Inicio Cultura Alan Glass ¿y la melancolía?

Alan Glass ¿y la melancolía?

0
0

Visitas: 0

El pasado jueves 17 de abril se abrió al público en general en Montreal, Canadá, la exposición Mondes et merveilles: Le voyage surréaliste d’Alan Glass – Worlds of Wonder: The Surrealist Journey of Alan Glass, fruto de la colaboración entre el Museo de Bellas Artes de México y el Museo de Bellas Artes de Montreal (Musée de Beaux-Arts de Montréal).

Dentro de las actividades ligadas a la exposición, tuvo lugar, el 16 de abril, la mesa redonda En toute intimité avec Alan Glass (En toda intimidad con Alan Glass) conformada por Guy Fournier, Élise Turcotte, Carlos de Laborde, Benoît Chaput y Elizabeth Otto.

Las impresiones compartidas en la mesa fueron sobre todo de orden anecdótico, ofreciendo un retrato entrañable del personaje tan extraordinario que fue el artista canadiense-mexicano, y revelando al público algunos de los aspectos más sobresalientes de su personalidad: su relación con el surrealismo, su amor por los objetos, su intimidad constante con el fenómeno del “azar objetivo”.

También se habló de su entrega total a su vocación de artista, indiferente a la fama, aun si el destino de su obra, en sí misma, le preocupara sobremanera. Si bien se puso de relieve que aquella vocación hizo que se mantuviera al margen de muchos de los comportamientos que se consideran “normales” en el mundo actual (nunca tuvo computadora, celular, o tarjeta de crédito), se insistió igualmente en su maravillosa capacidad de escucha y de apertura a otros, lo que hacía de él un amigo predilecto.

Después de la charla, una de las asistentes preguntó a los participantes de la mesa cuál era, en su opinión, el papel de la melancolía en la obra de Alan Glass. Un tanto sorprendidos, ninguno de ellos contestó de forma directa. Uno tiene derecho a preguntarse, sin embargo, si se puede descartar la reflexión de la auditora tan fácilmente. En la opinión de quien escribe estas líneas, hay, si no un carácter propiamente melancólico, al menos sí una tendencia a cierto tipo de nostalgia en la obra de Alan Glass.

Está, antes que nada, cierta predominancia del azul: si uno tuviera que recordar con los ojos cerrados la obra del artista, sería probablemente ese color que vendría a la mente, tanto porque regresa una y otra vez en sus cajas, como porque prepondera en sus magníficas acuarelas, evocativas de un mundo que evoluciona entre lo celeste y lo profundo de las aguas.

Se trata también de un color asociado con la persona misma de Alan Glass: el artista, de ojos azules, se vestía casi siempre con unas distintivas prendas, también azules, que recordaban un poco el atuendo de los artistas canónicos del periodo fin de siècle, en Francia. Contrastaban con el azul de su vestimenta y de sus ojos el color crema de su morral de lino, así como sus canas y barba blanca, que le daban a la vez cierto aspecto de sabio arquetípico.

Por supuesto, los objetos mismos que Alan Glass rescataba de los mercadillos y que utilizaba en sus cajas contribuyen a esa sensación de nostalgia: constituyen un ancla a un pasado que es a la vez histórico como evocativo de mitos, cuentos y memorias infantiles. A veces traducen una suerte de intimidad doméstica, aunque trasladada a la escala cósmica, en que se mezclan cielos estrellados y teteras azules propias de los relatos de Lewis Carroll.

Hay también referencias a personajes asombrosos de la historia como Isabel I de Inglaterra, la reina virgen. Por si esto fuera poco, existen alusiones directas al romanticismo alemán, a través de la pintura de Friedrich, por ejemplo. En un objeto como Espuma de luna, Bautizo del nuevo día encontramos una confluencia de lo lunar, lo femenino y el círculo romántico de Alemania, pues el vestido que lo conforma bien podría pertenecer a alguna de las grandes figuras femeninas de aquel período excepcional, como Caroline von Schlegel o Bettina von Arnim. Recordemos que Alan firmaba a menudo con la letra A seguida del dibujo de un cuarto de luna: suerte de pictograma que, leído en francés, recuerda el nombre de Alan: A lune. Piénsese igualmente en la diosa Diana de la caja Madera de vida-Baño de Diana. Tal influencia selénica mucho contribuye a la nostalgia que se despide de los poemas objeto de Alan Glass.

Sería difícil, en unas cuantas líneas, agotar los motivos que despiertan aquella sensación asociada con la remembranza en las obras de Alan Glass, pero, entre ellos, habría que contar cierta nocturna memoria “nórdica”, patente en sus recurrentes palacios de hielo, aun si sus cajas incluyen igualmente vibrantes referencias a tierras de otras latitudes como India y, por supuesto, México, su país de adopción (letreros populares, cohetes y fuegos artificiales, evocaciones de divinidades varias).

En todo caso, si hubiese que recurrir al psicoanálisis, freudiano o junguiano, para tratar de dar con el origen de esta atracción por cierto pasado imaginado, valdría la pena recordar aquí lo que decía Claude Arthaud en su libro Los palacios del sueño (Les palais du rêve) acerca de Luis II de Baviera: al igual que el rey constructor, Alan Glass parece haber sufrido de aquella irresistible inclinación hacia “ese azul que se conoce como de Francia […] color, del cual se dice que simboliza de manera puramente freudiana el apego a la madre […], aunque el azul y el blanco eran ya los colores heráldicos de Baviera, consagrada a la madre virgen.”

Haciendo hincapié en los textos de Gloria Orenstein ¿quién dudaría de la relación que Alan Glass mantuvo, como artista, con la “abeja reina”, tejedora de ensueños?

ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU

garciabrosseaue@gmail.com

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.