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El amigo Idel en tres tiempos (Tercer y último tiempo)

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Letras

Juan José Caamal Canul

Dejamos nuestro relato anterior cuando estaba el baile en lo mejor.

Entonces se escucharon palabras del todo fuera de lugar y ritmo: ¡¡¡Mi casa no es una sala de baile!!!

Lato llegó algo, o totalmente, bebido. Gritando, nos expulsó a fajazos, a golpes de cinturón, de aquel territorio libre de convencionalismos sociales y clasismos. Humildemente, Idel recibió, no le quedó de otra, en la espalda todos los golpes del cinturón que dirigía a cada uno de nosotros.

A toda prisa desinstalamos las luces y conexiones, y desalojamos y sacamos la cablería y el equipo.

En ese tiempo todo era rudimentario y primigenio.

Cuando no se conseguían los reflectores de colores, se reutilizaba el papel celofán de colores con el que se envolvía el cacahuate garapiñado, para que se proyectara la luz en distintas tonalidades.

A cada lámpara le correspondía un apagador así que, si teníamos veinte focos o lámparas, había que manipular un número igual de botones para encender y apagar, como si fuera un piano, aunque para lograr ese efecto se necesitaban cuatro manos para ejecutarlo.

Las bocinas se construían en casa; algunos iban al taller de carpintería de la secundaria y aprovechaban poner en práctica lo que ahí aprendían. Los bafles se agregaban uno a uno; lo primordial era que cada bafle tuviera su bocina tweeter, que era un micro baffle y producía un siseo maravilloso que semejaba o lograba darle carácter de alta fidelidad a la música que se escuchaba. Hoy creo no se utiliza, porque la alta fidelidad está integrada a los audios modernos y, por extensión, a los equipos, o viceversa.

La bola disco se hacía con una pelota de nieve seca y espejos recortados; se giraba con la mano y la locura del momento era el flasheo…

Idel descansa ya en el chan pueblo.

Quedan recuerdos inolvidables. No son nada, si se quiere. Anónimas historias de adolescentes. Minucias de polvo en el universo. Para mí, cimientos de una amistad y conformación o, si se quiere, deformación de nuestra personalidad y de una generación como no se repetirá ninguna otra vez en el pueblo.

Pienso en Idel y lo recuerdo como lo encontré una tarde en el parque de nuestro pueblo: sentado con una de sus rodillas en alto, a la altura de su barbilla, en aquellos pretiles que sustituyeron a las bancas de granito, esperando a que se reuniera la banda, fumándose un cigarro y escuchando el tema «Flashdance… What a Feeling» del disco y película del mismo nombre. Cuando esta concluía, oprimía el botón de rebobinar, luego detener, y oprimía play. Como se había pasado de largo o no la había alcanzado, le daba avanzar, retroceder a la cinta y otra vez play, hasta que cazaba el inicio de la pieza, para escuchar de nuevo aquella rola de su preferencia.

Quizá así esté en la realidad alternativa que existe en algún sitio de este u otro universo: escuchando, viviendo, volviendo a escuchar y a vivir lo que ya vivimos.

Un día volveremos a vivir y escuchar, reunida la banda de nueva cuenta…

Descansa, Idel.

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