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(De) lo que no se olvida
“Te voy a contar una anécdota –otra – que no tiene nada que ver con el beisbol. Me pasó en Colonia.”
“En una fiesta en la que estaba yo trabajando de mesero –varias veces trabajé de mesero en las fiestas patronales de Colonia- me tocó atender a un paisano que conozco desde que nació. Como casi todos, tiene su apodo. Lo atendí bien y, al final de la fiesta, me pidió la cuenta. Fue una reunión grande, en su mesa había mucha gente y consumieron varias botellas. Pagó y me dio una buena propina. ‘Gracias,’ le agradecí y le dije su apodo. Me habló aparte y muy serio me dijo: ‘No me vuelvas a decir así, yo no así me llamo. Soy el licenciado fulano de tal y lo sabes.’ ‘Sí, pero yo así te conozco, así se te conoce acá,’ le respondí. Se molestó, aunque me disculpé con él. Desde eso le dejé de decir su apodo y procuro evitarlo cuando lo veo. Creo que es el único que le incomoda que le digan su apodo, porque a la mayoría los conocemos por su sobrenombre y nadie se molesta. Bueno…hasta esa noche.
“Esa fiesta de julio fue la última vez que vi al doctor Carlos Pinto, estaba con Manuel Rodríguez, el zereque. Ambos ya se nos adelantaron. Estaba con ellos Luis Zapata May, que ahora vive en Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo, donde hace años vive también Manuel Cen Balam, que es locutor y tiene el noticiero radiofónico “El sabucán de las noticias”.
“A mí me gusta decir que soy de Colonia Yucatán,” comenta nuestro protagonista con alegría, sus pequeños ojos se cierran casi por completo cuando sonríe. “Cada vez que voy, paso a saludar a tus papás, don Ariel y doña Dorita. Tu mamá nos sirve café con globitos y bizcochitos para que comamos. Ahí conversamos muuucho rato. Ellos viven cerca de casa de mi cuñada, que vive donde vivía el charol. Voy también a conversar a la nevería con Nena Basulto.”
Háblame del beisbol de niños que tu…
“¡El beisbol de niños!” responde, arrebatándome la palabra sin dejar que complete la pregunta.
«Surgió porque iban a inaugurar el campo de Colonia que estaba frente a la fábrica. Organicé un torneo de puros niños. Había uno que le decían ‘cocorica’, sobrino de don Víctor Cetina, era el más alto de nuestro equipo y era pitcher. Estaba uno que vivía donde vivió Mejía, ¿cómo se llama, Chuly?, ¿te acuerdas de él?” pregunta a su esposa, que está conversando con Pimpo Azcorra.
“¡Aayy! César Escobedo,” responde después de un breve recordatorio. “¡Ándale!”
“Había otro niño que venía de Moctezuma, no recuerdo cómo le apodaban,” continúa el hermano de chiquilillo. “Estaba ese que le dicen mumuts, (apodo recortado de las palabras mayas Muut’s a wich, que en español significa ojos cerrados), Luis Fernely Ucan Kuyoc, y su hermanito Willy, que es mi ahijado. Jugábamos los martes, miércoles o sábado, se rolaban los equipos. Recuerdo que también estaba ‘Masacre’ Chucho Chi, esposo de Conchi Azcorra. Mi compadre Julio Rodríguez y yo dirigíamos, igual que Ul Dzib. Estaban jugando también Jorge Colli, su hermanito Olon, los Rodríguez, hijos de Evelio; Jorge –chalupa- y su hermanito Enrique, al que le dicen Chuz.
“A mí me decían el pulpo Fernández porque una vez que estaba jugando beisbol en el campo, ya me había ganado la titularidad de cátcher Wita -Wilberth López- y me mandaron a cubrir primera base; la tercera la defendía Dago Manzanero, que me lanzó la primera pelota y la agarré. Pero el segundo tiro no lo pude atrapar, no lo vi y me dio un trancazo en la frente. Yo que presumía de tener un buen guante: ‘¡Que me tiren, como sea yo aquí la agarro!’ decía. Por eso me dicen el pulpo: porque no pude agarrar la pelota, en la frente me pegó.
“Igual en softbol me rompí la nariz, estaba cacheando y el difunto de Juan Polanco estaba bateando; él era zurdo y pegó un faul hacia atrás. A pesar de mi careta, me rompí la nariz por el impacto de la pelota, me llevaron al seguro, me curaron, pero cuando fui a ver a mi novia Irma empecé a sangrar de nuevo y ella me curó con un pañuelo. Ese pañuelo lo guardé muchos años en mi maleta.
“En ese tiempo yo vivía en los cuartos de solteros, la empresa me dio un cuarto. Mi vecino era Jorge Valdez, la loba; yo le di posada a Neto, el cartero que se casó con Rosario Carrillo –la mudita. Él se casó en febrero y yo en mayo. Siempre lo veo pasar por acá cerca de mi casa. Ernesto Ojeda se llama.
Cuéntame de aquellos juegos de beisbol de banda contra banda que organizabas en la esquina de tu casa…
“¡Jajajaa… te acuerdas? Qué bueno se ponía eso,” comenta con breves aplausos. “Jugábamos con pelotas de hilo que hacía Juan Gabriel Chi. El bate era una madera, se le daba forma de bat, y eso nos servía. Las bases las hacía mi compadre Julio con pitas que traía de la fábrica. Mucha gente iba en las tardes a ver los juegos que eran de tres bases: primera, segunda y home. Recuerdo que jugaban, entre otros, Dago Chi, hermano de Juan Gabriel y Zanahoria (Víctor), aquel que le decimos Hau (Aurelio). También estaban los hermanos Soberanis Tello, David, Héctor, Saúl. Venían también los de la última calle –así le decíamos a la calle que está al norte y al límite de las casas de Colonia–, Dago Manzanero y su hermanito Maravilla (Carlos), también estaba tu hermanito Pavo (Paulino), mis vecinos los pilones con ‘maldito viento’ (Silvestre), ‘pilón’ (Felipe), hasta ‘taco’ (Manuel) jugaba con nosotros. ¡Qué épocas aquellas, cómo nos divertíamos!” comenta el bromista Amado, apodado también “faramalla”. Pero no sólo él es bromista, su familia lo trae en la sangre. Como sus hermanas que, cuando las vi después de muchos años en Colonia, al saludarlas me preguntaron: ‘¿Te acuerdas de nosotras? Somos las chichas, en alusión al apodo paterno, no a lo que tú te imaginas,’ me aclararon y soltaron sonora carcajada.
“Recuerdo que tu papá,” vuelve a la plática el primo de Chumin (Domingo) Fernández, “vendía Pepsi Cola en la fábrica y una vez me mandaron a comprar por Leonel Ceballos los refrescos para lonchear. Esa noche teníamos tercer turno, yo llevé una barra con longaniza, y me fui a comprarlas. Era como las dos de la mañana, ya casi era hora del lunch, pararon la máquina para comer. Cuando regresé con las gaseosas, fui a buscar mi comida que dejé en la gaveta que estaba junto a la guillotina y le digo al sr. Tec: ‘¿No has visto mi comida?’ ‘¿No es esa que está colgada allá?’ me dice. Me jugaron una broma los canijos: colgaron mi comida del techo mientras fui por las Pepsis…jajajaaa.”
“Mis amigos fueron Willy Silva (+), Armando Cosío, William Can Mejía (+) que se casó con la hija de un torero de Monterrey, él me lo contó acá cuando yo trabajaba en Hidrogenadora (HYSA) una vez que él vino con otras personas a darle mantenimiento a la compañía en la que trabajé 28 años. En esta empresa logré conseguir mi casa de Infonavit, ésta en donde estamos conversando, en ese entonces en 34 mil pesos. Juan Polanco me consiguió trabajo allá, era jefe de turno. También estaba el campeón (Luis Ricalde), Jaime Contreras y el diablo grande (Víctor Álvarez Manzanero). Ellos me ayudaron. Entonces ahí vi a William Can Mejía, conectando cables de alta tensión, y conversé con él.”
Continuará…
ARIEL LÓPEZ TEJERO