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Brenda Alcocer
De pie, junto al brazo de la hamaca, el monstruo espanta los sueños que se acercan. A veces se quita la cabeza, la acaricia, intenta besarla. No puede (la boca está en ella). Otras, contrahecho y jorobado, agita las manos para que los sueños huyan despavoridos.
Después de algunos días, los sueños ocupan su sitio.
El monstruo se desespera inútilmente. Ya nadie le hace caso, los sueños cantan y ríen en la hamaca.
El miedo furioso de la inutilidad del monstruo le asesta una patada en la canilla. Él se desgañita de dolor y, entre las imprecaciones que les grita (a los sueños), repite una y otra vez, incansablemente: “Puede ser la última vez que nos veamos; me puedo ir, pero también ustedes.”
El Juglar núm. 140. Suplemento del Diario del Sureste. Mérida, 27 de enero de 1994, p. 3.
[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]