Letras
XXIV
Reflexión gramatical
17 de enero de 1999
Gramática es el arte de hablar y escribir correctamente una lengua. La Real Academia Española, hasta la edición de 1931, había dividido su texto de Gramática en cuatro partes: Analogía, Sintaxis, Prosodia y Ortografía que, en el esbozo posterior de una nueva Gramática de la Lengua Española, se venía considerando reducir a solamente dos: Fonología y Morfología, innovación donde se aspiraba a recoger lo mejor de todo lo que es lingüísticamente español en el tiempo y en el espacio.
Expresarse de manera correcta, en forma oral o escrita, es uno de los atributos del hombre educado y civilizado. En los tiempos actuales, cuando se vive de prisa, es común que quienes redactan con apremios de horario o por falta de conocimientos, incurran en graves equivocaciones gramaticales, que causan un serio daño a la pureza del lenguaje. Lo peor de todo es cuando, a pesar de conocerse el error, se insiste en la repetición del mismo.
El escritor español Manuel Seco dice que: “El hablante debe aspirar a la perfección de su hablar porque ésta es un instrumento de importancia vital para su convivencia dentro de una nación”.
“¿Tiene o no tiene el hombre como individuo, el hombre en comunidad, la sociedad, deberes inexcusables, mandatorios en todo momento con su idioma?”, pregunta el español Pedro Salinas en su obra “Aprecio y Defensa del lenguaje” y se responde a sí mismo: “Para mí la respuesta es muy clara, no es permisible a una comunidad civilizada dejar su lengua, desarbolada, flotar a la deriva, al garete, sin velas, sin capitanes, sin rumbo”.
Estos pensamientos cobran actualidad, porque últimamente se ha venido utilizando en algunos medios informativos, en forma equivocada, el término JUEZA en vez de JUEZ, que es el correcto.
“La palabra juez pertenece al género (o subgénero) gramatical denominado común (o común de dos) afirma el mexicano Carlos Laguna y añade al respecto, que se trata de un sustantivo de persona “que posee género gramatical determinado y se construye con artículos, adjetivos y pronombres masculinos y femeninos para aludir a persona de sexo masculino y femenino respectivamente”. Y pone, por ejemplo, el testigo y la testigo, el mártir y la mártir, el artista y la artista.
En el ya mencionado libro “Esbozo de una nueva gramática de la Lengua Española”, impreso en Madrid el año de 1982 por la acreditada editorial Espasa Calpe, en la Segunda Parte correspondiente a “Morfología”, el Capítulo “Del nombre sustantivo y su género”, dice: “En algunos casos, a pesar de la identidad de la raíz, no se produce una simetría semántica perfecta entre masculino y femenino (crío, cría; doncel, doncella)”. Y añade: “No son personajes equivalentes, a pesar de que los dos asisten a otro, el asistente y la asistenta. La generala, la militara no son mujeres que ejerzan mando de general o pertenezcan a la milicia, sino la mujer del general, del militar”.
Existe una absoluta claridad en estos últimos conceptos, que despejan cualquier duda, aún de los más obstinados. No obstante, admite D. Manuel Seco, que en honor a la verdad, no son los gramáticos quienes hacen las lenguas, ni las reforman, ni son capaces de detener su evolución, ya que una lengua es patrimonio de una comunidad, y quien la hace y la altera y la deshace es la masa, la mayoría, contra cuyo ímpetu nada puede la voz aislada de un sabio.
Pero también apunta con todo realismo: “Sin embargo, así como en unas elecciones el voto de la mayoría puede ser objeto de una campaña hábilmente dirigida por unos pocos hombres, también en esta actividad humana del lenguaje –la más democrática de todas– el ejemplo de una minoría egregia, si es suficientemente difundido, puede orientar y encauzar la decisión lingüística de la muchedumbre”.
“A todos nos interesa matizar nuestro lenguaje y ser correctos en el arte de escribir”, apunta D. Martin Alonso y añade: “Al escritor la corrección le proporciona madurez y cumplida formación mental”.
El problema en nuestra sociedad son los espontáneos y los “dilettantes” que han tomado por asalto las redacciones de algunas páginas.
Se cuentan entre éstos, obcecados anarquistas, despistadas amas de casa y hasta algunos ex–alcaldes con pretensiones literarias. ¡Válgame Dios!
Es imperativo en estos casos recurrir al “amansaburros”, pintoresco término con el cual mi maestro de gramática solía referirse al temible diccionario.
Precisamente el “Diccionario de dudas y dificultades de la Lengua Española”, de D. Manuel Seco, editado en Madrid, en 1992, en la página 240, a la letra dice:
“Juez. El femenino de este nombre es jueza, aunque el lenguaje administrativo dice siempre la juez.”
Respetar la norma para honrar el idioma castellano es deber de hombres gentiles y educados.
Luis F. Peraza Lizarraga
Continuará la próxima semana…