La nostalgia de los buenos tiempos
Había llegado apenas unos días antes a esta comunidad que despuntaba en su desarrollo. El campo de pelota estaba a pocos metros del cuarto de solteros que le asignaron para vivir, un lugar cómodo construido de madera, como casi todas las casas de esta incipiente y próspera comunidad.
A Jesús le gustaba jugar beisbol, su posición era la de primera base, aunque podía jugar cualquier otra del infield, de utility, como dicen los amantes del juego más emocionante del mundo. Era buen pelotero. Contaba apenas con 17 años, era muy joven este muchachito recién llegado a Colonia Yucatán que vino a trabajar en el flamante hospital del IMSS, recientemente inaugurado por el Lic. Adolfo López Mateos, nuestro presidente de la república. Eran los inicios de los años 60s del siglo ppdo.
En el Seguro Social se daba servicio a todos los empleados de la empresa y a sus familias, tanto de Colonia como del campamento la Sierra; a veces venían de comisarías cercanas como el Cuyo y se les atendía. Muchas amas de casa de Colonia se solidarizaban con sus vecinas, dando posada a los familiares del paciente que estaba ingresado cuando no tenían familiares o no eran de Colonia ni la Sierra; fuesen del Cuyo o cualquier comisaría cercana quienes ingresaban al hospital, los atendían sin cobrarles un solo peso, les brindaban alojamiento, comida y compañía que muchas veces, sobre todo las del Cuyo, devolvieron con creces a los Colyuctecos que visitábamos el puerto en Semana Santa: nos atendían como en casa con sólo saber que veníamos de Colonia, nos recibían con los brazos abiertos. Había mucha solidaridad y agradecimiento en ese tiempo.
Antes, en Colonia hubo un hospital, cuando los inicios de la empresa Medval. Le llamaban el hospital viejo, era de madera, atendido por excelentes médicos, y contaba además con muy buen equipo. Entre los que recuerdo trabajando ahí está el doctor Gustavo Muñoz, que siempre vestía de blanco y puso la primera tortillería moderna en Colonia con el dinero que le dieron de su jubilación; era abuelo de Gustavo, Armando, Ricardo, Julio, José Luis y Concepción Muñoz-Pallás, de estos solamente Ricardo y Concepción se quedaron a vivir allá.
“Era una tarde cuando me presenté puntual al campo de pelota. El manager del equipo “Maderera del Trópico”, don Luis Ricalde –el Chivora-, me dio la bienvenida y me presentó a mis nuevos compañeros,” me dice Jesús al inicio de esta charla. Cuando comenta sus recuerdos, vívidos de emoción, sus ojos denotan lo alegre que está. “Vas a jugar mientras la primera base,” me dijo el manager y ahí me quedé como titular todos esos gozosos años que el equipo “Maderera del Trópico”, emblema de esta próspera comunidad, estuvo deleitando a la afición del sureste del país con sus atrapadas y vistosas jugadas de juego limpio, apoyados siempre por la alegre, escandalosa y numerosa porra que comandaba don Pancho González. Con el paso del tiempo demostré ser un buen pelotero, no tomaba ni fumaba, lo he ha dicho antes. Era yo muy callado, pero guerrero como deportista, me embasaba muy fácil. Era el primero en el orden al bat, y con el guante era muy confiable. El llamado para los entrenamientos era los martes y jueves, a partir de las cuatro de la tarde, los domingos se jugaba en la liga oriental con los equipos de la zona.
“Por esos días, el terreno de juego era muy bueno, con sus gradas de madera, las casetas de los equipos, así como la pizarra, todo era de madera; los grandes números de las carreras respectivas los pintaba con cal don Ramiro Carrillo, el papá de Nitza. La barda que delimitaba el terreno de juego en los jardines era de limonaria y tulipán; le decíamos “el monstruito verde” ya que el monstruo verde del Fenway Park es de los Medias Rojas de Boston, de las Grandes Ligas. Un amigo mío que juega acá en la liga de veteranos de softbol con nosotros me comentó una anécdota que vivió allá por los años 50s: En una ocasión que fui a Colonia, era domingo y había juego, el campo estaba lleno y, como no pude entrar, me paré a la entrada, como mucha gente que estaba viendo el juego,” me comenta. Cada detalle de lo que allá vivió lo enfatiza moviendo ambas manos. “Pegan un tremendo batazo que rebasó al jardinero derecho, la pelota se metió entre los tulipanes y las limonarias; corría a recogerla cuando escuché un grito: ‘¡Nooo… no la recojas, no entres allá, deja que este señor lo haga!’, me dijeron. ¿Sabes por qué no me dejaron ir por la pelota? Porque allá se guardaban las cuatro narices Nauyaca -porthidium yucatanicum-, que abundaban en ese tiempo por allá junto con la cascabel -crotalus durissus-, coralillo –micrurus apiatus- y otras serpientes venenosas.”
“El tan deseado campo de beisbol llevó mucho tiempo construirlo, ya que era un terreno selvático; se logró con la talacha de los obreros, de los amantes de la pelota, de los maestros que en ese tiempo llegaban (aunque al poco tiempo pedían su cambio a otro lugar, tal vez no les gustaba la forma de trabajo por la lejanía, pero sí el deporte). El apoyo de la empresa para con sus empleados fue vital, ya que entre sus compromisos laborales quería que sus trabajadores –y a todo quien le gustara practicar algún deporte y tocara algún instrumento musical–se distrajeran de manera sana, así que los apoyaba de manera espléndida. La empresa costeaba desde uniformes, bates, pelotas y todo lo que implica mantener un equipo de beisbol, y una orquesta de calidad, dotándola de toda la instrumentación. Cabe señalar que la venta de cervezas y licores estaba estrictamente reglamentada por la empresa, no sólo el día que jugábamos de locales, ya que con esa medida se trataba de evitar muchos problemas y funcionaba.
“La porra, integrada tanto por mujeres como varones, casi todos parientes, novias, novios o esposas de los jugadores, era muy importante a la hora de animar al equipo. Todo festejaban.”
CONTINUARÁ…
L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO
Fotos cortesía de Augusto Segura Moguel “El Salado”