Letras
Rocío Prieto Valdivia
Es jueves.
Rebeca hamaquea las caderas al son de la música. A su lado tiene a su pareja, vestido con una camisa de algodón, sombrero estilo panamá; luce guapo, el aroma de su colonia embriaga aún más a Rebeca y, en señal de coquetería, con su mano derecha levanta su largo vestido, con su mano izquierda en la de su pareja en lo alto, hacen un giro, los pies de ambos danzan al ritmo de las olas del mar.
La tenue ventisca mueve su larga cabellera que, con el paso de los años, luce un manto constelado. Minuto a minuto, su cuerpo cansado se va despojando de la edad al ritmo de las notas del danzón. El tropical entorno los hace sentirse una pareja de jovencitos.
Voltean hacía a su lado izquierdo, ahí está el público, algunos los observan; en otros, la seductora manera de mover los pies de Rebeca los embelesa.
A ella nada le importa. Sigue el ritmo de la música, de vez en cuando voltea y ve a los ojos a Abraham, quien la contempla aún más embelesado. Hace más de díez años que son pareja, la gente no lo sabe y no tiene porqué saberlo; ellos son felices de seducirse cada jueves, como lo han hecho ya por más de treinta años.
Desde la primera vez que juntos iniciaron las clases de danzón, se amaron, se siguen enamorando en cada giro, siempre al ritmo del viento sobre sus rostros.