Opinión
Dr. Adán Echeverría-García
Cuando Henry Lee Lucas (1936-2001) fue detenido en 1983, los policías fallaron contándole de lo que lo acusaban y por qué lo estaban buscando. Henry Lee aceptó todo, e incluso dio más detalles a la policía; tantos, que los detectives siguieron insistiendo, por lo que Henry Lee terminó aceptando decenas de asesinatos (más de 600) de sitios y lugares en los que, luego se supo, nunca estuvo.
Un claro ejemplo de que algo estaba mal con Henry y sus confesiones fue cuando un grupo de japoneses consiguió entrevistarlo y Henry Lee dijo que había estado en Japón. Cuando el equipo japonés lo escuchó, grabándolo en video, le preguntaron en qué año fue a Japón. Henry dijo que había ido tal año y por tal carretera un día que tenía ganas de manejar.
El periodista que fue testigo de esta entrevista enseguida comenzó a investigar, evidenciando que Henry no pudo haber cometido todos los asesinatos que aseguraba haber realizado. Señaló que los detectives, con tal de cerrar casos que por años tenían abiertos y sin resolver, aprovechaban que Henry aceptaba todos los casos que le presentaban: «Henry escucha a los detectives, ve los detalles de los casos, y en su mente, con tal de tener contentos a los detectives y lograr buen trato en la prisión, confiesa los asesinatos, construye historias y firma declaraciones juradas. No hay cuerpos, pero sí un asesino confeso.»
Los psicólogos que han estudiado a Henry Lee Lucas evidenciaron un tipo de trastorno en él: la habilidad de escuchar a las personas que lo rodean, darse cuenta de lo que los hace felices, contentos, u otro tipo de emoción por el relato que le cuentan y, con la información recibida, construir historias para llenar los huecos. Pacientes con este trastorno pueden llegar a ser muy exitosos: usan a sus interlocutores, construyen historias de éxito en las que son el personaje principal, y sus interlocutores les creen, les hacen caso, o deciden creerles, elevándolos como máximas figuras en el área en que se desenvuelvan. Nadie cuestiona las historias, ni pide evidencias a los pacientes del trastorno, por lo que el paciente va creciendo más y más en las mentiras y fantasías que construye para ellos, para hacerlos felices. Con los años, Henry Lee Lucas se retractó de todo. La fiscalía solo pudo hacerlo responsable de tres asesinatos.
Ese es el trastorno de Henry Lee Lucas. Es el mismo trastorno que padece Xóchitl Gálvez. Le funcionó en el ámbito en el que se ha movido siempre, porque los que la arropaban o la rodeaban se beneficiaban de ella, y ella se beneficiaba de las mentiras que construía para los demás: corrupción, influyentismo, tráfico de influencias.
En todos estos años, el foco de exposición para Xóchitl era mucho menor; nadie de su entorno le solicitó nunca evidencias de sus dichos; nadie cuestionó su “título de ingeniera” – que hoy se sabe fue producto del plagio a ojos cerrados de autoridades de la UNAM. Xóchitl Gálvez no había estado tan expuesta como hoy lo está.
El error de Xóchitl es no saber que su forma de comportarse es parte de su trastorno (todos la vimos correr brincando como niña boba en Nueva York frente a un grupo de manifestantes que la encaraban), es no entender que necesita ser medicada. Jamás lo necesitó para funcionar en los actos de corrupción, los contratos para sus empresas. No es una empresaria exitosa, es una empresaria creada para que ella y otros se beneficien y obtengan millones de sus amigos en los gobiernos en turno.
Al haber decidido ser candidata presidencial, y estar tan expuesta, la incapacidad de Xóchitl se ha visto manifestada de manera brutal.
Nadie es tonto de un día para otro. Nadie se equivoca como Xóchitl se equivoca todos los días. Ella siempre ha sido así, siempre ha padecido el trastorno. Ahora la prensa, los críticos, han viajado al pasado a buscar cada uno de los vídeos, entrevistas, notas, donde se puede observar, escuchar todo lo que ha dicho, y todo está lleno de incongruencias.
Ella sabe que miente, sabe que no sabe, pero todo lo ha ocultado riéndose sonoramente para que sus interlocutores la consideren «graciosa, jocosa, bromista, chistosita».
Es por eso, debido al trastorno, que Xóchitl puede ser trotskista si habla con gente de izquierda, o priista de cepa si está con ese gremio, abortista si tiene que serlo, ingeniera si nadie le pide que explique cualquier cosa que necesite aptitudes matemáticas o físicas.
Lo cierto es que la verdadera Xóchitl se saca el chicle y se lo pone en la mano a su joven asistente, humillándola frente a la prensa e invitados. Puede decir que los «minerales» que salen de las minas son para una buena alimentación, que tuvo que aprender los cinco continentes de las capitales del mundo, gracias a que ella tiene una «memoria privilegiada».
Seguro conoces a alguien que, cuando le cuentas una anécdota, te contesta que lo ha hecho igual y mucho mejor. «Fíjate que hace unos años fui campeón del torneo de fútbol», y la persona te revira: «Eso no es nada, yo estuve en las fuerzas básicas del Pumas cuando fue bicampeón con Hugo Sánchez, y era bien padre, porque Hugo me hacía mucho caso y me pedía consejos para armar el primer equipo. Pero, pues tenía que estar cerca de mis papás y por eso decidí volver a casa.» Tú lo escuchas, sabes que te ha dicho una gran mentira, que es hasta tonto reprochárselo.
Ese tipo de persona es y ha sido Xóchitl Gálvez. Es evidente que jamás pasó por las aulas de la UNAM, pudo haber acudido a hacer negocios, a vivir entre risas, bromas y borracheras, a pedir y pagar por un título y una tesis llena de plagios, pero sería interesante que los profesores de la UNAM que la tuvieron de alumna comentaran.
No, Xóchitl no es una mentirosa compulsiva; la señora X padece de un trastorno mental que necesita ser atendido.