
Medio año ha transcurrido frente a nuestros ojos sin que hayamos podido disfrutarlo, encerrados, preocupados y ocupados en sobrevivir, intentando no caer en el desánimo y pesimismo, muchos intentando conservar el ingreso que permita mantener a sus familias.
Todo este año 2020 ha sido, como el título de la serie de libros de Lemony Snicket, “Una serie de eventos desafortunados”, y conste que no me refiero a la penosa actuación del gobierno de la T4 –que viene trastabillando desde que tomó posesión, agregando incertidumbre económica a nuestra vida actual–, sino a la manera de vivir que hemos debido adoptar ante la pandemia.
Con la vida no se juega y, ante la ausencia de una vacuna, o la remisión de la virulencia del Covid-19, hemos debido cuidar de nosotros y, en particular, de aquellos que son más propensos a sufrir los estragos de este virus: nuestros adultos mayores.
Esto ha implicado alejarnos físicamente de aquellos que no pertenecen a nuestro núcleo familiar, adoptar hábitos sanitarios, limitar nuestra exposición social, minimizar nuestras salidas y trayectos, suspender viajes, además de obligarnos a estar bajo el mismo techo prácticamente todo el tiempo.
Sin asomos de solución aún, lo que nos queda es contribuir de la mejor manera posible al abatimiento y eventual remisión del virus, en aras de que podamos pronto regresar a todo eso que hemos tenido que renunciar temporalmente.
Mientras el Covid-19 se posesiona de nuestros sueños y aumenta nuestros temores, la Vida prosigue, y la primavera se escapó de nuestras manos, agobiados ante tanta incertidumbre.
Por estas latitudes canadienses, la primavera transcurrió rápidamente, como si la Naturaleza tuviera prisa por recuperarse del largo invierno, mostrar sus nuevos ropajes, y dar lo más pronto posible paso al verano. Los tulipanes tuvieron un período de floración muy breve, la temperatura invernal tardó en desaparecer, e incluso tuvimos nevadas nocturnas en marzo.
Los grises fueron sustituidos por una explosión de color inicial en varias tonalidades de verde. Al caminar por la ribera del río St. Lawrence, no me fue difícil imaginar a los hombres de Robin Hood en Nottingham, escondidos y camuflados con sus trajes, entre el follaje con que ahora se viste el bosque.
El calor, con alertas por su elevado comportamiento –al agregar el factor de humedad se llega a los 40 grados Celsius–, representa un marcado contraste con las temperaturas de meses anteriores y, en mi caso, es un agradable recordatorio de mi hogar, aunque aquí los ventiladores no son comunes.
Con todo lo que nos ha sucedido, y lo que aún nos falta experimentar en este aciago 2020, en estos momentos difíciles me parece que toma mayor relevancia aquello que Jesús de Nazaret nos dejó como filosofía de vida: “cada día tiene su afán”.
Desde esta perspectiva, cuando mucho de lo que nos habíamos propuesto ha sido cancelado o pospuesto, tal vez una buena terapia consista en prestar mayor atención a esos pequeños momentos que la Naturaleza que Dios ha creado nos regala. No comamos ansias, ni nos preocupemos de más.
Apreciemos los colores, el paisaje, el medio ambiente, las maravillas que captamos a través de nuestros sentidos, a la gente que nos rodea, y luego consideremos que están ahí por una razón, y que también lo que estamos viviendo tiene una razón de ser. Acaso de esta manera nos sea más llevadero este aislamiento.
S. Alvarado D.