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Letras

José Juan Cervera

En memoria de Óscar Pinto González

La formación profesional de un antropólogo puede dotarlo de invaluables instrumentos para interpretar la realidad, como el pensamiento crítico que delata los sofismas incrustados en los discursos dominantes; este contexto lo provee de un criterio suspicaz que resta efectividad a los avances brumosos de la falsa conciencia, así como de un método de trabajo que, aunado al rigor y la disciplina, permite pulir productos que distan de la improvisación y del desaliño. Sin ser recurso exclusivo de una rama de las ciencias sociales, constituyen medios provechosos en la vida diaria y en el esbozo de acciones a largo plazo. Aunque hay quienes se instalan en la pose y en la retórica del lucimiento personal, otros logran superar los riesgos del narcisismo que aísla esfuerzos y retuerce vocaciones. Pero las claves de desarrollo se asientan en fases que cabe aquilatar con aliento renovado, puesto en sintonía con aspiraciones más amplias. Las miradas retrospectivas son útiles en este propósito.

En 1988 se suscitaron acontecimientos de importancia política en el país, envolviendo un proceso de organización ciudadana con el sacudimiento de estructuras añejas que, pese a todo, pusieron en juego procedimientos viciados para frustrar expectativas de cambio de régimen que sólo pudieron concretarse tres decenios después. En este sentido, tomaron curso iniciativas que, aun en su limitado campo de influencia, sellaron experiencias significativas y aprendizajes de efecto perdurable en sus gestores. La tarea de remitirse a alguna de estas experiencias pudiera antojarse un mero recuento generacional, pero nada impide hacerla extensiva a otros grupos de edad que tal vez la vean como registro menudo de un gremio atípico, aunque habrá quien explore más hondo en sus intersticios.

Las inquietudes que mueven a fundar una revista de estudiantes pueden rondar muchas mentes, pero no siempre confluyen las circunstancias mínimas para propiciarla y la determinación para ponerla en marcha. Se necesita un equipo básico de sujetos particularmente activos para darle vida. La Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán atestiguó, con precarios augurios, el nacimiento de La Sequoia Dialéctica, sucesora y puente de otras que florecieron en este territorio semisalvaje y excéntrico a ojos de quienes sólo llegaron a conocerlo fuera de los muros que lo delimitaban. Durante el año indicado, sumó cuatro números que tuvieron como remate uno extra en enero de 1989, dedicado a la poesía. Surgió entre los alumnos de la especialidad de Antropología Social, en su mayoría varones, aunque algunas de sus compañeras entregaron artículos para publicar, como uno que se llamó “Algo más que mujer”, cuyo contenido enfocaba precisamente las asimetrías de género en el medio universitario. Excepcionalmente, un trabajador manual colaboró con un llamado a los ejidatarios de Chuburná para que se abstuvieran de enajenar sus tierras.

El advenimiento de La Sequoia Dialéctica se anticipó al formato convencional de una revista por haberse gestado en unos volantes que circularon en octubre de 1987, mes en que se conmemoran varios sucesos históricos como el asesinato del Che, la masacre de Tlatelolco y, en el plano educativo, la fundación de la facultad de Antropología. Cada uno de ellos se convirtió en referencia de aquellas hojas que pasaron de mano en mano, abordando otros temas de manera circunspecta o humorística, y se volvieron habituales en las semanas siguientes, hasta que las autoridades del plantel ofrecieron un pizarrón movible, colocado a un costado de la biblioteca, para fijar en él los textos, dejándolos a la vista del público sin necesidad de distribuirlos en los pasillos. Entre ellos figura un manifiesto cuyo encabezado fue el nombre del periódico que habría de tomar cuerpo en el año siguiente; fue un documento inaugural que sirvió para identificar al grupo editor: “No constituimos una asociación civil ni una agrupación marcial, si acaso una organización simbiótico-poligámica de múltiples modalidades caracterológicas coincidentes en una indisciplina intelectual y actitudinal ante la marásmica hipnagogia promovida por amplios sectores de la ineficiencia institucionalizada, carentes siquiera de un averno conceptual para evadirse”.  Como puede notarse, este documento se redactó en clave de parodia, y a su vez fue parodiado por otro escrito que asumió el nombre de La Cebolla Dietética, que con humor fraterno aportó un compañero de la especialidad de arqueología.

Tal vez La Sequoia no haya sido más que un ejercicio juvenil de periodismo novato, más intuitivo que sistemático, y acaso sea ésta su caracterización más adecuada. Sin embargo, muy pronto algunos de sus materiales recibieron un reconocimiento tácito por parte de medios formalmente constituidos. Tal fue el caso del artículo “Temas de antropología. Comercialización de artesanías”, de William de J. Aguilar Cordero, el cual apareció en el primer número de la revista y fue reproducido un mes después en la gaceta quincenal Acentos del 12 de mayo de 1988, con el crédito correspondiente. Del mismo modo, Julio Robertos Jiménez adaptó sus ensayos publicados en el órgano estudiantil para que vieran la luz tiempo después en el Diario de Quintana Roo, con sede en Chetumal. Varias bromas y enunciados festivos hallaron lugar en aquellas páginas primerizas, que también alojaron impulsos para emprender versiones más acabadas de un quehacer expresivo con fuerza para remontar inercias y atavismos.

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