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Gaviotas

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César Ramón González Rosado

En la playa, las gaviotas volaban sobre las corrientes de viento, elevándose sin esfuerzo alguno. Descendían en picada para atrapar al vuelo las migajas de comida que la gente lanzaba al aire.

Un día, en el comedor de la institución politécnica, un estudiante llamado Ramírez, que más tarde se convertiría en ingeniero, ofreció un plato de frijoles a una gaviota. «Hey, gaviota, toma este plato de frijoles. No lo he tocado, está limpio,» le dijo con una sonrisa.

La gaviota se acercó, sonriendo también. Ramírez se sintió satisfecho por haber compartido su comida. Sin embargo, no todos los estudiantes eran tan amables. Algunos hacían bromas pesadas a Ramírez y a otros compañeros, llamándolos «gaviotas” por su costumbre de buscar comida en el comedor, mientras reían a carcajadas.

Gustaba de tener completa su comida. Recorría los pasillos y revisaba las mesas de los internos. Un compañero abusivo, de los que nunca faltan en los grupos, se comió su comida cuando fue por un plato de frijoles. Al regresar, nadie dijo quién había sido, pero el abusivo se delató con su actitud de mofa.

Entonces, molesto, echó los frijoles en la cara de su injusto compañero. La que se armó… Un escándalo mayúsculo en el comedor, una batalla campal. Las gaviotas tomaron partido. Ojos morados y narices sangrantes fueron el resultado de la pelea. Hechas las paces, todo volvió a la normalidad y las gaviotas continuaron el vuelo. «Cosas de muchachos,» dijeron las autoridades.

Años más tarde, el Ingeniero Ramírez se encontraba en la playa con su esposa y sus tres hijos. Los niños lanzaban migajas al aire para las gaviotas. Ramírez no podía evitar sentir nostalgia por su época de estudiante. Recordaba los días en que él también era «gaviota», buscando comida en el comedor, soportando las bromas de sus compañeros.

La playa estaba vacía. El balneario había cerrado sus puertas por mantenimiento y las gaviotas no llegaron, no había migajas, y las gaviotas volaron a otros lugares para encontrar comida.

Fue un día nefasto. Los soldados irrumpieron muy de madrugada en el dormitorio del internado y, con bayonetas en mano, levantaron las cobijas y echaron a los becarios del internado.

Muy temprano, a la hora del desayuno, llegaron las gaviotas… Cada quien se las arregló como pudo. Algunos buscaron comida en los mercados, otros en las calles. Recordaban la época en que la playa era su lugar de encuentro y las gaviotas deglutían migajas al vuelo.

Años más tarde, el día de la graduación llegó. Ingenieros, arquitectos, médicos, biólogos… Todos recibían su diploma, simbolizando el fin de una etapa y el comienzo de una nueva. Entonces las gaviotas levantaron el vuelo, traspasaron los horizontes y desaparecieron en la distancia.

Ramírez, ahora ingeniero titulado, sonreía al recordar su época de gaviota. Había pasado por momentos difíciles, pero también había encontrado la amistad y la solidaridad entre sus compañeros. Ahora, con su diploma en mano, se sentía listo para enfrentar los desafíos del futuro.

Las gaviotas habían volado, pero su espíritu permanecía simbolizando la libertad, la perseverancia y la búsqueda de un futuro mejor. Ramírez sabía que, sin importar dónde la vida lo llevara, siempre llevaría consigo el recuerdo de su época de gaviota.

Feliz Día de la Amistad. Año 2025.

 

2 COMENTARIOS

  1. César Ramón
    Le felicito por este relato. Es muy bello, muy fuerte y profundo.
    Me gusta mucho que el pasado y el presente sean como el vaivén de las olas del mar, me conmueve que las gaviotas tengan ese doble significado tan duro y actual. Cierto es, siempre andan buscando las sobras…
    Es un texto hermoso, lleno de nostalgia, que toca sutilmente el corazón.

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