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Yaxché y su museo comunitario

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Un espacio para querer y amar los objetos de nuestra vida.

Ángela Caridad Caamal E./ Juan José Caamal Canul*

Yaxché dista de Valladolid 22 kilómetros hacia el poniente.

El sábado 31 de agosto se efectuó una muestra gastronómica en la localidad y nos pidieron traer nuestro túper (lo dice el cartel); los llevamos vacíos y los regresamos vacíos, la comida fue degustada en el lugar, no quedó nada para compartir.

Nos han citado a las once y lo entiendo: en el interior del estado llueve temprano; puede sorprendernos que a las diez u once de la mañana esté lloviendo intensamente. Por eso el verdor de los árboles, la sensación de humedad, las decenas de mariposas multicolores que levantan el vuelo a nuestro paso.

En el ambiente se percibe un tejido de aromas: el olor del humo que desprende la quema de la leña, la vegetación que lanza exhalaciones. Sobre la yerba aún se sostienen las gotas del rocío de la madrugada y comienza la evaporación de los espejos de la lluvia del día anterior. Huele a naturaleza viva y quizá sea un poco el olor de la pureza del aire.

Andamos por el parque donde se realizó la muestra, hallamos e identificamos a la mata, el árbol de la jícara, fruto que luego tratado servirá para el continente de los alimentos.

Es todo un procedimiento, desde cortar el fruto, luego hacer dos cortes precisos que dividan los hemisferios tomando como guía el chuch, es decir la cicatriz de ramita que sostuvo la jícara; luego, extraer la pulpa y las semillas, ponerla a secar y, posteriormente, lavar el exterior y los interiores con hojas de siricote.

Me faltó preguntar si también aquí traban en sus ramas la cornamenta y el cráneo de animales astados, una costumbre en muchos lugares en la península.

Para hacer la digestión, nos encaminamos hacia el museo comunitario. Visitarlo fue otra de las motivaciones para asistir a la muestra gastronómica, además de contemplar los trabajos artesanales y escuchar las canciones en nuestra lengua maya.

El museo se localiza en un ángulo de la plaza principal, es un edificio remodelado de una sola habitación. En el proyecto intervinieron los habitantes de la comunidad, el colectivo “Úuchben kuxtal” y Sedeculta.

Llama la atención que el emblema del museo denomine también al lugar como Xpeten áak, y que la imagen corresponda a lo que se conoce también como pet. Nuestra interpretación sobre por qué se denomina así y el emblema van de que se trata de un auténtico utensilio rudimentario maya que está en vías de desaparecer o ha desaparecido de la cocina autóctona.

El museo está dedicado a la exposición de objetos y artículos que son o fueron de uso cotidiano, es un lugar para “levantar” y mostrar las cosas más valiosas de esta comunidad.

Xpeten áak, traducido literalmente como aro de bejucos (xpeten, aro que forma un recipiente, áak bejuco) es entonces un tejido de bejucos. Interesante palabra xpeten, un aro que también puede significar recipiente, cuando parece un cernedor. En otros ámbitos de Yucatán se les llama le xpeteno, y por simplicidad pet; en su representación occidental es una alacena.

La lengua maya tiene palabras para denominar lo que aparentemente es vacío, por ejemplo, jool, que es el espacio vacío de una entrada; de ahí deriva le joolnajóo, que es el espacio vacío donde debe ir la puerta, aunque la traducción actual para puerta es le joolnaj.

Sin embargo, la casa maya, los templos mayas, hasta ahora no se sabe que tuvieran el objeto “puerta”, aunque sí entrada.

La construcción que alberga el museo se ve limpio, muestra de que recibe atención y mantenimiento adecuado. Días antes fue reinaugurado.

En el interior observamos lo que se exhibe.

Vamos al encuentro de los utensilios para el trabajo en campo, para las labores domésticas, quizá faltó la representación de los juguetes o juegos de los niños, aunque aquí puede pensarse que los juegos infantiles mayas son intangibles, que lo valioso es que se mantengan y perduren: he visto jugar a los niños kimbomba, tinjoroch, rodar una camba de bicicleta, amarrarle un hilo a la cola de un turix, cazar mariposas o luciérnagas, hacer pasteles de tierra.

Recurro a un valiosísimo libro que se publicó hace muchos ayeres, Los niños mayas de Yucatán, de la autoría de Elmer Llanes Marín, quien representó y documentó los juegos y juguetes de los niños del mundo maya, libro que debemos siempre tener a la mano, por si acaso.

También, en el sitio relacionan objetos que recibieron cierto uso con creencias y leyenda populares, como las botijas o botijuelas enterradas.

En Google maps no hay una imagen satelital de la comunidad, se ha resuelto haciendo el croquis de las cuatro esquinas y de los edificios más emblemáticos del centro de la comunidad, de su ubicación en relación con el municipio y demás comunidades. Una representación del ser y estar de este pueblo.

Observo de nuevo el utensilio de la cocina maya, que es el emblema y da nombre al museo comunitario. Pienso, porque lo que he visto en otros lados, que le falta en el vértice de los hilos o sogas una jícara invertida, que es una trampa para fauna nociva que quiere hincarle el diente a nuestra despensa.

Este museo no se hizo solo, muchos de los objetos son aportaciones de los propios lugareños: el molino para el pozole de papá, la escopeta del abuelo, la tinaja de la tía, el metate de la bisabuela, las alpargatas del compadre, el comal de mamá, nuestra batea de madera.

Este museo comunitario tiene en cada vecino un guía que invita y que muestra con orgullo algún objeto de su familia y de la comunidad, es un lugar con el que uno se encariña y termina por amar, porque guarda la esencia de nuestro pasado.

La fundación de Yaxché al pie de una ceiba

Camino al museo nos encontramos con un cartel en el que están representados gráficamente las raíces, el tronco, y primeras ramas de una ceiba. Visto desde cierta perspectiva y distancia, los trazos se integran, se ajustan a la ceiba real y vigorosa.

Manda la historia de la comunidad que se tiene noticia del espacio desde 1888. Fue habitado y sus tierras trabajadas inicialmente por Lázaro Sánchez, quien participó en el movimiento político que se conoció como la primera chispa de la revolución.

Considero que Sánchez era una persona joven en junio de 1910, puesto a reflexionar, que salvó la vida, pues todos sabemos cómo concluyó aquella revuelta política. Valoro que en aquel momento no pudo cambiar el entorno político o social, pero sí el sentido de su vida.

Adquirió definitivamente el espacio por tres pesos y se dedicó a trabajar y fundar una familia. Aquel terreno era un lugar distante de todo, en la floresta predominan las ceibas de todo tamaño, árboles poderosos y de gran significado en nuestra espiritualidad. He ahí el origen de su nombre.

Esta historia tiene un arrastre bíblico: el patriarca transita, se aleja y con los suyos funda un espacio que hace habitable; ahí esparce las semillas de una familia, un clan. He aquí el principio de todo en Yaxché.

Con el tiempo, el espacio fue posesión de la señora Gláfira Sánchez, cuyos hijos, nueras, yernos e hijas y nietos poblaron esta tierra.

En el cartel, en pocas palabras el yaxché representa también el árbol genealógico de la familia.

Algo me movió a la sospecha en la degustación. Más que comunidad, aquí hay un clan familiar fundacional que ha preservado sus costumbres y tradiciones.

*(Con información de Lorenzo Hoil Sánchez, nieto de Lázaro Sánchez, patriarca fundador del pueblo.)

Fotos: Ángela Caridad Caamal E.

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