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El arte de olvidar

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Letras

Juan Antiga y Escobar

Rosario Sansores

(Especial para el Diario del Sureste)

Una conocida escritora que acostumbra hablar por radio y recita versos de poetisas nacionales y extranjeras cuyos temas son casi siempre amorosos, dijo ayer una hermosísima poesía de Alicia Lardé titulada “Adoración” en la cual su autora confiesa que no puede olvidar al hombre que forma su dicha y su tormento pues, mientras más trata en desvanecer su imagen, más fielmente se reproduce en su memoria…

Esto me hizo evocar una crónica que escribiera hace algunos años el doctor Juan Antiga, eminente cubano y hombre de letras que vivió entre nosotros mucho tiempo. Aquella crónica se llamaba “El divino arte de olvidar” y, en el transcurso de su lectura, llega a convencernos de que esto es tan fácil como tomarse un vaso de agua, ya que sólo con el poderoso esfuerzo de nuestra voluntad podremos llegar a dominar nuestros recuerdos hasta conseguir ponerlos en fuga…

Yo creo igualmente que olvidar no es ningún imposible, como afirman algunas personas. Olvidar es algo que está a nuestro alcance. Nuestro pensamiento no es sino un niño caprichoso que se empeña en marchar por derroteros equivocados. Hay que obligarle a deshacer el camino. Hay que enseñarle a ser dócil y a no rebelarse a nuestro mandato. ¡He aquí todo el secreto!

Poner nuestra mente en blanco varias veces durante el día hasta lograr que se borren por entero las imágenes fijas en ella es un deporte que podemos practicar poco a poco, lo mismo que un ejercicio físico, hasta hacerlo sin esfuerzo aparente. Es natural que las primeras lecciones resulten difíciles a primera vista y que el descorazonamiento se apodere de nosotros, creyendo que jamás lograremos aprender la ciencia maravillosa que perseguimos, pero a medida que vayamos practicando notaremos, con la natural sorpresa, que no es tan difícil el proceso ni tan complicado.

Los misteriosos faquires del Lejano Oriente consiguen con suma facilidad realizar este acto. Por medio de un poderoso esfuerzo mental, desalojan de su memoria todas las ideas hasta dejarla igual que una inmensa casa vacía. Ningún recuerdo desagradable, ni un pensamiento torturador. Paz, bienestar, consuelo. ¡Así como cerramos nuestra puerta a los huéspedes importunos para que no nos molesten, impediremos que puedan entrar a nuestro interior los negros fantasmas del pasado en forma de recuerdos!

Cuando leí el trabajo del doctor Antiga, mi corazón se hallaba necesitado de la posesión de este bien. Durante meses enteros había luchado conmigo misma para tratar de desterrar de mi cerebro una multitud de pensamientos amargos y crueles que llenaban mi existencia de ansiedad y de angustia. Entonces me dediqué a estudiarlo y a practicarlo pacientemente, como aconseja su autor, y noté que, al cabo de algunas semanas, no quedaba en mí nada de lo que antes constituyera mi obsesión.

Mi mente se quedaba en blanco, como una pantalla sobre la cual no se proyectaba sombra alguna. Su blancura persistía mientras yo me empeñaba. Logré aislar totalmente mi imaginación. Cuando comprendí que podía hacerlo fácilmente, experimenté un júbilo inmenso. Me consideré entonces el árbitro de mi propio destino. El mayor de los tormentos que ha sufrido siempre la humanidad es el de recordar lo que forma precisamente su tortura. Si nadie volviera los ojos hasta el pasado, si todos pudieran limpiar su pensamiento de imágenes importunas, con toda seguridad que la felicidad podría aún sonreírle a muchos que se juzgan absolutamente decepcionados de la vida.

Los borrachos alegan en su defensa que apelan al alcohol para ahogar en él sus penas, como si las penas pudieran ahogarse con este procedimiento. Por un instante podrá el embrutecimiento disipar en parte las sombras atormentadoras, pero, tan luego se recobra la lucidez, éstas acuden con nuevos bríos, dispuestas a no dejarse ganar la partida, y el borracho se ve obligado a recurrir nuevamente a la embriaguez, acabando por volverse un ser despreciable e inútil que poco a poco va perdiendo la vergüenza y el decoro, hasta importarle un comino todo lo que pasa a su alrededor. ¡Su única aspiración es tener una moneda en el bolsillo para dirigirse a la cantina y apurar el licor que, según él, adormece su cuita!

El alcohol es innecesario. Lo que nuestra voluntad no es capaz de conseguir, no lo consigue nada. Precisa meditar un breve instante en lo que representa la fuerza de un deseo continuado y, sugestionándonos nosotros mismos, procuremos utilizar esta fuerza para lograr nuestro objeto. La ciencia ha probado ampliamente que la voluntad se educa, como se educa cada uno de los miembros de nuestro cuerpo para que respondan al fin para que han sido creados y nos den su parte utilitaria en la lucha de la existencia.

Debemos comenzar por querer. “Querer es poder” afirma un sabio adagio. Son numerosos los ejemplos de personas que persiguieron con fe una idea sin desmayar, hasta que lograron verla convertida en realidad. La mayoría de los grandes descubrimientos científicos representan muchas horas de pacientes investigaciones y de duras experiencias. Se afirma que el inventor del 606 puso a su fórmula esta cifra porque fue precisamente la vez en que logró el triunfo después de largos años de fracasos y de estudios.

Nada es imposible para el hombre cuando quiere. Basado en esta teoría, el doctor Antiga nos expone con palabras fáciles y comprensibles la manera de olvidar con el fin de que los recuerdos, como lebreles furiosos, no lancen sus ladridos en el recinto oscuro de nuestro corazón.

México, abril, 1935.

 

Diario del Sureste. Mérida, 30 de abril de 1935, p. 3.

[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]

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