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Pedro Friedeberg, Libre-esprit y turlupin

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Letras

Uno de los textos más divertidos que se pueda leer para adentrarse en el conocimiento de la “escena artística” del México de la segunda mitad del siglo XX es, sin duda, De vacaciones por la vida, de Pedro Friedeberg, cuyo título ya es en sí un pied-de-nez fabuloso con respecto a los valores imperantes, tanto los de nuestra época, como los de antaño, tanto los de derecha, como los de izquierda.

Ignoro si Pedro Friedeberg conoce personalmente a Annie Le Brun -enemiga acérrima de los Damien Hirst, Anish Kapoor (por lo del ventablack) y tutti quanti, así como de la “estética” global de aeropuerto con que las empresas (y algunos museos) han desencializado al planeta so pretexto de hacer más accesible (y vendible) el arte.

Ni siquiera sé si el creador de la mano-silla le tenga simpatía a tan excepcional mujer, quien tuvo cercanía con André Breton, pero estoy dispuesto a apostar que le tiene tanto aprecio como ella a todo “aquello que no tiene precio” (Ce qui n’a pas de Prix), es decir, a todo aquello que en el arte y en la actividad del espíritu es imposible intercambiar por monedas o su equivalente.

En todo caso, lo sorprendente con el texto de Friedeberg es que, a pesar de su humor, si no es que negro, por lo menos gris (como la eminencia), está claro que, por deformante que pueda parecer a los legos, se enraíza sólidamente en la realidad. Así, por ejemplo, es evidente que la descripción que hace Friedeberg de Alan Glass corresponde perfectamente al carácter de tan excepcional poeta del arte-objeto.

¿A quién no le tocó, en efecto, ir a comer papas a la francesa con Alan Glass en el otrora Vips de Durango, con sus sillas naranjas que tan horrorosas le parecían a Friedeberg?

¿Quién no tuvo que huir del “tout Mexique” en solidaridad con un Alan Glass despavorido, quien, sin embargo, acudía a la cita mundana puntualmente?

Cómo no imaginar el rostro del gran surrealista Alan Glass, amigo de Aube Breton, hundiéndose en su asiento para que no lo reconocieran cuando, después de haberse dejado convencer por Friedeberg de ir a La Ópera en vez del Vips, se da cuenta, de pronto, que ¡Teresa del Conde! acababa de pasar por la puerta de entrada.

Friedeberg es un testigo vivo de la forma en que la Ruptura, el Surrealismo y los artistas independientes como él (aunque siempre inclinándose un tanto hacia al Surrealismo) se entrelazaron durante aquella época. Insisto en su independencia, porque si de algo no se le puede acusar es de haber pertenecido a la “Ruptura”, como él mismo hizo constar hace poco en una carta suya, dirigida a Goeritz, que se exhibió, en medio de la pandemia, en el Museo Experimental El Eco. En ella leíamos:

“[¿] Que (sic) son todos estos dengues acerca de una tal Fernando Gamboa. porque (sic) le conceden tanta importancia? [¿] Es realmente un personaje tan siniestro o un inofensivo siniestro como todos los demás? [¿] Porque tantos dengues para un pinche homenaje de un 80 cumpleaños? [¿] O será toda una intriga del acostumbrado eje Roma-Berlin o sea la maffia Filguerez-Fuevas-Fibronella-Garcia Fonce? Creo que Famayo también pertenece a este club of very tired Joggers.” Friedeberg agrega en el margen: «(Y Sebastián).”

Sin duda, no es coincidencia que esa exposición haya tenido lugar en El Eco, puesto que de lo que sí podemos estar seguros es de la amistad que tuvo Friedeberg con Mathias Goeritz y quien fuera su esposa, la crítica de arte Ida Rodríguez Prampolini quien, por cierto, escribió en 1962 una crítica muy poco amable contra la revista S.nob y sus jóvenes promotores. Vaya paradoja, si se piensa en Carrington y Horna que en ella participaron…

¿Qué tanto hay que tomar en serio una carta como la de Friedeberg y lo que implica? Supongamos que de forma directamente proporcional al que se tiene que tomar en serio el “umor” sin “h” de los “hartistas” con h.

¿Quiere esto decir que Friedeberg defendería a los muchos artistas “conceptuales” que exponen desde hace 15 años en el MUAC? Es poco probable, ya que sin duda les reprocharía su falta de interés por la perspectiva. ¿Y a los muralistas de antaño? Digamos que una “maffia” siempre remplaza a la otra…Honestamente, para murales mejor los de Altamira, que hicieron escuela. No cabe duda, sin embargo, que Don Friedeberg tiene los “nuggets” (del genio) bien puestos, n’en déplaise aux acolytes de madame Linda. ¡Ya ven: otra forma de “cripto-fascismo”! Au secours! …Que no cunda el pánico: just kidding!, just kidding!

ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU

garciabrosseaue@gmail.com

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