Editorial
Es imposible permanecer impasible ante las imágenes de esta semana provenientes de Cuba: las protestas en las calles de muchas poblaciones del interior de la isla, el dolor e impotencia de los habitantes, su rabia y temor ante las represiones a sus solicitudes de comida y electricidad. Entre las quejas y consignas de los pobladores, también escuchamos cada vez con mayor intensidad la palabra “Libertad”.
Durante muchos años Cuba fue utilizada por nuestros mayores como un ejemplo de entereza, de gallardía nacional ante lo que le fue impuesto como represalia por defenderse de intereses intervencionistas. Se alababa ampliamente sus logros en cosechas, salud, educación, deportes, ciencia.
Sin embargo, desde la caída de la Unión Soviética, el apoyo económico que recibía la isla, y con el cual muchos de esos logros aún se daban, desapareció. Las necesidades, ante la inexistencia de la libre empresa y de industrias, fueron creciendo y las oportunidades fueron menguando. El turismo se convirtió en el motor y medio de supervivencia de muchos, incluyéndose la oferta de caricias, agregándose el turismo sexual al catálogo, como nos consta a muchos yucatecos a partir de las historias de gente cercana y de cuya palabra no dudamos.
Algunos recordamos en la década de los 80 del siglo pasado a infinidad de cubanos que, para escapar de las condiciones en las que vivían en la isla, enamoraban a yucatecos, convenciéndolos de que se casaran con ellos, los trajeran a nuestro país y, al obtener la ciudadanía, deshacían sus matrimonios para seguir sus vidas, lejos de su tierra natal, libres al fin.
El deterioro de las condiciones de vida de los cubanos en su país ha crecido gradualmente, racionados y sometidos a lo que el gobierno cubano pueda entregarles. En estos días, penosamente, muchos buscan entre la basura algún alimento para llevarse a la boca, mientras sufren apagones e interrupciones del flujo eléctrico que superan veinte horas cada jornada. Esto fue lo que detonó las manifestaciones de esta semana, y también las de hace un año, las del año anterior, y las que desde 2021 hemos atestiguado.
Las autoridades y el gobierno aluden y esgrimen como razón de su inacción un bloqueo “imperialista” que, a la luz de las evidencias, solo existe en las mentes de los políticos cubanos que, eso sí, han encontrado en el pasado la perfecta excusa para negarle el presente y el futuro a sus gobernados, mientras engordan físicamente al mismo tiempo que sus cuentas bancarias.
Es lógico que ahora los cubanos deseen algo mejor, hartos de la vida que llevan desde hace décadas, desesperanzados ante el futuro que se les presenta, apremiados por el hambre y sus deseos de sobrevivir. Esta ansia alimenta y reaviva las brasas de aquella revolución que tanto prometió, que no sembró pensando en el futuro, que no alcanzó a cubrir las expectativas de sus ciudadanos.
Queda claro que las tribulaciones de Cuba solo acabarán hasta que todos los sectores comprendan que el modelo bajo el cual han sido gobernados ha caducado, y que deben ellos mismos poner las bases del futuro que desean.
También queda claro que a sus ciudadanos se les está agotando la paciencia y la resignación.