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Letras

Carlos Moreno Medina
Acabo de enterarme de la muerte de ese gran novelista norteamericano que supo pintar la vida del país vecino que se refiere a este siglo. Es decir, John Dos Passos. Esto me hizo pensar en la pléyade de maravillosos novelistas que ha dado el mundo y, también, quién sabe por qué asociaciones mentales, en esa opinión equivocada persistente aun en muchas personas de ciertos conocimientos intelectuales, las cuales manifiestan un concepto que se encuentra muy distante de la realidad de la novela contemporánea.
En efecto, hace poco un buen amigo que ha destacado en el terreno de las matemáticas y que al mismo tiempo profesa una clara inclinación hacia la música, me decía orgullosamente que él nunca leía novelas; que para qué iba a perder el tiempo leyendo fantasías. Este criterio es común en muchas gentes las cuales manifiestan, de este modo, un completo desconocimiento acerca del tema que ellos provocan.
Es cierto que hubo un tiempo en que los novelistas tenían que apelar a su fantasía y exprimirla hasta que no quedara ni una gota, como le sucedió al Quijote. Aunque a este le pasó por leer tantos libros de caballerías.
Eso perteneció a épocas pasadas. Pero se acabó cuando surgió un hombre, al par que gran novelista, que dijo: “Nada hay más fantástico que la realidad”; el escritor, con sólo relatarla, escribe la gran novela si es que tiene los tamaños de gran cronista o escritor.
De ahí vienen las grandes novelas de Fedor Dostoievski que fue quien dijo lo anterior; Crimen y castigo, Los hermanos Karamasov. León Tolstoi con La guerra y la paz. Balzac, ese gigante de la Comedia humana y Marcel Proust tratando de recobrar el pasado a través de la memoria de El tiempo perdido.
No es posible que por una lamentable equivocación que las supone obras de pura fantasía, uno se prive de conocer esas maravillas ejemplares.
La novela contemporánea se ha ido modificando de acuerdo con el tiempo que le toca vivir. Por ejemplo, después del cataclismo que sacudió al mundo hasta sus cimientos, la primera guerra mundial, también fueron sacudidos los modos del pensar y ver las cosas por el ser humano.
En la novela aparecen Barbusse y Erich Remarque, los cuales ya hablan un idioma distinto y sus metas también.
Se acabó la fantasía inventora para plasmar tal género de obras. Ahora se orienta hacia una búsqueda inquieta que trata de averiguar al ser humano, a la sociedad, descifrar la enorme complejidad de ambas profundizando en ellas o describiendo sus actos, los cuales van conformando su historia.
Así en América, opinan los críticos que la primera novela en la que se pintan paisajes de nuestra tierra hispanoamericana, es María de Jorge Isaccs. Después vendrán a plantear problemas nuestros, configuraciones y modos característicos a nosotros, las tres novelas capitulares: La vorágine, de José Eustasio Rivera, Don Segundo Sombra, de Ricardo Guiraldes, y Doña Bárbara, de Rómulo Gallegos. Curiosa coincidencia que no dejamos pasar la oportunidad de apuntarla: entre las obras clásicas de la hispanoamericana hay un Don y una Doña.
Lo mismo se ha observado en México, donde también el tiempo ha impuesto su fisonomía a nuestra novelística. Cuando aparecen Los de abajo, El camarada Pantoja, de Mariano Azuela, el concepto anterior respecto a este género literario, indica un cambio. Asoman también los relatos novelísticos del Gral. Francisco L. Urquizo; Martín Luis Guzmán, con La sombra del caudillo; las evocaciones de la vida mexicana en la época de la Revolución, Tierra, Mi general, El indio, de Gregorio López y Fuentes.
Ya en nuestros días, Agustín Yáñez, Juan José Arreola, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, entre otros muchos, nos dan esa nueva dimensión que tiene la novela contemporánea. En ellas se habla de México y los mexicanos, así como de la internacionalidad del ser humano.
Diario del Sureste, Mérida, 22 de octubre de 1970, p. 3.