Letras
Santiago Burgos Brito
Después de haber leído el Trópico de Cáncer, de Henry Miller, preciso es que me enjuague el espíritu. Algo sucio pudo haber quedado, y supongo que los cálculos en el espíritu son de pronóstico grave. Recuerdo entonces que traje recientemente de México un libro de seriedad académica, austero y ponderado, y me dije: “¡Éste tiene que ser el mejor desinfectante para el espíritu, que aún no se olvida de las ‘ocurrencias’ de Henry Miller!” Y me di a leer, con toda la atención que se merece, el libro valiosísimo de Humberto Toscano, destacado filólogo ecuatoriano que se ha dado el lujo de que le editen en Nueva York una obra suya, en limpia prosa castellana, con un título de una sencillez admirable, con aromas de cátedra y seguridades de un maestro que sabe lo que dice y lo que hace.
El libro se titula Hablemos del lenguaje, y en verdad que Toscano nos ofrece en cada página una charla muy amena sobre cuestiones lingüísticas que, aunque no totalmente inéditas, son siempre interesantes. El maestro Toscano coloca en un cubilete gran número de palabras del idioma castellano, vuelca luego el contenido y, acariciando, acariciando amorosamente cada una de ellas, nos relata brevemente sus orígenes, su actuación en las sociedades de España y de América, su pequeña historia, que a veces se trae a cuento curiosidades peregrinas. Luce aquí la semántica en todo su esplendor, y nos damos cuenta de cómo las palabras, como los seres humanos, cambian de casaca, a través de los tiempos, variando frecuentemente su significado con la mayor frescura. Dóciles marionetas al servicio de las conveniencias de los hombres. Es el diccionario el que pasa los grandes apuros para recoger el resultado de esos avatares, disfrazando cada vocablo con cinco o seis definiciones, sin explicación alguna, lo que sería imposible, porque los diccionarios constarían de una cantidad asombrosa de volúmenes. El señor Toscano, en la breve y amena cátedra de su obra, quiere llenar esa omisión y, después de haberse torturado el cerebro, como Don Quijote, guía y mentor incomparable, se propone solucionar, en la mejor forma posible, esos problemitas del lenguaje que no dejan de ser a veces muy serios problemas.
Para dar una idea, siquiera aproximada, de lo que este libro significa como obra de consulta, voy a permitirme hacer unas cuantas acotaciones de la parte que se refiere a nuestra América. Desde luego que muchas de las fichas del libro de Toscano las habíamos visto en libros similares, como los diccionarios de Malavet y Santamaría, que nuestro autor cita con alguna frecuencia. Pero al lado de las conocidas, nos hemos encontrado con otras de interés extraordinario, con explicaciones a veces demasiado sintéticas, pero siempre con finalidades didácticas muy atinadas.
Y ahora pasamos a las acotaciones.
Toscano enfila sus baterías, por ejemplo, contra una ridícula palabreja que a la legua huele a extranjerismo, como es el nunca bien ponderado chance, que en la tierra yucateca está ahora muy de moda. En nuestros días tan tormentosos, por mil y una circunstancias, todo es cuestión de “tener un chance”, pochismo que valdría más sustituir por ocasión, fortuna, suerte, albur, azar, oportunidad, probabilidad u otras que acreditan la riqueza del idioma cervantino, que no necesita recurrir a disparates. Esto del chance hace juego con el A Go Go, con el Ye Ye de los Beatles, que ya es mucho decir.
Y trae a cuento el verbo ningunear que, según dice, es como una expresión de rebeldía, como anulación de la personalidad. Creo que el significado que aquí le damos es más exacto, pues obra para anular del todo a la persona, desconociendo hasta el menor de sus merecimientos, por envidia o por algún rencor inconfesable. Algunos políticos saben hacerlo a la perfección con las gentes que no son de su agrado: las ningunean, es decir, no las toman en cuenta para nada, no existen para ellos, lisa y llanamente.
El libro de Toscano hace una distinción muy curiosa entre las palabras embarco embarque, que a primera vista son sinónimos pero, como muchos de los llamados así, no lo son realmente. Según Toscano, el embarco se refiere a las personas y el embarque a las cosas y mercancías. La Academia está de acuerdo con esto, lo que no ocurre siempre, como a cada paso comenta el distinguido ecuatoriano.
Una interjección usada en Yucatán es señalada aquí como americanismo, aunque también se usa en Navarra, y es aquilicua. En Yucatán, muchos dicen equilicual, y también jequilíl, y su significado está de acuerdo con lo que indica Toscano, que es el de asombro o aprobación entusiasta, enérgica y rotunda. Según el autor, se origina de la interjección italiana eccolecua, que tiene el mismo significado.
Una de las informaciones más curiosas de la obra es la que se refiere a la palabra loro, nombre del ave parlanchina que del vecino Tabasco nos traen con alguna frecuencia. Toscano habla del origen del vocablo, y nos asegura que proviene del quechúa, después de haber sufrido algunos cambios caprichosos. En la lengua de los incas, a dicha ave le llaman orito, y la costumbre de decir “el orito” indujo a creer que el sustantivo mencionado empezaba con la letra l, de donde provino lorito que, estimado luego como un simple diminutivo, se transformó en el término loro, que subsiste hasta hoy.
Algunos de esos vocablos que estudia el destacado lingüista ecuatoriano no los menciono por no ser de los que se usan en estos pagos. Pero mucho hay todavía, y que espero hacer en otra ocasión, si es que no se me ocurre hablar del Trópico de Capricornio, o de cualquier otro engendro pecaminoso de la literatura universal.
Diario del Sureste. Mérida, 19 de julio de 1966, pp. 3, 7.
[Compilación de José Juan Fernández Cervera]