Literatura
En Las Montañas de la Locura, de H.P. Lovecraft
Si alguno de ustedes no se ha dado aún la oportunidad de leer la obra de Howard Phillips Lovecraft, el malogrado autor de Providence, Rhode Island, que murió en la pobreza al no generarle los ingresos necesarios en esos días sus historias de horror, hágalo con la confianza de saber que descubrirá una gama completamente sinigual de historias.
H.P. Lovecraft adquirió fama de manera póstuma – falleció en 1937 – y hoy en día es considerado como uno de los más grandes exponentes de la literatura de horror, habiendo influenciado a infinidad de autores exitosos como Stephen King, Ramsey Campbell. F. Paul Wilson, Alan Moore, Mike Mignola y, antes que ellos, a sus entrañables amigos August Derleth y Clark Ashton Smith.
Lovecraft tenía un estilo muy peculiar de escribir: con un lenguaje altamente cultivado, revestido de una alta dosis de información de carácter científico, desarrollaba la historia deslizando pequeños elementos de la trama, incrementando la tensión conforme la narrativa avanzaba, hasta llegar al clímax, el cual típicamente concentraba en los últimos párrafos de su historia, para lograr un mayor efecto.
Al estilo es necesario agregar la fértil imaginación del autor, que aludía a horrores primigenios en la historia del Universo, a elementos inexplicables y fantásticos, creando a una serie de dioses y bibliografía asociada entre los cuales descuellan Los Mitos de Cthulu y su famoso Necronomicon, “escrito por el árabe loco Abdul Alhazred.”
En 1931 Lovecraft escribió esta pequeña novela, En Las Montañas de la Locura, rindiendo homenaje a uno de sus autores preferidos: Edgar Allan Poe, a través de la mención en el texto una novela de este último, Las Aventuras de Arthur Gordon Pym, invitando al lector a comparar – a través del narrador de la historia – ese trabajo con lo que se relataba en las líneas de esta novela.
La historia es la del líder de una expedición al Antártico, que desea impedir una nueva expedición que se apresta a intentar la travesía que emprendió algunos años antes. Para impedirlo, decide contar “todos los detalles” que se había guardado y que, dado el tono serio que adquiere la nueva expedición, necesita hacer saber del conocimiento de todos “para evitar una desgracia.”
El narrador entonces nos habla de los pormenores de su viaje, con la intención inicial de probar un nuevo barreno con el cual podrían obtener con mayor facilidad fósiles, platicándonos entonces del descubrimiento por el grupo de avanzada de una ciudad en el hielo, una ciudad en la que las figuras geométricas abundan, desafiando los cánones humanos, haciendo uso de conos, cubos, bóvedas semicirculares, y con una singular presencia de elementos en múltiplos de 5.
Los expedicionarios, al usar el barreno, descubren unas extrañas criaturas cuyas características describen con lujo de detalles al grupo que quedó atrás en la base de control, haciendo énfasis en la extraña naturaleza que presentan – cinco brazos extensibles y con membranas en un tronco cilíndrico – y la manera en que afectan a los perros que tiran de los trineos.
Una fuerte tormenta de nieve interrumpe las comunicaciones entre la base y el grupo de avanzada, por lo que se decide enviar a dos miembros del grupo en la base para ayudar a los expedicionarios.
Lo que encuentran al llegar al campamento, y sus hallazgos posteriores, revelan la naturaleza cósmica y siniestra de los “fósiles”, y preparan a estos dos elementos del grupo para su excursión hacia las montañas de la locura. Lo que sucede ahí, nos es relatado con fruición y abundancia de detalles.
Insisto: si no han leído a H.P. Lovecraft, háganlo y permítanse considerar lo avanzado de su pensamiento literario en aquellos días previos a la Segunda Guerra Mundial. No serán defraudados.
Como comentario final, esta es una historia que nuestro famoso director Guillermo del Toro considera entre sus anhelos como proyecto de filmación. Ojalá nos pueda ofrecer su visión.
Gerardo Saviola