Concierto de Metallica en Foro GNP
Dos amigos se embarcan en un viaje para cumplir el sueño de asistir al concierto de Metallica en el Foro GNP. Entre el tráfico de la Ciudad de México, la nostalgia y la adrenalina del rock, reviven su juventud.
Volamos hacia la Ciudad de México temprano, dos cuarentones preguntándose si pudieran cumplir sueños. El aeropuerto, el tráfico, la espera… Todo era parte de esa especie de tortura deliciosa que precede a algo grande. Las horas nos pesaban, pero también nos excitaban. No se siente lo mismo a los cuarenta que a los veinte, hay una especie de emoción amarga que viene con los años, como un buen trago de güisqui barato que te raspa la garganta, mientras te calienta por dentro.
Llegamos a casa de los tíos de mi amigo, gente buena, calidez en cada palabra. En mi cabeza brincaba la idea de una buena cerveza para acompañar los chilaquiles. El picor era soportable, la resaca emocional también. Mi amigo seguía hablando de las canciones que tocarían, entre ellas Creeping Death, claro, porque eso es lo que hace uno cuando vive tanto: sobrevivir, arrastrarse si es necesario.
Luego el trayecto. El maldito tráfico. Dos horas de latigazos de estrés, pero no nos importaba. El Foro GNP nos esperaba, un altar al que veníamos a rendir culto. Hacía frío, de ese que te cala los huesos; el calor de los tacos de bistec y longaniza antes de entrar era suficiente, o al menos eso creíamos: mi amigo pasaría el siguiente día encadenado al inodoro, pero esa noche… esa noche el estómago era lo de menos.
Las luces se apagaron y el rugido de Metallica empezó.
Ahí estaba: Creeping Death golpeando duro como un puño en la mandíbula. Nosotros, dos viejos en medio de una multitud que parecía más joven, pero también más cansada de lo que dejaban ver. Porque cuando has vivido lo suficiente, el cansancio se lleva por dentro, como una sombra que nunca se va.
Harvester of Sorrow cayó como un martillazo. Esa canción siempre me hizo pensar en todo lo que la vida nos hace cosechar, lo bueno, lo malo, lo jodido. Ahí estábamos, compartiendo la misma jodida tristeza colectiva.
Hit the Lights fue una descarga de adrenalina, esa velocidad que nos recordó que alguna vez fuimos jóvenes y que, de alguna manera, lo seguimos siendo, aunque el cuerpo ya no responda igual.
Con Of Wolf and Man sentí cómo nos convertíamos en animales otra vez. Ya no había civilización, solo instinto, puro y bruto, como si el rock nos devolviera el salvajismo perdido.
Entonces Robert Trujillo y Kirk Hammett se marcaron ese tributo a México con «A.D.O.». El Concierto de Metallica en Foro GNP hizo que por un segundo olvidamos que éramos forasteros en nuestra propia tierra. Ahí, entre miles, éramos uno con esa maldita masa de gente.
No Leaf Clover fue como una pausa en medio de todo el caos. Los acordes me recordaron las veces en que la vida se siente como una puta broma pesada, cuando piensas que por fin todo va bien y el universo te planta un golpe bajo.
Luego Shadows Follow, porque claro que las sombras siempre te siguen, y claro que siempre estás en fuga, intentando escapar de ti mismo. Pero no hay escape. Nunca lo hay.
Cuando sonó Orion, cerré los ojos. Me dejé llevar. Esas notas eran todo lo que importaba. En ese momento, nada más existía. No había dolor, ni pasado, ni futuro. Solo ese instante perfecto. Pero, claro, la vida te regresa rápido.
Nothing Else Matters me arrancó de ese trance. Me dolió. Esa canción me hizo pensar en todas las veces que lo intentamos, que fracasamos y lo intentamos de nuevo. Porque, al final, todo lo demás no importa una mierda.
El resto fue un maldito viaje a lo más oscuro de nuestras almas. Sad but True me recordó que la vida es así, jodidamente triste, pero siempre verdadera. Blackened fue pura furia, un recordatorio de que el caos es la única constante. Fuel nos encendió, nos hizo sentir vivos, aunque fuera por esos minutos.
Para cuando llegó Seek & Destroy sabíamos que eso es lo que siempre hemos hecho: buscar y destruir, buscando algo que tal vez nunca encontremos, destruyendo todo en el proceso.
El concierto de Metallica en el Foro GNP fue el sueño que esperaron durante décadas.
El domingo fue un maldito eco de la primera noche, aunque más suave, más borroso. Los tacos de longaniza cobraron su venganza en mi amigo, pero seguimos adelante, como siempre lo hemos hecho.
Ese día lo empezaron con Whiplash, porque a veces la vida te pega fuerte y sin aviso. Luego vino For Whom the Bell Tolls, que claro que sonaba para nosotros, porque el tiempo pasa y las campanas suenan, y todos sabemos para quién suenan.
Cyanide y The Memory Remains nos envolvieron en esa nube oscura, esa que te recuerda que todo se acaba. Lux Æterna y Too Far Gone? eran como puñetazos al aire, golpes a lo desconocido. Ahí estábamos, resistiendo.
Los Luchadores nos arrancaron una risa amarga, como si de verdad hubiéramos ganado alguna batalla. Luego llegó Fade to Black y todo se volvió melancolía otra vez. Esa maldita canción siempre me recuerda que todo puede desaparecer en un instante.
De ahí, The Unforgiven y Whiskey in the Jar, canciones para quienes nunca fuimos perdonados por esta vida. Battery, One, Enter Sandman… esas canciones no necesitan explicación. Son como la vida misma: potentes, implacables, y te aplastan si no las tomas con fuerza.
Un concierto se disfruta cuando lo planeas, cuando lo vives y cuando lo recuerdas; sobre todo cuando lo recuerdas.
Aquí estamos, dos cuarentones con más cicatrices que esperanzas, reviviendo cada maldito segundo.
Al final, ¿qué queda? Solo esto: el eco de las guitarras, el rugido de la multitud y un sueño que, después de tantos años, finalmente se hizo realidad.
Un especial agradecimiento a Dianela y Jesús, por su hospitalidad y excelente trato.
Isaías Solís Aranda.