Editorial
En la zona calificada como el Medio Oriente, conocido así en la geografía mundial desde hace muchos siglos, resurgen de nuevo situaciones de violencia extrema en las que la población civil es quien más sufre y padece.
Ahora es en virtud de renacidas ansias e intereses sobre territorios considerados estratégicos por naciones cercanas dotadas con armamentos más sofisticados y poderosos para destruir masivamente vidas y propiedades, arrasar territorios y regar con abono de sangre tales espacios.
Continúa la secuencia de los siglos, y los seres humanos aún no hemos aprendido a convivir en paz.
Si antes los enfrentamientos eran por ansias de riquezas naturales como el petróleo, ahora la sangre se derrama no por obtenerlas, sino por erradicar a poblaciones establecidas en tales sitios históricos, para posesionarse como los nuevos dueños.
Cuando los lectores se enteran de tales sucesos, se les genera reacciones diversas sobre los conflictos que acaecen e involucran a los países de ese continente africano, así como a otros más de este complejo mundo que aún nos da soporte físico a los seres humanos para continuar nuestro recorrido histórico.
Lo que antes era lucha por el brillo de las riquezas citadas en muchas novelas e historias trascendentes como los orígenes de la religión cristiana, se viste ahora con el rojo de sangre derramada por terrenos considerados estratégicos por algunas naciones de la región que anteponen sus intereses mezquinos a la valiosa vida de los cientos de miles de habitantes de esa región.
Triste lección para las generaciones actuales y las aún supervivientes de tiempos pasados.
La antigua lucha por creencias, diferencias religiosas entre religiones y conceptos diversos, ahora emergen a la luz y se exponen como ambiciones de espacios exclusivos para etnias emergentes con poder internacional.
El islamismo y el judaismo se ven superados por la ambición de élites económicas y políticas.
Que la paloma de la paz retome su vuelo en esa ahora atribulada zona de guerra.
¡Así sea!