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Letras

Jesús Fuentes

Navegaba en sus redes sociales. Aún no entendía muy bien de esto, pues él no nació con el internet, ni con los teléfonos celulares inteligentes. Por cuestiones de trabajo se vio en la necesidad de tener un equipo de estos y aprender picándole aquí y allá. Incluso tuvo que tomar un curso de computación en Extensión Universitaria de la UABC con esto de la escribidera (él, desde la prepa, donde con otros compañeros crearon y editaron El Bachiller, periódico estudiantil, traía esa inquietud).

Ahí estaba pues, inmerso en su Facebook, localizando unos de sus textos que le habían publicado en una revista literaria de España.

De pronto, apareció una carita en la parte superior izquierda del cel. Era una solicitud de amistad.

Francisco Xavier siguió en lo suyo hasta encontrar su publicación y compartirla con sus compañeros de La Catarsis Literaria, taller al cual pertenecían. Después, calmado, cerró la aplicación y marcó el número telefónico de casa de su madre.

Pasaron los días y ahí seguía apareciendo la solicitud…

Por curiosidad, una tarde-noche visitó el muro de ella, una mujer muy guapa, tierna, con porte refinado. Sus ojos, dos luceros encendidos. Su mirada lo cautivó.

Hablando de amores que no están destinados a estar juntos, ella publicó a principios de abril una leyenda maya: la princesa Ixchel, la luna –diosa de la noche–, enamorada del guerrero Itzamná –el sol–. Difícil era estar juntos, pues uno sale de día y la otra de noche. Le agradó la publicación y decidió aceptar la invitación.

Ahí fue el momento de la simbiosis. Ella vivía en Ciudad Pacífica, al sur de la península. Compartía videos de la bahía, del malecón, amaneceres y puestas de sol, del mar y sus playas.

Mi tierra causa una especie de embrujo en sus visitantes, quienes se ven invariablemente atraídos a volver…Es como una mujer que seduce, que fascina, que atrapa y conquista. Mi ciudad enamora, envuelve en un velo que produce un deja-vu al sentir que uno en otra vida, en un sueño o en algún tipo de memoria misteriosa, ya estuvo aquí entre sus tranquilas y cristalinas aguas. Deja la sensación como si algún antepasado hubiera pisado el puerto en otro tiempo y llevara en las venas unas gotas de sangre de estas playas,” publicó el 6 de abril.

De su casa escribió:

Mi casa se alza en lo alto de una colina, es visible desde el mar y por encima de ella el monte sigue subiendo. Parece que en los días nublados pudiera rozar las nubes que traen la lluvia. Hay un jardín que florece alrededor, con flores de muy brillantes colores, armonizado por las dulces melodías que nos regalan el canto de las aves; y árboles frutales y más plantas que amanecen bañadas de rocío.

Para mí no hay otro lugar en el mundo donde sienta tanta paz.

Mi hogar me gusta como es, así tal cual, como una nube cargada de agua que moja con su lluvia la tierra seca; es como una manta que me cubre y me protege del frío cuando llega el invierno; es como esa vela que se prende y alumbra mi camino en la oscuridad.

En realidad no sé qué me gusta más: si el patio de atrás donde se respira el aroma proveniente de la tierra, donde se ve el huerto y las flores, o el jardín de enfrente en el cual se bebe la brisa que arrastra el viento desde el mar y donde me siento a contemplar los más bellos atardeceres que me ofrece la bahía.”

Así, tal cual como ella describió a su ciudad, le paso a él. Ella lo sedujo, lo cautivó, lo atrapó. Sus publicaciones eran mensajes directos de seducción, de amor. Francisco Xavier ni cuenta se daba de ello.

Transcurrían los días y cada vez era más frecuente su comunicación por Messenger.

-“Hola, buena tarde. Saludos.”

-“Hola, buenas noches, Maestro. Saludos.” (Imagen de rosa roja).

-“¿Cómo está? ¿Qué tal el calor?”

-“Me siento fabulosa, ¿usted qué tal?  El calor es soportable hasta estos momentos.”

-“Perfecto, de maravilla.”

-“En la tarde-noche refresca”

-“Imagino julio y agosto, fuertísimo el calor.”

-“Afirmativo”

-“Qué bueno, para pasear en el malecón.”

-“Sí, las puestas del sol son espectaculares.” (carita sonriente con tres corazones)

-“Me imagino.”

-“La sonrisa le sienta fantástica.”

-“Y tomarse una nieve, aunque se embarre uno la mano. Disfrutar el momento.”

-“Delicioso.” (carita sonriente coqueta)

-¿Qué hora es allá?

-“Y más agradable si se disfruta de grata compañía.” (rosa roja)

-“Desde luego.”

-“8:17 pm.”

-“Solo una hora más tarde allá. Pensaba eran dos.”

-“Solo una, voy adelantada en el futuro.” (carita sonriente)

-“Muy bien. Un placer saludarle. Ya habrá oportunidad de saludarnos en persona; y disfrutar de una buena y amena charla.”

-“Guardo la esperanza que un día no muy lejano podamos conversar de viva voz.”

-“Tomarnos un café, o disfrutar un vinito.”

-“Café está perfecto.”

– (carita sonriente) “Cuídese; voy a un mandado. Buenas noches, descanse.”

-“Bonsoir, Monsieur.” (rosa roja).

Esa fue su conversación de la tarde-noche del 2 de mayo.

Se fueron dando varias, con más frecuencia.

Surgía una flamita en él.

Ella ya era fuego abrasador.

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