Letras
XLIX
Eventualmente, cuando he estado a la puerta de la casa en cierta hora de la tarde, he visto pasar a pie por la acera de enfrente a un muchacho de unos treinta años más o menos. Sin voltear precisamente, hace una inclinación con la cabeza y dice “buenas tardes”; su atuendo y el morral que lleva colgado del hombro parecen indicar la salida del trabajo.
Las mismas veces que he recibido esta atención, he reflexionado en lo rara que resulta su actitud en estos tiempos, sobre todo por venir de alguien joven y del sector obrero cuando en incontables ocasiones en la calle me he encontrado frente a frente con alguien que resulta conocido y no sólo no efectúa algún ademán de cortesía, sino que se abstiene de obsequiar algo fácil y gratuito, como es una sonrisa.
¿Cuántas veces al entrar a cualquier sala de espera uno expresa los modales correspondientes a la hora del día que sea, y se queda con un palmo de narices porque nadie los contesta? O, por el contrario, estando en un saturado recinto, vemos entrar personas que calladamente toman asiento como si la presencia de todos los demás fuera invisible. ¿Y cuando en la banqueta se cruza uno con alguien del género masculino, o simplemente de menor edad, y ni siquiera abren paso sino atropellan a codazos?
No dudamos que antes de la civilización los habitantes de la Tierra se preocupaban únicamente por la supervivencia, pero al sobrepasar su etapa como tribus de nómadas, para transformarse en conjuntos sedentarios, las agrupaciones humanas tuvieron tiempo para ir estableciendo normas cada vez más adelantadas, entre las que figuraba la cortesía y, como consecuencia, el saludo. Éste ha sido interpretado como un ritual social que bien puede ser expresado en palabras (los soldados del Imperio romano: Ave, César), (el pueblo judío: shalom), (los hippies: amor y paz); en gestos (chinos, hindúes, budistas: las palmas de la mano juntas en actitud de reverencia; generalizado: los dedos índice y cordial abiertos formando la V de la Victoria), o en miradas de significados y contenidos varios, incluyendo los de pésame o condolencia.
Entusiasma la diversidad de formas en que a lo largo de la Historia se han manifestado las señales de respeto. En la mitología hindú, el sol es motivo de adoración como encarnación de la salud y la inmortalidad, por lo tanto, existe una postura de agradecimiento que se ha empleado cotidianamente hasta derivar en una de las reglas del yoga. Griegos y romanos de la antigüedad estrechaban antebrazos y muñecas; los señores feudales, los caballeros armados de la Edad Media, cuando paseaban frente a sus inferiores, levantaban el yelmo para ser reconocidos y seguramente eso dio origen al saludo del sombrero, descubriéndose la cabeza.
De los tiempos remotos de la civilización egipcia data el apretón de manos que significaba la transmisión de poder de un dios a un gobernante terrenal. En los códices encontrados existe un jeroglífico que representa al verbo “dar” mediante la ilustración de una mano abierta. El brazo derecho extendido de forma perpendicular al cuerpo fue adoptado por el ejército nazi, y después por el fascista para emular el saludo militar romano. El fervor a la bandera es expresado en la milicia con cuatro dedos de la mano derecha llevados a la sien; los civiles emplean el mismo ademán, pero sobre el pecho, y en otros países con la palma de la mano abierta sobre el pecho. El saludo universal scout consiste en apretar con la mano izquierda, mientras la derecha deja al descubierto los tres dedos de en medio (Dios, patria y familia) y conjuntamente el meñique y el pulgar se cierran en círculo, simbolizando la unión mundial.
Los japoneses consideran antihigiénico el contacto físico protocolario, prefieren realizar una inclinación del cuerpo hacia adelante, de unos quince grados, llamada ojigi. Los franceses acostumbran el acercamiento con besos en cada mejilla, y los rusos el beso en la boca para ambos géneros, actitud que recientemente han imitado los argentinos. Los esquimales frotan sus narices unos con otros; en el mundo árabe colocan el brazo derecho sobre el hombro izquierdo de quien tienen enfrente y al mismo tiempo hacen la simulación de cuatro besos, pero sólo de hombre a hombre.
Existe también el saludo musical a distancia, como el silbido que según su entonación y fuerza puede constituir una clave (¿quién no recuerda el chiflidito de “Amorcito corazón” entre Pepe el Toro y La Chorreada?). El tam–tam de los africanos es la forma de recibir con honores a un jefe, y el de la corneta puede ser una forma de bienvenida o, por lo contrario, de despedida luctuosa.
Los jóvenes eligen estilos de saludo cada vez más caprichosos con una serie de giros y chasquido de dedos, embarradas de palma, golpeteos de dorso, aunque los más recurrentes son “qué onda”, “chócame esos cinco”, o la palmada en la espalda y los topes de puño cerrado, a la manera boxística.
Este repaso sobre determinados signos de urbanidad en oriente y occidente nos revela la cantidad de opciones que tenemos para demostrar gentileza a través del saludo. Por lo tanto, hoy me despido de los lectores enviando un beso volado que, como quiera, también cuenta como salutación.
Paloma Bello
Continuará la próxima semana…