Letras
Stefan Zweig. La lucha contra el demonio
Jacquez de Bourges
[Santiago Burgos Brito]
(Especial para el Diario del Sureste)
Momentos estelares de la humanidad fue el libro que nos reveló la figura literaria y filosófica de Stefan Zweig y, con toda franqueza, el libro no satisfizo plenamente lo que prometía su enorme propaganda y su presentación sugestiva. Su título, igualmente, era de los promisores de gratas sorpresas, uno de esos títulos de sonoridades magníficas de los que tanto han abusado los escritores, especialmente los del siglo pasado. En aquel entonces, algo de lo más importante en una obra era su título. Los lectores se preocupaban poco del contenido de la obra. Lo esencial era su nombre de pila. Y una cubierta lo más llamativa posible. Aquello pasó. Los nombres kilométricos de las obras más o menos buenas cedieron el paso a los títulos serios, discretos, ponderados. Se recomendaban por la importancia de su asunto, por su oportunidad. Y, sobre todo, por el prestigio del autor. Tras el romanticismo vinieron el realismo y el naturalismo. Otros ismos surgieron después. Nuevos hombres. Nuevas ideas. El escritor, salvo unos cuantos bohemios sempiternos, sueña con las musas, con el ideal, con la vida del espíritu. Pero no se olvida del espíritu de la vida. Se sabe hombre, reconoce que es un saco de apetitos, de absurdas necesidades materiales. Y pone a Mercurio junto al diminuto Ariel. A veces, recurre al mismo Calibán y es acaso cuando de su pluma fluyen oros y pedrerías, honores y dignidades. Los más honrados ya no rehúyen el reclamo. Hay que pensar en la gloria, pero también en el número de lectores, reducidos a pesos relucientes. El ilustre Blasco Ibáñez se cuidó mucho de todo esto. Tal vez un poco tarde se resolvió a tener en cuenta el imperativo categórico o, mejor aún, los imperativos categóricos de su excelsa humanidad. Por eso no fue solamente el mejor novelista español contemporáneo sino, también, el propietario de Fontana Rosa, satisfecho y magnífico.
Decíamos que los escritores de hoy se preocupan de la parte mercantilista de sus obras. Hacen bien. Dichosos los que pueden darse ese lujo y no ser la presa de editores sin conciencia, como lo fueron tantos hombres insignes de otros tiempos. Como ahora lo son no pocos. El título vuelve a preocupar. Y, aunque sin los ridículos de antaño, retornan los que son como un anticipo, como una muestra de lo mucho que las páginas prometen. Edmundo Rostand anuncia a bombo y platillos su próxima obra. León Daudet arma uno de sus fenomenales escándalos políticos antes de lanzar sus libros más recientes. Los periódicos revientan de autocríticas que estallan en hiperbólicas alabanzas. ¿Qué hacen mal? Chi lo sa. Todo está bien, en el mejor de los mundos posibles. ¿Candideces de Cándido, verdad? ¡Bah! Todos saben lo que hacen. Y los que de esto no saben son como el plancton de la vida social contemporánea, pasto de los peces grandes. Y, lo que es más triste, hasta de los pequeños.
Zweig, escritor moderno como el que más, no se queda atrás. Por temperamento conoce los secretos del oficio. Es algo racial. Por eso nos regala con Momentos estelares de la humanidad como la batalla de Waterloo y el aprovechamiento de California que, con franqueza, no están a la altura de lo que se anuncia. La curación por el espíritu, del mismo autor, no sugiere tanto, lo que no impide que constituya una excelente biografía de la famosa Mary Baker Eddy y del discutido Freud, su formidable paisano. Pero hay que ser justos, Zweig es un gran escritor. Un psicólogo profundo. Y un lírico que arrebata y conmueve. Su último libro, La lucha contra el demonio, es de los que bastan para cimentar el prestigio de un escritor. Nada significa su título que huele a misas negras, brujas y aquelarres. Ni la magia negra, ni la blanca, asoman la cabeza por entre estas páginas que nada tienen de pecaminosas. A pesar de Nietzsche. Son tres biografías magistrales, maravillosas, acabadas. Hölderlin, Kleist y Nietzsche, en lucha con su demonio interior, contra la llama del genio que los hunde en las tenebrosidades de la demencia, son los tres seres privilegiados, los escogidos por el destino para iluminar al mundo con las llamaradas de su infierno espiritual los que Zweig eterniza, si aún cabe más, en el lirismo de sus frases, en la aguda penetración psicológica de sus pensamientos. El célebre escritor austriaco se supera en esta obra, por todos conceptos excelente. En esta época de furia biográfica, cuando los Maurois o los Ludwig asombran al mundo con sus maravillas. Zweig presenta algo nuevo, que no se parece a lo demás. Junto a Zweig, Ludwig resulta seco, Maurois poco espiritual. Strachey demasiado serio. Es que el austriaco es más poeta que el alemán, que el francés y que el inglés, sin que por eso se aparte un ápice de la verdad histórica. Ésta destaca perfectamente por entre los lirismos imponderables de la obra. Como de una de esas filigranas del inmortal Albéniz, surge el motivo español, de una sencillez admirable. Zweig, en este libro, no es un simple literato, es un compositor. Y con la vida lamentable y grandiosa de tres auténticos genios, ha compuesto una suite, que va desde la caída de Hölderlin, que es música, que es canto, hasta la desesperación apocalíptica de Nietzsche, que “como Polifemo ciego, arroja a su alrededor bloques de piedra que silban en el aire, sin ver si aciertan o no, y que, como no tiene a nadie que sufra con él, que sienta con él, se coge a sí mismo, se coge su corazón tembloroso y como ha matado a todos los dioses, hace de sí mismo un nuevo dios”.
Diario del Sureste. Mérida, 4 de abril de 1934, p. 3.
[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]