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Lazos y reminiscencias

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Letras

VIII

Para Ángel González Pérez, guía y camarada.

El adulto guarda impresiones de su infancia aun si les atribuye significados distintos de los que alguna vez quiso reconocer en ellas. El escritor, además, puede transferirlas a una parte de su obra para dotarla de momentos risueños, recuerdos melancólicos y extrañas visiones que llegan a crear universos inadvertidos y fulgurantes.

Ermilo Abreu Gómez supo sacar partido de esas vivencias tempranas que laten inmarcesibles en varios de sus libros, en algunos de ellos como figuras que ayudan a redondear ideas y a inspirar emociones, en otros como puntales que sostienen la caracterización de personajes. En Cosas de mi pueblo. Estampas de Yucatán (1956) obran como un inventario dinámico en el que las formas y los contenidos evocan sabor y textura, reverberación y color. Y desde ahí se relacionan con pasajes de otras obras suyas que cobran un propio aliento narrativo o ensayístico.

El autor infunde voz a los objetos domésticos, como el batidor de chocolate que cuenta su llegada al recinto familiar y el abandono que sufrió hasta que la tía Gracita lo rescató de la alacena polvosa en que dejó de ver la luz. También los muestra afanosos y oportunos, deudores del orgullo de sus propietarios o de la humilde satisfacción de quien acomoda en ellos prendas de uso diario y cartas de amor como las que atesora el baúl de las criadas. Inventos de origen lejano, remedios caseros y prescripciones de botica, muebles y recipientes, todos cumplen su destino y añaden su pizca de luz a la estancia en que reposan, dispuestos al servicio y al desgaste.

Es ocioso aclarar que Abreu Gómez dista de ser un frío enumerador de costumbres o un simple coleccionista de curiosidades, porque al recrear un ambiente de época viste de múltiples significados a una tradición que, al cambio de atuendo, se resiste a borrar sus huellas por completo. El viejo Castillo de San Benito que transmitía inquietud al imponer su silueta nocturna en sus alrededores hoy da nombre a un mercado de Mérida, y si bien la ciudad natal del escritor abandonó en gran medida la pasión intensa de sus tertulias de barrio y de sus fiestas parroquiales, la nomenclatura de sus esquinas pervive en reminiscencias y crónicas mientras sus arcos otrora limítrofes siguen en pie más severos y añosos.

Es verdad que ya no se entonan las canciones infantiles importadas de las comarcas de España, compartidas en su tiempo con otras provincias del continente, ni se practican los juegos, adivinanzas y rimas de los que el acucioso literato da cuenta entre sus páginas. Los antiguos entretenimientos populares avasallados por la cultura de masas son apenas un punto de referencia para no perder de vista la historia de la convivencia familiar y amistosa. Muchos oficios rústicos que forman parte de su recuento han desaparecido; algo se conserva de los guisos, pero no tanto de los dulces que se saborearon antaño. Las espesuras del campo han visto disminuir voces y presencias que ya sólo afloran en evocaciones remotas.

El discurso literario preserva la sustancia del arte de vivir y fortalece ciertos atributos del ser; al germinar en sereno equilibrio, y en percepciones sutiles del universo, contribuye a depurar la experiencia diaria, aun sin fijárselo como un propósito directo.

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Ermilo Abreu Gómez Cosas de mi pueblo. Estampas de Yucatán. Mérida, Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de Yucatán, 2008 [1 ed. 1956].

 

José Juan Cervera Fernández

Continuará la próxima semana…

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