Letras
Jorge Pacheco Zavala
En el piso de mi casa, en la cual he vivido los últimos 45 años, un sonido extraño palpita hasta llegar a mis entrañas. Mis tres hijos crecieron aquí, a la sombra de los árboles frutales y rodeados de amor.
Los últimos dos años han sido especialmente difíciles. La costumbre de ver aparecer a mi esposo en el umbral de la terracita con una taza de café cada mañana se me rompió un día de abril. Los médicos dijeron una tarde sin más: Ya es el final. Yo dije mil veces por qué él.
Uno vive lo que el destino le descubre al paso. Creo que nunca queda espacio suficiente para planear escaparse de las circunstancias…
El sonido es un ritmo cadencioso que parece nacer de la tierra y sube hasta mi piel. Su frecuencia resuena en mis huesos. Debo reconocer que en más de una ocasión me he sorprendido moviendo mi pie derecho, como si quisiera bailar.
Es por tu edad, mamá, dicen mis hijos cuando de vez en cuando me visitan. Son los achaques de la vejez, ya no eres una jovencita.
El sonido, que por otra parte es cotidiano, se ha conformado a mi estado anímico. Así, cuando despierto apesadumbrada, suena de pronto y sin previo aviso Gimnopédie, de Satie. Luego de esas notas tan tristes, me sacudo el momento y tomo la escoba para las labores de la casa. Ante tal cambio de humor, el piso parece sacudirse en su interior y repentinamente suenan los acordes de Vivaldi y sus cuatro estaciones. Ahora todo parece un espectáculo de optimismo y alegría, y me veo danzar con mi acompañante la escoba.
La pequeña Pimienta me mira como si hubiese enloquecido. Pobre querida mía, ha estado tan encerrada conmigo que no conoce otra realidad. Mueve su cola en señal de aprobación ante mi nuevo estado de ánimo.
Te sentirás mejor, mamá, dijeron mis hijos cuando me la trajeron, sin preguntar y sin pedir mi opinión, solo la dejaron. Hace dos meses que vive conmigo, a pesar de mi deseo de estar sola. Pero la soledad es mala, mamá, de nuevo dijeron mis hijos, como si trataran de enseñarme a vivir.
Es tarde y mi reloj biológico alterado me impide dormir. Mientras leo a Yukio Mishima, me doy cuenta del momento en el que estoy. Me doy cuenta también que no estoy tan mal. Suena en el piso el piano de Giannotti, Entre ser e no ser, y se estremece mi alma.
Tal vez deberías leer algo más animoso, como a Benedetti, o al escritor este que te enseña a volar sobre el pantano… Ya saben, de nuevo mis hijos en la librería mientras yo escojo un par de libros. Es que quién es ese Yukio Mishima, yo creo que ni en su casa lo conocen…
La vida es una moneda en el aire, siempre alguien va a perder, no importa de qué lado caiga. Es triste saber que siempre alguien perderá. Siempre alguien perderá. Alguien perderá. Perderá…