Arte
En la exposición “Alice Rahon-Impresiones”, en el museo Kaluz, de la que he hablado anteriormente, se puede observar un objeto un tanto misterioso. El artefacto, cuyo título es Diorama tributo a Antonin Artaud, fue realizado conjuntamente por Alice Rahon y Wolfgang Paalen alrededor de 1946 y está firmado por ambos artistas, según me lo hizo saber hace poco Daniel Garza Usabiaga, curador de la muestra, a quien agradezco la información.
El objeto en cuestión pone en escena una suerte de personaje con un cráneo de animal en lugar de cabeza. Este peculiar humanoide lleva en la “mano” un bastón de mando que en algo remite al que Artaud llevaba consigo creyendo que se trataba del de San Patricio cuando la policía lo arrestó en Irlanda, en 1937, debido a su comportamiento errático, un evento que lo llevaría a ser internado durante años en diversas instituciones psiquiátricas en Francia.
Junto al personaje principal hay también una pequeña entidad, suerte de espíritu de cuerpo de matraz, como sólo brujos, alquimistas y chamanes son capaces de percibir. La escena se encuentra enclaustrada en una caja de madera atravesada de lado a lado por un lebrel cuyo cuerpo desaparece, sin embargo, en el espacio donde se encuentra alojado el personaje principal y su pequeño acompañante.
Aun si, en principio, los delfines y los lebreles poco tienen que ver entre sí, el hecho de que el cuerpo de este último animal esté parcialmente visible en algo recuerda aquel pasaje memorable de El Teatro y su doble, más precisamente del capítulo El teatro alquímico en el que Artaud nos habla de una realidad “peligrosa y típica”, contrapuesta a la realidad cotidiana, “en la que los principios, como los delfines, tras de asomar la cabeza, se apresuran a hundirse de nuevo en la oscuridad de las aguas.”
Como fuera, el aspecto voluntariamente “primitivo” de este poema-objeto, típico de las producciones surrealistas, parece tener tanto de un artefacto vudú como de los objetos de Oceanía que André Breton coleccionó con tanta pasión en su departamento del 42, rue Fontaine, en París.
Si se piensa en el vudú, se podría argumentar que el bastón de mando del que ya hemos hablado también podría hacer referencia a la espada-amuleto que Artaud recibió de manos de un sacerdote de aquella religión cuando el escritor hizo escala en la Habana, en su viaje hacia México. No obstante, el objeto en conjunto tiene una particular afinidad con el Korwar o “figura de ancestro compuesta de un cráneo humano y de madera esculpida” que aparece reproducido en L’art Magique (El arte mágico) de Breton, en la edición francesa de Phébus (1991, p. 29).
Que la pieza de Rahon y Paalen parezca hacer referencia a objetos rituales como los Korwar revela de algún modo la intención de convertir a Artaud en una suerte de espíritu tutelar. Si bien, en principio, no se podría hablar de una “figura de ancestro” puesto que Artaud murió el 4 de marzo de 1948, cuando el objeto-tributo es anterior, nada impide, dada la naturaleza de los objetos surrealistas, aventurarse a sugerir algún tipo de premonición, aunque evitaremos aquí adentrarnos en tales honduras…
Premonición o no, en el contexto de la exposición, no es difícil imaginar a Artaud como el espíritu “primero” que guio toda la aventura surrealista hacia nuestro país. Después de todo, fue Artaud quien, en 1936, se adentró, tal un “adelantado”, hasta la Sierra Tarahumara, antes de la llegada de Breton y los demás Surrealistas a México en los años subsecuentes.
Por supuesto, se podrá objetar que Artaud ya no formaba parte del grupo de los surrealistas desde 1927, cuando Breton lo expulsó por rehusar adherirse al partido comunista. Artaud, en efecto, siempre consideró que no había nada que esperar de aquella organización política cuya “metafísica materialista” le parecía deleznable.
Cabe recordar al respecto que, en 1946, año en que Rahon y Paalen crearon su Tributo a Antonin Artaud, también tuvo lugar el famoso Homenaje a Antonin Artaud en el teatro Sarah Bernhardt de París. Como se sabe, en este evento Breton no sólo se retractaría con respecto a su condenación previa de Artaud, sino que lo celebraría como el espíritu que encarnó con mayor pureza la búsqueda surrealista y su afán por “transformar el mundo”.
En todo caso, en su tributo Rahon y Paalen lograron condensar aquellas fuerzas “primitivas” que Artaud pretendía volver a captar en México. ¿No declaró acaso, para anunciar sus conferencias en la Universidad Nacional que “cansada del intelectualismo utilitario y del racionalismo analítico de Europa, la juventud quiere volver a las fuentes primeras; de aquí su interés por todas las formas de cultura primitiva”? Ahora bien ¿quién era, pues, esa juventud francesa a la que aludía Artaud sino aquella misma que en algún momento se había dejado seducir, momentánea o permanentemente, por la figura de Breton?
ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU