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Editorial
Cicerón contaba la historia de Damocles que, envidioso de los lujos bajo los que vivía el Emperador Dionisio, recibió de este la oportunidad de vivir como él; mientras Damocles gozaba de la atención y adulación de la corte, observó una espada muy filosa que pendía todo el momento sobre su cabeza, sostenida del techo por una delgada crin de caballo. Al escuchar la explicación de Dionisio, finalmente comprendió que el poder siempre está asociado a riesgos que pudieran costarle la vida en cualquier momento. La historia ha sido usada para demostrar los riesgos del poder, lo fugaz de la vida (que puede acabar en cualquier momento) y que la perspectiva cambia por completo cuando se vive aquello que vicariamente se critica.
El bravucón presidente norteamericano en dos ocasiones ha usado la imposición de aranceles como amenaza a sus socios comerciales bajo el T-MEC, Canadá y México, y en ambas ocasiones aplazó la aplicación, supuestamente aconsejado por los grandes capitanes de industria de sectores importantes de esa nación, como el automotriz, aunque algunos expertos señalan que ha sido al observar el impacto en su propia bolsa de valores y moneda.
Cada vez que el agente naranja ha amagado con ellos, en México el peso se ha devaluado, el gabinete de la presidenta Sheinbaum se reúne, y ella declara que “en breve se anunciará los planes para responder a los aranceles”, condenando la estrategia trumpiana, mientras enarbola la bandera del nacionalismo, apelando a la unión de los “buenos mexicanos”.
En esta última ocasión, a pesar del aplazamiento, lo que iba a ser una jornada de comunicación del plan de acciones se convirtió en la enésima pachanga de “apoyo a la presidenta”, llenas de acarreados, con los consabidos gastos contados en millones, cuando ese dinero muy bien podría utilizarse para comprar tratamientos contra el cáncer, medicinas e insumos hospitalarios, que tanta falta hacen en todo el país.
La historia de los aranceles, tanto para Trump como para la Dra. Sheinbaum, tiene aspectos similares a la de Damocles, pero también a los de la fábula del pastor que traviesamente azuzaba a toda su aldea gritando que el lobo atacaba su rebaño, mientras reía observando sus preocupaciones, hasta que el lobo llegó, se apropió de su rebaño, y nadie acudió en su ayuda.
Entre México y Canadá, quien lleva el peor riesgo de ser impactado es nuestro país, a sabiendas de que casi el 40% de nuestra economía depende del comercio con Estados Unidos. Aplicar un arancel del 25% automáticamente encarecería varios productos y servicios mexicanos, sepultaría el nearshoring, y pondría en grave riesgo a la industria automotriz, la agricultura y a la industria maquiladora, entre muchas otras.
Tal vez el ejemplo más claro del monumental problema que enfrenta el gobierno mexicano con el asunto arancelario se aprecie al comparar la reacción del gobierno canadiense y de sus ciudadanos a las amenazas de Trump.
El Primer Ministro Trudeau, junto con los Premieres de cada una de las provincias canadienses, además de imponer aranceles a productos de su vecino del sur, anunciaron la cancelación de servicios críticos que proporcionan a Estados Unidos, siendo la energía eléctrica el principal, retirando de todas las tiendas gubernamentales productos y bebidas de origen norteamericano, aleccionando y pidiendo a sus pobladores que sean solidarios con las empresas de su país.
En respuesta, los canadienses han cerrado filas, se han solidarizado y han decidido comprar y consumir productos y servicios canadienses, dejando de consumir los estadounidenses, además de impulsar el orgullo de ser ciudadanos libres de ese país.
A pesar de que Trudeau pronto será reemplazado, y no goza de un 85% de aprobación de los Premieres ni de sus gobernados, siempre ha abogado por la unión de su país.
Tal vez por ahí pudiera comenzar el gobierno mexicano a contrarrestar esta espada de Damocles que pende sobre todos y que parece será agitada mensualmente: dejando de fomentar la división que de por sí hemos arrastrado desde que nacimos como nación, tendiendo puentes entre todos los sectores y todos los ciudadanos, incluyendo a los mexicanos más preparados –sin importar si son de su partido o no– en el desarrollo de una estrategia arancelaria que rinda dividendos y haga que Trump piense mucho su siguiente amenaza, restañando heridas a través de acciones que contribuyan al bienestar y seguridad de todos los gobernados, definiendo acciones que fortalezcan desde adentro nuestro casi inexistente sentido de solidaridad con el gobierno.
Nada de lo anterior se logrará con onerosos mítines, cantando el Himno Nacional, ni pretendiendo que las amenazas trumpianas no son serias.